La mirada de Ulisas

Japón: nación que clama ser acariciada por nuevas pisadas

LA MIRADA DE ULISAS acaba de regresar de un extraordinario viaje a Japón. Su atisbo se plasmó de admiración y de un sentimiento de cercanía de alma a una civilización que nos lleva años luz en su manera de ser y de obrar. Su cultura se destaca por una revelación que subyuga. Todo huele a limpio y a orden. Se impone el respeto por el semejante con el riguroso silencio que lleva a la venia al prójimo. Esa manera de ver al otro sin invadir su espacio y sin incomodar sus pasos. Tampoco saben robar, un país que consagra mucha seguridad. Es aprender a vivir en la austeridad que deja en alto la humildad, la bella reverencia que se le hace a la vida al saber que no somos sino polvo a la hora de la verdad. Representa una nación de cerca de 126.000.000 de habitantes que disminuye, (pero le da la bienvenida a cierta inmigración), que luego de tantos padecimientos y destrucciones supo levantar vuelo con manos a la obra y dejando el lamento para otros momentos. Quizá sólo para los templos donde depositan sus quejas y sus anhelos. Bellísimos templos con aromas espirituales que nos acercan el budismo con relación a la muerte y el sintoísmo con la noción de vida: sincretismo logrado en Japón. Templos como Senso-ji, el Santuario de Toshugo o el de Meiji son testigos de la devoción de su gente. Todo vibra en el país del sol naciente: sus calles, avenidas, sus puentes y toda su infraestructura. Desde su tempranera luz al amanecer en el Oriente hasta sus paisajes e ideales donde la limpieza se hace tabernáculo de honor. Se destaca como un modo de convivencia sana y solidaria donde brilla la perfección, representada por el número 15 difícil de alcanzar. La costumbre o mito y leyenda sobre la basura es que se debe llevar a la morada de cada individuo donde hallará el diosito del basurero, que espera la llegada de su complemento: los desechos. Hay que reconocer que no existe peligro de hallarlos en el suelo (aunque ya existen inconscientes turistas que atropellan estos principios). La cultura nipona impone que todo chiquero debe ser transportado a casa donde el diosito de la caneca lo recibirá con buen acople y sonrisas, mientras que el diosito del piso riñe con el dios de las basuras, impurezas o remanentes, y lo rechaza. Para cada objeto existe un dios, lo que implica respeto por todo lo que tenga vida o nos sirva para mejorar las condiciones de la misma vida. Se torna la presencia de esa humildad donde todo guarda valía y por lo tanto merece ser tomada en consideración con sus leyes y sus exigencias. La extremada limpieza de los baños públicos es otro motivo para ser exaltado, como muchos otros aspectos que mi mirada nombrará. En Tokio, los modernos edificios construidos durante los tiempos de posguerra muestran la elegancia y osadía del diseño y la hermosura de sus construcciones. La Torre de Tokio, un buen ejemplo, donde se divisa un excelente panorama de la capital. Son el resultado de la reconstrucción de una ciudad arrasada por las bombas que se llenó de encantos al renacer de las cenizas, como el mejor Ave Fénix del planeta. Cada lugar nos señala que el japonés le pone esmero y responsabilidad a lo que realiza. Ya los grandes maestros de la literatura y del cine japonés nos dieron su versión sobre la cotidianidad de su gente, sus hábitos, su tradición, sus deseos y emociones bien registrados en imágenes y palabras. Kenji Mizoguchi, Yasujirō Ozu y Akira Kurosawa fueron los shōgun del cine japonés del siglo pasado y dejaron plasmada su visión de un mundo que nos era vedado o desconocido. En la literatura se presenta un nuevo período literario a partir de 1964, luego de los Juegos Olímpicos, que le permitieron una mayor apertura de Japón al mundo, etapa histórica que le ofreció un cambio de mentalidad más cosmopolita y moderna a aquella cultura que se quería hermética y guardada de toda influencia occidental. Vale la pena citar a Kobo Abe y a Kenzaburo Oe, el segundo autor nipón en obtener el premio Nobel de literatura en 1994 y otro destacado escritor de los libros "El Silencio" y "El Samurái", Shusaku Endo, quien causó polémica e interés con sus textos. Otros literatos que deben salir del tintero: Haruki Murakami, un buzo de las letras en la realidad japonesa y Yukio Mishima con "El rumor del oleaje". Esos artistas también nos entregaron el Japón que vislumbramos.

Sólo hasta hace unas dos décadas el país del lejano Oriente se abrió al turismo, que se multiplica día a día. Un destino bien atractivo para el explorador de otras realidades, como soy yo, esa atenta mirada que ama la aventura del desplazamiento. Le permite estrechar otros terruños, por lejanos que sean y recrearse con ignotos perfumes y sazones. En el país de las magias todo huele diferente y sabe al dios de la comida, que es excelente. Cada aderezo nos conduce a descubrir la variedad de los sabores, la belleza y finura de las presentaciones de cada plato, la exquisitez de los sushis, ya tan de moda y aclamados en el paladar occidental. Tokio se presenta como un capital enorme, de las más gigantes de la Tierra, con cerca de 37 millones de habitantes, incluyendo los de la periferia. La convierten en una urbe cosmopolita y en la ciudad más poblada del globo, con dimensión de un país. Sus museos dan fe de una cultura ancestral que conmueve y entrega sus frutos. Sus jardines ponderan el primor de la Naturaleza. Su colorido nos lleva a ensoñaciones que mantienen la mirada vertical a pesar de confundirse con tantos ojos almendrados. El Monte Fuji, la montaña volcánica más alta del Japón y la más referida en el arte japonés  se alza con su eterno sombrero blanco que corona su majestuosidad.

Y vale la pena destacar el donaire de ciudades como Osaka y Kioto, (como de tantas otras) donde el reino de las geishas guarda sus misterios. Y las pocas casas antiguas que quedan en pie nos hablan de épocas idas que recuperan la memoria.

Mi mirada se hace “ulística”, por aquello de tratar de calcar la de Ulises, con mi sesgo femenino, que se dispone a deleitarse con la estadía que le autoriza a mencionar los atractivos y virtudes del Japón con la boca llena de pálpitos y la plácida expresión de haber pisado tierra firme, a pesar de ser una isla en temblor revestida de encantos. Invitan a soñar. Nación que clama ser acariciada por nuevas pisadas.  

Se sabe que Japón corrió con la suerte de un auge económico donde la mayoría de las cosas eran made in Japan, hasta que llegó Taiwán a desplazar la manufactura de lo comercial y llevarse el sello made in Taiwán para luego ver el arribo de modo arrasador de China al convertir casi todo objeto en la marca registrada: made in China. Pero Japón se mantiene estoicamente en las alturas señalando que a los malos vientos le hace frente y crece con el revés. Sorprendente lugar del universo que mantiene su propio verso. Japón es poesía y contiene la metáfora del sí se puede. Tendrá sus defectos como cualquier ser humano o cualquier patria, pero sabe lidiar con ellos y mostrar su mejor faz. Un rostro amable donde la mejor intención se desvive por atender al extranjero, a pesar de desconocer su idioma y su idiosincrasia, que aún le resulta extraña y sonora, mientras nosotros los de afuera nos admiramos por sus valores y nos engolosinamos con sus usanzas. No pierden la pátina del ayer en su folclor ni en su forma de enfocar la existencia. Abanican el pasado para darle aire al presente y eco a sus fábulas.