La música de la palabra

El flamenco en busca del silencio

La fuerza de un remate consigue remarcar el silencio, hacerlo paradójicamente audible y, a su vez, luminoso. El arte flamenco va en busca del silencio para dejarlo preñado con toda su esencia.

José Bergamín parafraseando a Cervantes habla de un silencio mudo, “que se guarda silencio a sí mismo.” Esta paradoja entraña el silencio más profundo, el más silencioso, acaso el que más suena. De ahí que no sea lo mismo el silencio anterior a la música que el silencio que la música nos deja.

En los lienzos mudos de Velázquez la luz también canta silenciosamente, pero es en las artes efímeras y especialmente en flamenco donde el silencio se expresa con más fuerza, con más dolor, con más sinceridad. 

Frederic Mompou quería que su música apenas fuera la voz del silencio, que apenas rozara el silencio como un copo de nieve al deslizarse sobre el cristal de un espejo. Por eso decidió usar el tercer verso de una lira de San Juan para nombrar su obra, La música callada; José Bergamín también escogió ese mismo nombre como título para uno de sus libros, La música callada del toreo, donde el poeta filósofo y aficionado cabal nos cuenta que, en silencio, él escuchaba flamenco al ver torear. 

La experiencia de Bergamín y la música de Mompou dibujan la expresión artística del cante por lo bajini (cantar bajito en el flamenco); no obstante, para profundizar en esta expresión necesitamos recurrir al cuarto verso de la misma lira de San Juan: “La soledad sonora.” Cuando el cantaor canta por lo bajini canta como si estuviera solo, aunque haya público. No puede haber mayor sinceridad artística. Cantando bajito invita a los oyentes a la soledad y al silencio, les abre las puertas de su más íntima soledad. Cantando bajito el silencio se asoma y el duende inunda la taberna. En palabras de Bergamín se trata de una “silenciosa invitación íntima, secreta.” Cuanto menos sean los oyentes habrá mayor intimidad, por eso es que, a veces, el cante se escucha mejor en la taberna que en el teatro. 

Nos dice Lorca que la interjección “ole” viene de Alá, Dios en árabe; es decir que cuando pasa el toro y vuela la capa, Dios se acerca, porque por ahí también pasa la muerte, el silencio. En el flamenco el “ole” también se escucha después de un buen remate. 

El guitarrista tocando por seguiriyas alegoriza el vuelo de la capa, esperando al cantaor intuitivamente; este último, por su parte, elige el momento exacto para embestir al tocaor que consigue escapar con una nueva falseta. Y eso es lo que evoca el vuelo de la capa, juego de sombra y luz, belleza infinita de la muerte como retablo de la vida. Silencio infinito que guarda silencio a sí mismo.  

Un rasgueo, el final de un picado, un remate, un castañetazo, el último tacón de un zapateado son destellos interminables que se apagan como luciérnagas sobre el lienzo oscuro del silencio; de esa manera nos estremecen porque nos recuerdan que la muerte es el único destino.         

Todo surge del silencio y todo regresa al silencio.