Cápsulas viajeras

Guatemala: magia y color ancestral

Guatemala: magia y color ancestral - Carlos Muñoz González

De San Salvador viajé a Ciudad de Guatemala, y tras pasar brevemente por la capital guatemalteca me trasladé a Antigua, una ciudad colonial capital del antiguo reino de Guatemala. Allí la luz era distinta. El sol se asomaba detrás del volcán y paulatinamente iba ascendiendo. Yo lo observaba desde el arco de Santa Catalina. El efecto que producía aumentaba la luminosidad de las calles, los conventos, las casonas. Cualquier momento y hora eran agradables para caminar. Los niños lo hacían cogiendo de la mano a sus hermanitos pequeños, llevaban uniformes de diferentes colores acordes a sus escuelas. Todo estaba lleno de vida. La variedad e intensidad del colorido estaban en todas partes. Siempre había algún artista con su caballete sentado en una silla con pincel en mano captando la luz, el color, las escenas de la vida cotidiana del pueblo; otros lo hacían sentados con las piernas cruzadas en el suelo mirando al firmamento con sus manos pintadas de óleo y acuarelas. Antigua es un lugar lleno de creatividad. Me quedé allí un tiempo disfrutando de sus cafés, mirando a través del forjado de las ventanas de sus bellas casonas.

Desde Antigua Guatemala partí hacia Chichicastenango, un pueblo indígena cerca de Antigua de etnia Quiché que se caracteriza por su riqueza cultural, el colorido de los trajes típicos. Mi llegada a aquel lugar coincidió con un día de mercado. Las paradas todavía estaban llenas de flores para las ofrendas. Subiendo las escalinatas, en la parte alta de la iglesia, se practicaban rituales con oraciones e incienso. Me detuve cerca de la base de la escalera en un área donde esparcían el humo de sus vasijas. A pesar de la conquista española y la cristianización, fue difícil despojar a los indígenas de sus creencias, lo cual provocó una mezcla de tradiciones y culturas. En los alrededores de la iglesia de Santo Tomás aún practican sus rituales ancestrales. Pude observar la fe religiosa de los Quiché en la escalinata de la iglesia, donde se hacen ofrendas, peticiones invocando a Dios, pero en el fondo también se invocaba la fuerza ancestral de una cultura que había resistido a lo largo de los siglos

Guatemala: magia y color ancestral - Carlos Muñoz González

Todo lo que no quise aprender en geografía y otras materias de humanidades en el colegio lo aprendí en su verdadera dimensión durante mis viajes. América dejó de ser un pueblo lleno de indios, como me lo habían vendido, para convertirse en un rico mundo de diversidades y cosmovisiones que abrieron mi mente a una verdad maravillosa.

En las semanas siguientes estuve en un pueblo llamado San marcos, donde se practica en yoga y la meditación, y luego me trasladé a Santiago, otro pueblo cercano junto al Lago Atitlán, uno de los remanentes de la cultura maya. Las fuertes lluvias habían incomunicado al pueblo y el parque central, el embarcadero y los negocios estaban inundados. Un camión bombeaba miles de litros diarios para sacar el agua, pero los niños gozaban en la “piscina” que se había creado en aquel parque donde se divertían nadando, saltando al agua desde los bancos o chapoteando encima las mesas.

El tiempo en Atitlán me sumió en un estado introspectivo. Cada momento tenía su encanto, lloviera o no, fuera de noche o de día. El contraste de los volcanes con la superficie azul del lago, los doce pueblos que lo rodean, la frondosa y verde proliferación de vida alrededor del agua me llenaban de un profundo y perfecto silencio. Fue allí donde surgieron estas palabras:

Imposible transmitir la belleza que me invade.
Indescriptible la tranquilad y la paz que emana.
Sombras se mueven, un silencio espera.
Una visión de inspiración y belleza eterna
bajo las nubes y la niebla reinan.
En el reflejo del agua doce ángeles, doce apóstoles que
dan nombre a doce pueblos, mientras sus luces y las
estrellas juegan con el agua oscura que yace a las
faldas de tres dragones dormidos, son los volcanes
protectores de las tinieblas y sombras.
Osado el que los despierte.
Son los guardianes de la noche y el día
y un hermoso lago es el espejo de mi alma.

Guatemala: magia y color ancestral - Carlos Muñoz González

Salí de los pueblos del lago hacia Lanquín, departamento de Alta Verapaz. Once kilómetros de carretera pedregosa me separaban de una maravilla natural. En medio de un bosque tropical se halla Semuc Champey, donde fluye el río Cahabón por debajo de un puente natural de piedra caliza, en este lugar el agua de las pozas forma piscinas deliciosas, una tras otra, y la corriente que dejaba caer tras de sí una estela de pequeñas cataratas. Allí me di un baño antes de emprender camino hacia Tikal, donde me esperaba un encuentro con el viejo mundo.

Cuando me detuve a pagar la entrada al Parque Nacional Tikal, atravesé una carretera recta hacia el corazón de la jungla durante varios kilómetros. Mi mirada se paralizó transportándome en el tiempo, pues me aventuraba dentro de uno de los mayores tesoros arqueológicos de la humanidad: una selva misteriosa ubicada en la región del Petén, donde se esconden los vestigios más importantes de la antigua civilización Maya. Aunque su construcción se remonta al siglo IV a. de C., su máximo esplendor arquitectónico data del 200 hasta 900 d. C. Innumerables edificaciones se encuentran aún enterradas. Subí al templo más alto y, mientras mi vista se perdía en la jungla, pude comprender por qué sus gobernantes se sintieron los reyes del mundo: frente a sus ojos estaba el universo entero.