Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XLIV

portada chihuahua -Miguel Mosquera Paans

El narco agradeció al misacantano la glosa obsequiándole un jugoso fajo de billetes para el culto mientas el indiano, ensimismado en sus reflexiones, salía ausente por la puerta del brazo de su hermano.

—Oye, Chavito, ¿tú por qué asesinas a las muchachas? —le espetó el criollo al alejarse del santuario, sin que viniera más a cuento que sus propias incertidumbres—.

—Oh, bueno, esas son las que menos. Normalmente porque se resisten a chingar conmigo —presumió el criminal con indiferencia—. Por regla general sólo me cargo a competidores. En este negocio hay demasiados. ¡De todas formas qué importa eso! Ahorita vamos a tomar en alguna cantina donde se escuchen narcocorridos.

Ya en el auto, sin salirse del cinturón marginal de la ciudad, el maleante condujo apenas dos manzanas más allá, estacionando ante un garito cuya fachada no difería en esencia de la del recién abandonado templo.

Dentro del tugurio decorado con muebles rústicos, servidos por una mesera con apariencia de prostituta, los hermanos se sentaron frente a una mesa para escuchar el compás interpretado por unos sudorosos músicos que sin remordimiento alardeaban sobre el escenario de ser asesinos sanguinarios.

Beny trató por todos los medios de seguir el ritmo de consumo del narco, cuya capacidad cúbica para pimplar mojitos y tequila parecía inagotable, concentrándose en asimilar la temática de las canciones en medio del mareo por tanta bebida entremezclada con el calor del ambiente y la estridente iluminación del interior.

Cuando el nivel de alcohol superó con creces su volumen de sangre, manifiestamente aturdido, el criollo se levantó como pudo y, despidiéndose de su hermanastro, se retiró a ordenar las ideas para dar los últimos retoques a su nueva condición de sumo sacerdote de la ancestral liturgia.

A Chavo no le pareció que se encontrase en condiciones de ir por su propio pie a ningún lado, pero hubo de desistir en acompañarlo ante su insistencia en abandonar el local solo.

No bien llegado a la puerta reparó en una joven que se sostenía contra la pared, invitándola a tomar un trago en otro lado. La muchacha lo miró con desdén rechazando el ofrecimiento: estaba demasiado borracho como para cortejarla, hecho en el que convino, aunque a su entender más que bebido se encontraba traspuesto para forzarla a que lo siguiera. 

En un arrebato fugaz se le pasó por la cabeza convertirla en su primera ofrenda sacrificial, pese a admitir que debería perfeccionar un método de captación si en un futuro pretendía obtener el éxito deseado. Dando bandazos de un lado al otro de la calle paró a un taxista despistado que se había perdido por aquellos arrabales. Subió como pudo al vehículo y a la carrera, como si el conductor llevase al demonio metido en el acelerador, abandonaron el lugar dejándolo ante la puerta de su casa.

* * * * *

Dando vueltas en la cama a Poncho le costaba conciliar el sueño. Cada vez que el cansancio lo rendía se despertaba empapado de sudor, en medio de delirantes sueños en los que se veía oficiando el rosario ante una extravagante concurrencia de abogados y jueces que le recriminaban su exigüidad.

Con el amanecer clavaba en el techo la mirada vacía, experimentando con cada movimiento de cabeza la sensación de que una pesada barra de plomo le batía el cerebro. 

Fuera de quicio y mareado se levantó, tomó un zumo de tomate con una aspirina para exhortar la resaca y conteniendo la gana de vomitar se acostó de nuevo.

Cuando a media tarde al fin despertó casi lúcido, tras devorar un trozo de pan reseco del día anterior y beber una cerveza caliente, comenzó a pensar claro. 

Tenía que solucionar varios asuntos. Primero que nada enviar un correo a su novia antes de que le fuera a sus papás con el cuento de que no le hacía caso, alejándolo de propósito por alcanzar sus designios. 

Hacía días que ni siquiera encendía el ordenador. Pese a que su prometida había quedado eclipsada por sus nuevas inquietudes místicas y demás exigencias espirituales, Beny se conectaba con ella apenas lo justo para mantener viva la llama del compromiso hasta la consumación evitando así la presión de su padre, considerando lo importante que para él era aquel enlace.

No obstante la española, recelosa por sentirse absolutamente relegada, procuraba incordiarlo lo mínimo, alimentando la certeza de que la boda ineludiblemente se celebraría, asegurándose la fortuna y placeres entretejidos en su ánimo, protagonizados por una recua de promiscuos vasallos hambrientos entre quienes su prometido figuraba con un escueto papel secundario de paganini.

Cumplido el ceremonial de halagos, tras intercambiar un par de palabras dulces, un requiebro y cuatro ñoñeces, el juarense se despidió fingiendo añoranza para, aliviado, centrarse en sus prioridades más íntimas.

Lo siguiente que le urgía era disponer de recursos para evitar otro eventual plante como el sufrido la noche anterior por la prostituta al postergarlo, privándolo así de la oportuna víctima propiciatoria. Necesitaba alguna sustancia con la que narcotizar a sus futuras mártires, garantizándose su colaboración sin oponer la menor resistencia. 

Después estaba lo de la indumentaria y, como alma que lleva el diablo, se fue a un al bazar religioso más prestigioso del centro, los Talleres Eclesiásticos Belén, donde equiparse de una casulla digna de su nuevo rango sacerdotal.

Continuará...