Al hilo de las tablas

Cuando el toreo toca el alma

En el pasado San Isidro, antes de entrar a una de las pocas corridas a las que fui, un aficionado y viejo conocido me felicitaba por el artículo publicado pocos días antes; que llevaba por título “Decretos y revuelos”  que apareció en este mismo medio. A la vez que, mientras me rebozaba gustoso su  muleta dialéctica, me metía hasta el alma la punta del estaquillador; diciéndome: “Ya es hora de que dejes de escribir de tu tierra” Aquello me hizo revolverme y recitarle en el acto lo versos de   Fernando Villalón, que terminan con un contundente: “Siempre fue un malnacido el que renegó de su casta”. Hoy vuelvo a escribir de mi tierra 

Resulta que cuando al rayar el día, martes  29 de julio, las redes sociales se hacían eco de la muerte de Paco Camino, yo me acordaba de Manolo, un hombre de mi pueblo- Ciudad Rodrigo- al que apenas traté, pero del que me quedó constancia de su condición de caminista de pro; y de su condición de hombre recio que sólo decía una vez las cosas. 

Oír hablar del maestro Camino y de Manolo -por separado obviamente- me suscita unas concordancias inusuales. Pues todos los que me hablan de uno y de otro refieren gracia, reciedumbre, habilidad, osadía, destreza… Características de las que el maestro de Camas hizo gala en el tiempo, traspasando su carrera; y que los que trataron con cercanía a Manolo- fallecido hace tres décadas- nunca olvidan;  así como  la rectitud para cumplir  los horarios. De tal manera que una noche hizo arrancar al autobús de la peña Paco Camino- que él presidía, dejando en tierra a su padre junto a dos amigos. Pues se había cumplido la hora fijada por los peñistas, para  ponerse en marcha hacia Ciudad Rodrigo. 

Es cierto que siempre admiras en otras personas, las cualidades que atesoras en ti mismo, y a la vez detestas en otros, los defectos que a ti te cobijan. La admiración de las propias cualidades hizo que Manolo apreciara la listeza de ratón colorao que tenía el maestro Camino, cuya transparencia hizo que nunca dejara de ser figura. Una claridad que permitió  ver su grandiosa majeza con muleta y capote, y una pureza definitivamente contundente con la espada que no ha permitido el más mínimo impedimento, ni a crítica, ni a público.   Y estas cartas las puso encima de la mesa cuando lucía cara de niño  y cuando las canas acompañaban redondeces en sus vestidos de torear. El toreo es vida y la vida es toreo. Paco fue torero siempre, y Manolo también en su almacén de piensos, por el que yo pasaba a diario camino del colegio;  y  formando parte del jurado en el Bolsín Taurino Mirobrigense, donde valoraba las ganas y condiciones de quien quería ser torero y se arrancaba para los que no trataban al toreo con el respeto merecido. 

El maestro Camino ha dejado un gran reguero de arte, y un significativo rastro humano. De ello queda constancia en las comarcas de la Vera y el valle del Tiétar, donde se asentó hace más de 50 años, criando a su familia y soñando las embestidas de sus vacas Santacolomeñas, que tanta bravura han regenerado en ganaderías hispanoamericanas, con la moderna técnica de extracción de embriones. Una tierra en la que se ha quedado para siempre, como muestran las fotos que cuelgan de las paredes  del bar La Golondrina de Arenas de San Pedro, y la eterna amistad con los propietarios del Bar Chiquito, de cuya cocina era frecuente llevarse los magníficos callos que cocinaba la señora Albina. 

Hoy Paco espera en el cielo, a uno de los pocos colosos con los que compartió condición, me refiero a don Santiago Martín, que hoy habrá llenado su alma de nostalgias y dolor, esperando  que se plenifique en el cielo aquel inefable cartel- Camino, Puerta y el Viti- que tanta gloria dio en la tierra.