Al hilo de las tablas

El adiós de un cavaleiro

El pasado viernes, seis de septiembre, cuando la plaza de toros de Campo Pequenho -la catedral del toreo- se disponía, con su solemnidad acostumbrada a despedir a la grandiosa figura del toreo a caballo, Pablo Hermoso de Mendoza; se paraba la música al final del paseíllo, en un sentido y serio minuto de silencio: El motivo no era otro que rendir merecido homenaje, tras su muerte, al veterano y curtido rejoneador Portugués Manuel André Jorge ”Manecas”; forma popular de decir Manuel en Portugal.

La mañana del anterior miércoles, cuatro de septiembre, en toda la raya -zona limítrofe de Portugal con el sur de Salamanca- saltó la triste noticia: “Manecas” ha muerto. La noticia, que como todas las malas nuevas rara vez, vuelven para atrás; se apoderó de la realidad, para confirmar que había fallecido apegado a su tierra y a su pueblo Nave de Haver, que lo vio nacer. Tenía 85 años, llenos de vida y experiencia. Últimamente a “Manecas” sólo lo sacaban de su pueblo, de su finca y de sus ganados, -sobre todo sus caballos lusitanos- los toros, los caballos y los amigos. 

En la paupérrima raya hispano lusa de los años cuarenta, su familia gozaba de ciertos alivios vitales, que le ponían en otro nivel social y económico con el resto de sus paisanos; eso no quiere decir que el ambiente reinante no les hiciera compartir ciertas realidades. Ahí, entre sus caballos y sus gentes surgió el hambre de toro de “Manecas”. Una carrera que comenzó en las parcas fiestas de los pueblos de la raya, con el atractivo para los españoles, de verlo ataviado a la Federica, traje típico de los rejoneadores portugueses. En aquellos tiempos para los municipios españoles de la posguerra, acartelar a “Manecas” era sinónimo de fiesta grande. 

Poco a poco se le fue abriendo el horizonte, y fue pisando muchas plazas de España, Portugal y Francia. Tampoco se le escaparon Angola y Mozambique, colonias portuguesas en las que el país vecino organizó significativos “eventos tauromáquicos”, que dicen ellos. Siempre amparado por el sello de la torería chispeante y la vergüenza torera, manteniendo el tono en cada una de sus actuaciones. Tomó la alternativa en la señera plaza portuguesa de Coruche, en la primavera de 1965. Aquella tarde compartió cartel-entre otros- con José Falcón, matador de toros tan vinculado a Salamanca, que a los pocos años murió en la plaza de Barcelona. 

Sin llegar a entrar en el olimpo de las grandes figuras portuguesas y españolas, del toreo a caballo de su tiempo, compartió infinidad de carteles con todos ellos, siendo ampliamente respetado y tenido en cuenta por los grandes maestros y sus familias, para el resto de su vida. Su amplio recorrido como rejoneador, le hizo un hombre feliz y rumboso, que contó con la amistad del toreo de su tiempo y de tiempos posteriores. La voz melódica y medida de “Manecas” siempre gozó de plena autoridad en los callejones de las plazas de toros, cuando había un toro, un caballo y un hombre en el ruedo. 

Capítulo aparte, merece su capacidad para hacerse con todo tipo de caballos, no había caballo difícil que se le resistiera “dándole la vuelta”, y haciendo de él un animal útil para la tarea que lo necesitara. Su capacidad negociadora, lo dejó más de una vez sin cuadra para torear, a la vez que no tuvo problema para rehacerla en cuatro días, nutriéndose de caballos “echados palante” por los campinos portugueses. “Manecas” con su poder, su inteligencia y su temple volvía a torear todo lo que hiciera falta, pisando el albero- de desiguales condiciones- de esos pueblos de Dios, sabiendo dejar conforme a la parroquia. Y si algún “corajoso” quería caballos, los tenía. 

Verlo pasear por cualquier sitio, o de tertulia con sus amigos en la barra de un bar, y apreciar su condición de torero, todo era uno: pañuelo al cuello, gorra de visera… ademanes moderados, pero expresivos y una capacidad conversadora absoluta, siempre con el caballo en medio de todo. Hace pocos años, tras participar él, en un encierro de un pueblo portugués de la raya; me acerqué para saludarlo, y al preguntarle cómo estaba, me contestó: “montado a caballo, siempre bien”. Gran hueco deja en la feria internacional del caballo de Golegá, pues se va a echar en falta tras su muerte después de más de seis décadas. su figura de elegante jinete, con sombrero de ala ancha y a lomos del mejor ejemplar de su cuadra – últimamente su lusitano Morante, bien valorado como semental- 

La marcha de “Manecas”, nos deja nostalgia de otros tiempos y de otras personas. La misma que él me contagió, el pasado invierno en un homenaje, que recibió en Ciudad Rodrigo; cuando me dijo: “Aquí ya no quiero venir, no están mis amigos” Y me nombró media docena de personas que se los había llevado el tiempo, tras compartir larga vida con él. Provocando que me sacudiera los recuerdos a manotazos. Pero al final siempre comporta la gratitud a quien ha dejado tan largo rastro de vida. Y desearle: ¡Plena vida maestro!