Rostros y Letras

Entrevista a Luis Armenta Malpica

Beatriz Saavedra Gastélum

Luis Armenta Malpica 

Es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Premio Jalisco en Letras en 2008 y Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2013 entre muchos otros; los más actuales son: Premio Internacional de Literatura Ileana Espinel Cedeño, Guayaquil, Ecuador (2019); Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (2020), Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal (2021) e Iguana de Oro por la Cátedra Huston de Cine y Literatura de la Universidad de Guadalajara (2022). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Sus títulos más recientes son Enola Gay (Vaso Roto, España, 2019; 2024 en edición bilingüe), Chiamatemi Ismaele (Fili d’Aquilone, Italia, 2019; primer finalista del Premio Letterario Camaiore, de Italia, y finalista del Premio Internacional La Lira de Oro, de Ecuador), [Contra] Dicción (UANL, 2022) y Esto no es un bestiario. Antología (Tedium Vitae, 2023).

¿Cómo describirías tu espíritu creador? 

Más que hablar del espíritu, me interesa pensar que soy un individuo muy libre en su fase creativa y ansioso o perfeccionista por lo que de ella resulta. Esto me pone en una situación de revisión permanente de mi escritura, incluso de lo ya publicado. Escribo libros completos, no poemas sueltos ni compilaciones, lo que me pone en desventaja de muchos otros creadores que pueden publicar frecuentemente poemas breves en revistas y blogs. Este proceso me viene bien, porque así me tomo años en la afinación de los libros y puedo tranquilizar un poco mi ansiedad.

¿Cómo transformas tus experiencias personales en arte? 

Quise hacer esta separación del espíritu porque, además de lo creativo, considero que existe una conexión o perfil espiritual con mi trabajo. Me interesa la exploración del lenguaje, sin menoscabo con la conexión emocional que pretendo conseguir con los lectores, uno o diez, a los que les resulten coincidentes mis experiencias personales. He trabajado, más que en la transformación de la experiencia biográfica, en una superposición de ciertos actos de vida en composiciones vitales. Mi vida ha sido tan maravillosa y pacífica que no hay drama en ella misma; sin embargo, los pequeños dramas de quienes me rodean y las grandes tragedias a las que nos expone el mundo sí pueden acercarme a otras experiencias biográficas compartidas. En lo personal soy poco empático (tiendo más bien a ser huraño y discreto), así que el arte me ha permitido asomarme un poco más allá de los círculos familiares y de amigos.

¿Qué importancia tiene para ti la autenticidad en tu trabajo? 

Haber mencionado que las experiencias que me brindan los poemas son vitales (más que de mi propia vida) va de la mano con los aspectos de la honestidad: creo que por más discursos o reflexiones que me interesen, porque soy de vena confrontativa y disidente con la realidad y los aspectos culturales comunes, sigo siendo un poeta convencional en cuanto a que las bases de mi trabajo (quiero pensar que así ocurre) son la palabra, la imagen, el ritmo y el tono. Insisto en que los poemas deben reflejar el tiempo (recursos estilísticos, movimientos culturales, etc.) en el que se realizan, pero nunca olvidar la enorme tradición que los hace posibles. Si en mi trabajo hay algo auténtico es el equilibrio entre la tradición y el porvenir, al que llamo, mejor, incertidumbre.

¿Qué crees que tu obra dice sobre tu esencia más profunda?

Hay aspectos de los poemas que me inquietan y no estoy seguro que alguno de ellos sea la profundidad que la mayoría de los lectores reconoce. Para mí, que realicé buceo muchos años, más que la cantidad de metros que alguien baja, lo que importa es la seguridad del buceador, su curiosidad y el nivel de exploración que lo guía. De nada sirve bajar en cada inmersión 60 metros si siempre la realizamos en el mismo sitio. Soy un indagador del lenguaje, ya lo dije, en su esencia, allí sí, profunda: de dónde viene, qué nos deja en cada exhalación, cuánto aire requerimos para decir alguna palabra, cómo nos mantiene despiertos o si nos asfixian de pronto algunos temas. Procuro los poemas que me obligan a realizar paradas de seguridad y a estar atento a lo que ocurre alrededor de quien entra en un mundo que no le pertenece y al cual llega solamente de invitado casual. Para esto, me mantengo alerta de mis pulmones, del aire que me queda en la reserva, de las fuerzas para avanzar entre la incertidumbre y, por supuesto, de los cambios termodinámicos del medio. Esta es la profundidad que me interesa también en la poesía.

¿Qué te impulsa a seguir explorando nuevas formas de expresión?

Comparto los postulados de algunos autores que admiro y que dicen que nunca hay que estar seguros de lo que se escribe, pero siempre hay que escribir. En principio, me impulsan los temas y obsesiones que me hicieron llegar a la literatura dejando de lado la música, el teatro y la danza. Siguen apareciendo estas y otras disciplinas en mis trabajos (últimamente el cine), pero así como el cuerpo cambia con los años, el cuerpo de mi escritura ha madurado y envejecido. Estoy explorando la vejez de muchas formas, porque no la veo como sinónimo de decadencia, sino de experiencia acumulada. Así, he pasado del mundo animal, sobre todo del mundo acuático, a la revisión de las bestias más humanas y de los alebrijes lingüísticos, a la creación de los monstruos de la razón y del lenguaje en su forma más variable: el camaleón, por ejemplo.