Memorias de un niño de la posguerra

De los bocadillos de calamares a las tortitas con chocolate o caramelo

En el paso de la infancia a la juventud, iban cambiando nuestras aficiones gastronómicas, presididas en todo momento por la austeridad, producto de nuestras posibilidades económicas. De las pipas y las chufas pasamos a los bocadillos de calamares, más sabrosos y nutritivos. La afición a este producto se ha mantenido con el transcurso de los años. Había opiniones de los que se autocalificaban como expertos, que afirmaban que la materia prima de estos productos no eran auténticos calamares, sino voladores u otros habitantes de los mares, de menor calidad, pero que nos parecían riquísimos.

Todavía hoy no faltan bares que ofrecen bocadillos de calamares como principal producto de consumo. Un ejemplo, el bar de la Plaza Mayor madrileña, que tiene a estos bocadillos como principal oferta, de gran aceptación. En mis tiempos de estudiante, nos congregábamos en la parte de la calle San Bernardo, Metro de Noviciado, junto a las entonces Facultades de Derecho y Ciencias Políticas y Económicas, y el Conservatorio de Música y Declamación. El precio en aquellos años era de dos pesetas por bocadillo, que se presentaba como lleno de producto, aunque en realidad se limitaba a lo que abarcaba la vista.

A finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, apareció un producto que desde el primer momento tuvo gran aceptación. Me refiero a las tortitas con nata, y chocolate o caramelo. Creo que la primera cafetería que ofreció tortitas fue California, seguida por otros establecimientos en el entorno de la Gran Vía.

El recuerdo de aquellas tortitas está unido a la figura de mi tía Mercedes, la mayor de mis tías. De vez en cuando, me invitaba, generalmente los fines de semana, a uno de los cines de estreno (en entresuelo, por supuesto, las butacas de patio nos estaban vedadas), en la primera sesión de tarde, y después nos íbamos a merendar las ya famosas tortitas. Recuerdo cuando se acababa de estrenar la película "Gilda", protagonizada por la entonces famosísima Rita Hayworth, y el gigantesco cartel que anunciaba "Gilda" estaba lleno de tinta. Se decía que Rita se desnudaba en la película, lo que era una gran mentira. Entonces se clasificaban, por la censura las categorías morales de cada film, y "Gilda" se quedó con un 4, equivalente a "gravemente peligrosa". Su gran peligro se basaba, según los censores, en que la protagonista besaba varias veces con Glen Ford, y al interpretar la famosa canción "Amado mío", se iba quitando unos largos guantes. La bella Rita, que se casó varias veces, entre ellas con Orson Welles y el Aga Khan, terminó sus días afectada por el terrible Alzheimer. Espero que no sufriera esa enfermedad por haber tomado demasiadas tortitas.