El crecimiento de Madrid
Hace unas semanas, de la autoría de Juan E. Iranzo (1) y José María Rotellar (2) hemos leído, en The Objective, interesantes análisis económicos relativos a la pujanza económica de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) que la sitúa actualmente, aplicando criterios habituales, como la primera de España (por encima de Cataluña) y entre las cinco regiones más ricas y dinámicas de la UE, si bien con notable varianza estadística entre la capital, con su cinturón urbano, y el resto de la provincia (y próximos entornos geográficos). Además, aunque Madrid sufre la desventaja de carecer de puerto marítimo o fluvial se beneficia de la renta de situación que le confieren capitalidad y centralidad; asimismo, el 80% de su PIB lo genera el sector servicios, menos expuesto a efectos desestructuradores de la globalización que el sector industrial (comparativamente, el 20% del PIB catalán corresponde al sector industrial).
Que la CAM conserve y refuerce esa pujanza es vital no sólo para los avecindados sino para España, por las transferencias madrileñas que ayudan, obviamente, a cohesionar territorialmente la nación común. Sorprende, o no tanto, que el totum revolutum artillado por los proponentes del consenso socialista-comunista-confederal-independentista favorezca, políticamente, aumentar las desigualdades que se darían en un Estado español plurinacional con redistribución confederal minimizada. Pues es abundosamente sabido que -a pesar de la redistribución con fines de perecuación regional que reasigna hoy día el Estado, vía balanzas fiscales- la igualdad de oportunidades no se cumple entre las distintas CCAAs. Ni en el sistema de salud, ni en renta per cápita, ni en transportes públicos, ni en calidad universitaria, ni en salarios de funcionarios, ni en acceso al empleo, etc. La CAM ayuda lo que puede (es decir, al máximo) al tiempo que otras regiones (una, con su concierto específicamente único; otra, con su singular independencia fiscal en construcción -antesala de la otra independencia- por dimisión chanchullera del Estado) se escaquean miserablemente (¿alguien duda que se trata, en efecto, de auténticos miserables?) ante la solidaridad interterritorial que ampara La Constitución y perfeccionamientos estatutarios posteriores.
Si bien se mira, no es tanto la CAM como la propia capital, Madrid, la que soporta el peso de la compleja contignación de la deseable cohesión territorial española. Y las ciudades –su crecimiento, en varios sentidos, económico, poblacional, etc.- requieren análisis específico ligeramente diferente al de las regiones en las que están ínsitas, a las que favorecen –o perjudican- con sus desbordamientos (virtuosos, en algunos casos; perversos, en otros). En este sentido, en dos o tres colaboraciones, vamos a intentar abarcar el panorama teórico-académico vigente en aras de anticipar la evolución de Madrid, polo mayor del crecimiento español, a treinta años. Aunque anticipar el futuro económico a treinta años no es previsión a la largo plazo sino mera prospectiva –siempre contingente e imprevisible- conviene presentar algunos elementos que sí conciernen a las proyecciones relativas a la planificación económica de una gran ciudad, allende el punto de vista urbano o infraestructural, ateniéndonos a lo que dice la ciencia económica hoy día (geografía económica, economía espacial, teoría del capital-conocimiento, economía de aglomeraciones, etc.)
Una de las cuestiones que más ha atraído a los economistas urbanos es el análisis de la distribución de los tamaños de las ciudades y de su evolución en el tiempo. Se trata de una cuestión difícil debido a complejos comportamientos dinámicos en los que se producen fluctuaciones e interacciones de forma continua. El afán por analizar con discernimiento las jerarquías urbanas y sus evoluciones ha impulsado el estudio de la naturaleza y causas del crecimiento de las ciudades lo cual quizás sea de interés para encaminar su aplicación al caso de Madrid. El origen de este tipo de trabajos debe buscarse en el estudio de la distribución estadística de rentas y de empresas, según su talla, llevado a cabo, respectivamente, por Vilfredo Pareto (1896) y Robert Gibrat (1931).
La ley de Pareto permite representar, además de la distribución de rentas, la distribución de ciudades por su talla/población (Pareto/Zipf). Aunque mucho menos conocido que Pareto, el físico francés Gibrat publicó en 1931 un libro – Les inégalités économiques- en el que intentaba generalizar la distribución de rentas del primero dando lugar a lo que se conoce como ley de Gibrat o ley de los efectos proporcionales (Law of Proporcional Effects) El modelo de Gibrat es puramente estadístico y se inspira de los trabajos del astrónomo Jacobo Kapteyn que había constatado que las distribuciones asimétricas son muy abundantes en biología. Aunque la ley de Gibrat no se ha visto totalmente confirmada por trabajos empíricos posteriores –los estudios econométricos son contradictorios al respecto- da lugar a varias interpretaciones, no todas coincidentes, resumidas en dos enfoques principales:
1.- Respecto al crecimiento, no existe talla óptima de empresa.
2.- A partir de la versión fuerte de la ley se deduce que la tasa de crecimiento de una empresa, en un momento dado, no afecta al crecimiento posterior. En cierta medida, ello significa que la tasa de crecimiento de la firma no depende de la historia de la firma ni de la dinámica de su talla.
Se constata que las empresas pertenecientes a un mismo sector crecen a tasas distintas y que los diferentes sectores crecen asimismo a tasas también distintas. Esta disparidad, que tanto intrigó a Gibrat, lo llevó a considerar que la dinámica de las empresas es aleatoria. Si la dinámica es aleatoria, el voluntarismo planificador apuntando a la talla óptima, dentro de cada sector, quizás resulte en el largo plazo, más que inútil, contraproducente. En virtud de este punto de vista, toda empresa tendría, ex ante, cualquiera que sea su dimensión, la misma probabilidad de crecer a una tasa dada que cualquier otra empresa. Dos argumentos de fondo parecen sostener esta tesis. En primer lugar, no ha podido constatarse relación lineal satisfactoria que permita atestar una dependencia funcional entre la tasa de crecimiento de la firma y su talla. En segundo lugar, son tantos los factores que inciden en la evolución de la talla de la firma que resulta ingenuo privilegiar alguno de ellos, empezando por la propia talla.
Sin embargo -el tema es complicado- estudios relativamente recientes invalidan parcialmente la ley de Gibrat. Lo que dicen estos trabajos es que, en algunos sectores, a partir de cierto umbral, el aumento de talla de una empresa se acompaña de disminución de su tasa de crecimiento. Es algo más frecuente que las pequeñas empresas crezcan a tasas más elevadas que la media y las grandes a una tasa inferior aunque su tasa de supervivencia es superior. No obstante, si la distribución estadística no permite verificar la hipótesis de crecimiento aleatorio, tampoco hay una relación lineal clara entre la talla de la empresa (número de empleados, facturación, beneficios, valor de los activos, etc.) y la tasa de crecimiento.
En ciertos sectores de actividad el número de empresas disminuye, en otros aumenta bruscamente. Algunas ciudades españolas fueron un emporio del sector pesquero y del naval, hoy en decadencia. Lo mismo sucederá con la automoción que quizás se vea sustituida en su papel de locomotora local de algunas ciudades por la biotecnología, el sector farmacéutico, el turismo o la industria cinematográfica, etc. Siempre y cuando reúnan las condiciones para la reconversión en un marco globalizador cada día más competitivamente exigente.
Los cambios intersectoriales e intrasectoriales son desiguales según las actividades y regiones; como dicen los matemáticos, el crecimiento no es homotético. Por tanto, la tasa de crecimiento global de una economía no es definitoria de lo que sucede a nivel desagregado; el crecimiento es desestructurante como ponen de relieve los ciclos del producto en los que suelen especializarse las ciudades o regiones. En general, la especialización en unos pocos sectores de las áreas urbanas es debido a que las externalidades virtuosas favorecen solamente, o principalmente, a las empresas del sector mientras que las externalidades perversas las sufre toda la aglomeración. Cabe preguntarse si en estas condiciones la política industrial y la política regional pueden jugar algún papel y cuál. Difícil responder atinadamente. Ahora bien, el actual contexto de la globalización –con las desestructuraciones que conlleva- parece operar a favor de la ley de Gibrat. La difusión del progreso técnico junto con el desarrollo/consolidación o liquidación y renovación de la estructura productiva existente es inevitable y salta de un punto al otro del planeta –verbigracia de Silicon Valley a Bangalore y de Bangalore a Shanghái (con sus robots humanoides, casi de ciencia ficción, dopados con IA)- cuando nadie se lo espera. Como referencia, apuntemos que la IA fue en el 2023 la primera tecnología en cuanto a impacto económico en Cataluña. El pasado ejercicio se cerró con un total de 488 negocios que daban trabajo a 14.500 empleados y que sumaron unos ingresos totales de 2.100 millones de euros. Desde que la Comisión Europea aprobó el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) del gobierno español, el Estado asignó a la Generalitat, a través de las conferencias sectoriales, un total de 3.910 millones de euros de fondos Next Generation. Los objetivos de dichos fondos son, más allá de los recursos recibidos, contribuir a la transformación de las economías europeas. Conviene saberlo y no dormirse en los laureles.
(1) https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-10-07/madrid-motor-de-crecimiento/
(2) https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-10-10/eficiencia-madrid-egoismo-catalan/