Del sur xeneixe

Qué significa la democracia en la época del Imperio Comunicacional

Desde hace algunas décadas, el mundo asiste a un fenómeno político y social de gran trascendencia que diariamente pone en cuestión el sentido y la definición de la palabra democracia dentro del marco existencial en que transcurre la vida contemporánea.

Ya no se trata –como plantea G.D.H. Cole en su “Historia del pensamiento socialista. Los precursores (1789-1850) (Fondo de Cultura Económica;  Tercera edición 1964) de discutir el concepto en sí, su origen, las distintas expresiones que asumió a lo largo de su milenaria historia o los rasgos que la diferencian a su interior, considerando que “ni en política ni en moral hay ninguna idea o sistema importante capaz de ser exactamente definido “, por lo que se pregunta ; “Quién puede definir satisfactoriamente lo que es la democracia, la libertad, la virtud, la felicidad, el Estado, el individualismo o el socialismo? “a lo que se responde que “lo más que puede intentarse en conceptos como estos, con alguna probabilidad de éxito, es descubrir algún núcleo central del significado, que esté presente con adiciones distintas, en todos o en mucho de los diferentes usos de las palabras de que se trate, pero que, casi seguramente, nunca se encontrará solo, sin ninguna adición (Introducción: pág.9)

En nuestro tiempo, a esa dificultad semántica nada desdeñable, deben agregársele para complejizar aún más la definición de ese término polisémico por definición, los matices nacidos a la luz del avance tecnológico en los últimos 70 años, que han dotado a los poderes planetarios dominantes de un arsenal de herramientas sofisticadas, variables y heterogéneas para someter o influir la dirección de las voluntades de los ciudadanos al momento de tomar decisiones trascendentes.

La crisis de significación del término, sin embargo, no ha sido planteada –hasta donde conozco- en sus justos términos todavía.

La cuestión central tiene como protagonista la propia arena política, al marco institucional político donde se construyen las políticas públicas que han de impactar en la vida de los ciudadanos y en última instancia, se define el destino de los pueblos.

Ya no se trata de discutir si estos se inclinan por las formas directas o representativas de democracia, por el número de sus órganos de legislación o los sistemas parlamentarios sino y en primer lugar, si puede continuar designándose como democráticos a regímenes políticos penetrados por mecanismos de control y dominación surgidos del tecno capitalismo vigente en los comienzos del nuevo milenio que reproduce en escalas cada vez más vastas sus designios de dominación mediante una activa integración de áreas científicas, tecnológicas e informáticas

El significado de la democracia moderna ha sufrido graves alteraciones en la época de dominación del imperio comunicacional, a tal punto que a esta altura de la historia podríamos distinguir el tradicional concepto nacido en la Atenas del siglo V antes de Cristo que se reconoció en sus líneas generales como tal desde hace 25 siglos hasta la centuria pasada, que practicaba Sócrates en su vida cotidiana, aborrecía Platón en sus profundas reflexiones (la democracia es el gobierno de la multitud), y convertía en sistema político Aristóteles (la democracia es el gobierno de las mayorías), de ese otro que irrumpió de manera progresiva durante la segunda mitad del siglo anterior a la luz de los avances tecnológicos generados por la lucha política, ideológica y comunicacional planteadas entre los dos grandes bloques dominantes en que se dividía el mundo después de la segunda postguerra hasta la crisis final de 1989 dirimida con la victoria del mundo capitalista sobre el socialismo en todas sus formas y derivó en la hegemonía unidireccional del bloque triunfante.

Puede decirse, sin temor a equívocos, que durante 2500 años cuando se hacía referencia a la palabra democracia (demo: pueblo, kratos, gobierno) se aludía a un sistema político de organización social en el que domina la voluntad de las mayorías (definición aristotélica), pero desde mediados del siglo anterior en el que hace su aparición indisimulable esa compleja red de voluntades interdisciplinarias que incluyen a la ciencia en términos generales, la psicología, las ciencias de comunicación, la sofisticada servidumbre de los servicios estadísticos y la informática en particular, el sujeto en cuya voluntad el sistema reinante delegaba la elección de los representantes gubernativos comenzó a estar expuesto a un vaporoso sistema de penetración psicológica y formateo, que en amplio marco se extiende desde los planos volitivos a aquellos más o menos subconsciente que terminan por someter sus determinaciones a los designios de intereses que muchas veces colisionan con su pensamiento propio cuando no se apoderan de él o lo sustituyen.

Ese fenómeno de penetración más o menos sutil, aplicado sistemáticamente mediante metamensajes fluidos cuando no tergiversaciones manifiestas impuestas a través de textos repetitivos organizados en cadenas horizontales fue ganando espacios de exposición a lo largo de estas últimas décadas y se expresa de modo desaforado en algunos países occidentales en particular, en los cuales cobra una notoriedad sorprendente.

La aparición de un nuevo sujeto urbano que no opera desde su propia subjetividad sino que se nos aparece como el paciente producto psicológico, social y político de la construcción mediática cobra cada vez mayor envergadura y nivel de sofisticación, alineado con la intensificación de los procesos tecnológicos que impulsa la matriz capitalista de la etapa imperial.

En su forma originaria, es hijo putativo de este feroz capitalismo tardío que, proyectado hacia su propio interior en el campo de la economía, que impone la ampliación permanente de la masa de consumidores que concurren a los mercados de bienes, puso en marcha campañas feroces de captación de voluntades cautivas para asegurarse franjas de comercialización rentables, camino que lo condujo a incorporar a su arsenal de recursos de persuasión a especialistas de los más diversos campos del saber humano, desde las ciencias de comunicación hasta el marketing de negocios sin olvidarse de la psicología, campos que fueron su campo experimental inicial y desde ese campo se extrapolo a los ámbitos de poder dominantes y al corazón del sistema político dónde está produciendo efectos devastadores, al punto que resulta impropio al menos, seguir hablando de democracia en los términos que era habitual hacerlo hasta mediados de la centuria anterior.

El filósofo argentino José Pablo Feinmann desde finales del año 2010 y hasta el 2013 estudió con agudeza en una serie de ensayos que reunió bajo el título de “Crítica de la razón imperial” el fenómeno que venimos refiriendo, colocando el eje en las transformaciones de la subjetividad.

Debemos observar que sus reflexiones se limitan a explicar el funcionamiento de los mecanismos comunicacionales que referimos a la conquista de los países que están más allá del radio de acción de los países centrales, sin embargo de lo cual, sus penetrantes observaciones de los mecanismos de penetración subjetiva son perfectamente aplicables al fenómeno que intentamos explicar

Decía a ese propósito: “¿Qué es la subjetividad? ¿Qué es el sujeto? ¿Es libre el sujeto? ¿Por qué no es libre? ¿Tiene posibilidad de rebelarse?

LA RAZÓN IMPERIAL HA SIDO LA CONQUISTA DE LOS SUJETOS DE LOS PAÍSES SUBALTERNOS”, agregando luego “Hoy, el Imperio del siglo XXI ha hecho la revolución informática. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON EL ARMA PARA ATRAPAR Y SOFOCAR LA LIBERTAD DEL SUJETO.EL SUJETO NO LIBRE ES EL SUJETO SUJETADO.” (Introducción, De la conquista de América a la Guerra contra el terror; Libro I. La colonización de la subjetividad. El poder mediático y la construcción del sujeto-otro. Suplemento especial de Página 12; 19 de diciembre de 2010)

Esas profundas meditaciones continúan. “este señalamiento.…indica que el sujeto sujetado vive aprisionado por todos los recursos del aparato mediático-ideológico del poder…el poder mediático busca colonizar la subjetividad. El poder se juega hoy en torno al sometimiento de las subjetividades”.

Hablar entonces del nuevo sujeto urbano como un individuo en el que se conjuga una identidad derivada, producto del choque entre su razón interior y la razón deletérea y contingente provista por la red sin rostro de infinitos mensajes constituyentes, dueño de lo que podríamos denominar una identidad difusa, parece más propio para definir al habitante citadino en la situación actual.