Memorias de un niño de la posguerra

De los guateques a Pasapoga

La ventaja de ser el pequeño, con tres hermanos y una hermana que me sacaban catorce, doce, diez y ocho años respectivamente, permitió que me dejaran asistir a los guateques de los mayores, siempre que no molestara, y así poder echar mano de las patatas fritas y frutos secos, pero sin tocar las bebidas, entre las que destacaban el entonces famoso cup, al que a sus ingredientes habituales se les solía añadir la canela, que decían, sin que se pudiera demostrar, que tenía virtudes afrodisíacas.

Se bailaban los ritmos del momento, con discos de “La voz de su amo”, con un perrito en la carátula. Predominaba el fox-trot, sin renunciar a los tradicionales pasodobles, aunque el ritmo de moda  lo marcaba el  jazz con la famosa orquesta de Glen Miller, que participaba en películas, como “Viudas del jazz”, y tras su muerte, en accidente de aviación, se rodó un film sobre su vida, protagonizado por James Stewart y June Allison. Y no faltaba el trepidante boggie-boggie, procedente de los Estados Unidos.

Lo malo es que, en mi inconsciencia, metía la pata interrumpiendo el ligue de algunas parejas. Así sucedió con un amigo de mi hermano mayor, apellidado Doñate, que cortejaba a la más guapa y con un tipazo, llamada Juanita, que tenía un padre que por las mañanas era policía municipal y por las tardes- noches era acomodador en el cine Salamanca. Los esfuerzos de Doñate para conquistar a Juanita se estrellaban por mi presencia, sin que yo atendiera sus señales de que me esfumara.

Entonces había numerosas salas de baile, desde la más modesta, “Las Palmeras”,en la glorieta de Quevedo a la más elegante, que era “Pasapoga”, en la Gran Vía. “Las Palmeras” era la preferida de las muchachas de servicio, y los militares sin graduación. Los jueves y domingos se llenaban de unas y otros, y, no sé por qué, predominaba el rojo en vestidos y prendas de abrigo.

En cuanto a Pasapoga, era la preferida de las clases altas. Su nombre era la conjunción de las letras de sus propietarios, entre los que figuraban Vicente Patuel, que sería el segundo marido de Carmen Sevilla, y acabó como ganadero de ovejas, las “ovejitas” a las que se refería con frecuencia la famosa cantante y actriz del cine y la televisión. Otro de los dueños se apellidaba Gutiérrez, y con su hija Ana Mary coincidí estudiando inglés en Briam Institute, y me cartée cuando se marchó a Inglaterra para perfeccionar ese idioma. Ya En mi noviazgo, bailé en York Club, en Stella y en “La Casuca”. Stella estaba en la calle Arlabán,se atrevía a apagar las luces uno o dos minutos mientras bailábamos, lo que aprovechaban algunas parejas para besarse a toda velocidad. “La Casuca” estaba en Alfonso XIII, y se podía llegar en la línea de autobús número 9, que partía precisamente de la calle Arlabán. Allí se podía bailar, tomar un sándwich y un refresco por la módica cantidad de quince pesetas. También frecuenté la sala de un famoso hotel en la que actuaba la orquesta de Bernard Hilda, un violinista francés que sorteaba algún que otro disco entre los asistentes.

Eran unos años en los que la televisión estaba en sus comienzos, y salir a bailar, junto a ir al cine o al teatro, eran las actividades preferidas de las parejas. Y sin querían mejorar su dominio del baile, podían recibir clases en escuelas como la que existía en la calle del Carmen. ¡Qué tiempos aquéllos!.