Desde el otro lado

Las anécdotas del Pacificador

Las anécdotas del dictador dominicano Ulises Heureaux, Lilís, último presidente de la República Dominicana del siglo XIX y a quien se le denominaba el “Pacificador”, son siempre muy hilarantes y muestran su sapiencia natural e intuición especial.

El llamado “Pacificador” gobernó en tres ocasiones: del 1 de septiembre de 1882 al 1 de septiembre de 1884; del 6 de enero al 27 de febrero de 1887, y nuevamente desde el 30 de abril de 1889 hasta su ajusticiamiento en 1899.

A Lilís se le conocen muchas historias, algunas recogidas en diversos libros como los de Emilio Rodríguez Demorizi, Vigil Díaz, Augusto Vega, Jaime Domínguez, Carlos Dobal, Mu-kien Sang Ben, José Nova, Kim Sánchez y recientemente Orlando Inoa. 

En una ocasión el general José María Cabral, héroe de las guerras de Independencia y de la Restauración, ya anciano, hace su última visita a la capital y desea ir a saludar al presidente Lilís, quien con gusto le confiere la cita.

Cuando llega a la casa presidencial, hoy Casa de las Academias en la calle Las Mercedes, tuvo que ser asistido para subir al segundo. 

Una vez en el despacho del presidente, este le expresa su regocijo por la visita y mantienen una interesante conversación hasta que Lilís hace una de las suyas y dirigiéndose al vicepresidente Manuel Concepción Gautier, quien le acompañaba, le dice: "Mira, Manolao, tanto que yo quiero a este viejo y él trató de fusilarme en dos oportunidades, cuando la guerra de los seis años". Pero el general, quien ya estaba en sus últimas, se levantó como un resorte y le aclaró con mucho enojo: "Sí, lo iba a fusilar por amigo de lo ajeno”.

Lilís, ante la actitud agresiva y la incómoda situación, ya que el general quería marcharse de inmediato, trató de tranquilizar a Cabral y le contestó sonriendo: "Sí, es verdad, mi querido general, pero descuide, ya yo estoy curado de ese vicio". 

Otra de las anécdotas más conocidas de Lilís es la relativa al cañoncito de oro. 

Un compadre visitó a Lilís a quien le llevó de regalo un pisapapel: un cañoncito de oro macizo. Pero Lilís, al ver lo costoso del obsequio le dice: "Gracias, compadre, pero yo no lo quiero, porque ese cañoncito tira".

El compadre atareado, creyendo que Lilís le hablaba de manera literal, le expresó: "No, compadre, ¡cómo va a tirar, es un adorno para su escritorio, es muy fino y costoso!". 

Lilís de nuevo le reiteró: "Compadre, ese cañóncito tira”.  Pero el compadre continuó haciendo las valoraciones del fino regalo.

En eso duraron un largo rato hasta que Lilís, para salir del paso, aceptó el presente y continuaron su amena conversación. En eso el compadre le dice a Lilís: "Compadre, yo necesito un favor suyo: que me exonere los impuestos aduanales de varias maquinarias que traigo". Y Lilís ni corto ni perezoso le espetó: "Usted ve, mi querido compadre, que el cañoncito ese sí tira".