Línea 6: Historias circulares

Guzmán El Bueno

Había pensado en escapar. Coger el poco dinero del finiquito, atravesar los tornos dirección Méndez Álvaro y montarme en el primer autobús dirección a ninguna parte que hubiera. Recorrí el largo túnel de Diego de León mascullando palabras que rebotaban hacia todas direcciones dentro de mi cabeza. Cuando llegó el metro una señora entró disparada antes de permitir el paso a los que salían, señal inequívoca de que tenía que abandonar la ciudad. Una pequeña molestia que funciona de gatillo cuando otras pequeñas molestias merodean en tu interior. Al sentarme en el sitio coincidí con un chaval espigado e imberbe que me miraba fijamente. 

—¿Quieres un caramelo?

—No tengo suelto.

—No, no, te lo regalo. Es mi cumpleaños. 

—Felicidades.

El haberlo confundido con uno de esos vendedores ambulantes me hizo sentir estúpido. Me vi en la obligación de aceptar su regalo, un caramelo de fresa. 

—¿Cuántos cumples?

—Veinte.

—¿Y cómo vas a celebrarlo?

—Lo estoy celebrando ahora —en su cara se dibujó una media sonrisa. Pensé que ya había soportado a demasiados locos en el trabajo como para enfrentarme a uno más. Me sumí en el silencio con la esperanza de que la conversación acabara ahí mismo. —Nací en el metro, ¿sabes?

—Ya claro y yo en un taxi.

—No sería tan disparatado —volvió a medio sonreír.

La perspectiva de codearme con un perturbado que regalaba caramelos y decía haber nacido bajo tierra me alentaba a coger ese autobús hacia ninguna parte. Hacia ninguna parte con playa, a ser posible.

—¿Entonces no has visto el exterior?

—No seas estúpido, hombre. Claro que sí. Pero el día de mi cumpleaños me apetece celebrarlo aquí, donde todo empezó. ¿No te parece poético? Lo mejor es volver a casa. Siempre.

De repente, varias personas se acercaron a nosotros. «Hombre, Guzmán, qué alegría verte por aquí. Felicidades», «Saluda a tu madre de mi parte. No tuvo que ser fácil el parto», «¿Tienes caramelos de fresa, Guzmán?». Pensé que la locura era contagiosa y que todos los pasajeros estaban expuestos a un delirio colectivo del que bien merecía alejarme lo máximo posible. Pero no me moví. 

—Te llamas Guzmán, entiendo.

—Sí. Nací en Guzmán El Bueno. El metro se averió y mamá no tuvo otro remedio que tenerme allí. Varias personas le ayudaron a parir y la noticia se propagó como un virus. El primer niño que nace en el subsuelo. 

—Suerte que no se averió en Cuatro Caminos. Aunque ese nombre también me parece poético.

—Un mal día, ¿eh?

—Un mal día, dos malos días, tres malos días. Eso hace un total de una semana regular que unida a las anteriores da como resultado un mes mejorable —ya me había contagiado de la locura.

—Siempre puedes volver a casa, ¿no?

—¿A qué te refieres?

—A que volver a casa siempre mejora las cosas. Tu mes mejorable. 

El metro se detuvo en Pacífico, una parada posterior a Méndez Álvaro. Me había entretenido demasiado con las locuras de Guzmán. Mi autobús hacia ninguna parte se había esfumado. Salí a la calle sin perspectiva alguna de salir de la ciudad. Siempre podía volver a casa. ¿A cuál? Granada quedaba demasiado lejos y mi piso de alquiler demasiado cerca. Cuando abrí la puerta, Ángel, mi compañero de piso me preguntó qué tal había ido el día. Abrí el caramelo de fresa y le dije que bien. Que todo podía mejorar.