Ciencia, periodismo y política

Ketamina, una droga terrible

Fernando García Alonso

Todos los seguidores de la serie ‘Friends’ quedaron consternados al saber que Matthew Perry, el actor que encarnaba a uno de los protagonistas, había aparecido muerto en su casa. Todos sus amigos, encabezados por Jennifer Aniston, salieron a la palestra para testificar que Mathew no tomaba drogas, sospecha que siempre aparece tras la muerte abrupta de actores o cantantes jóvenes. Sin embargo, la autopsia no dejaba dudas, había ketamina en su organismo. La sociedad muestra su lado más cínico en estos casos negando la evidencia. Con Amy Winehouse ocurrió algo parecido hace unos años, a pesar de que era una drogadicta conocida su familia  pretendía que había fallecido por la ingesta de alcohol pero que no había drogas ilegales en su sangre. Por supuesto había restos de ketamina.

Si a usted le van a hacer una entrevista en televisión no se le ocurrirá aparecer con gafas de sol y sombrero. Curiosamente ciertos artistas se presentan con esta vitola que transmite un mensaje subliminal, ellos son unos ‘enrollados’ y coquetean con las drogas, un asunto que no suelen ocultar. Sabina, que no se quitaba el sombrero y las gafas, sufrió un ictus severo a causa del abuso de drogas. Coexisten pues esa fascinación por las drogas en el mundo del arte y esa negación de la realidad cuando fallecen. Personajes como Antonio Escohotado o el llamado doctor X, han aparecido durante años, el primero en medios públicos y el segundo en la ‘dark web’, haciendo apología de las drogas. Ambos tienen muchos admiradores, se les considera incluso unos sabios. El doctor X es un médico de familia en activo que declara:

“Me llamo Fernando Caudevilla y soy experto en drogas. A lo largo de mi vida he tomado éxtasis, speed, cocaína, ketamina, popper, opio, heroína, LSD, GHB, 2C-B, cloretilo, 2C-1, 2C-E, 2CT-2, óxido nitroso, metanfetamina y mefedrona. He fumado tabaco y cannabis y comido hongos psilocibios. También alcohol, y tranxiliums y trankimazines y orfidales y lexatines a gogó, igual que vuestras madres o vuestras abuelas”.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? Quizás la historia de la ketamina pueda ilustrarnos sobre cómo lo que era un anestésico para caballos se ha convertido en una dañina droga de abuso. 

Es habitual que la industria farmacéutica busque nuevas utilidades a fármacos antiguos. Como en muchos casos ocurre fue un médico atento el que observó que pacientes que recibieron bajas dosis de ketamina mejoraban su estado depresivo. Estudiando sus efectos en diferentes modelos experimentales se pudo conocer su actividad sobre  receptores neuronales que podrían modificar el desequilibrio de los neurotransmisores en la depresión. Había dos inconvenientes, uno, la ketamina (en realidad la esketamina, uno de los enantiómeros de la ketamina) se administraba por vía intravenosa, y otro, producía un efecto ‘disociativo’ o de despersonalización asociado a ciertas alucinaciones. Para solucionarlo se experimentó su administración por vía intranasal (otra forma de evitar el primer paso hepático que la inactiva) y se ajustaron unas dosis mínimas eficaces que no tuvieran efecto disociativo. De esta forma se autorizó como medicamento con la indicación de ‘tratamiento de la depresión resistente’. Todo ese proceso duró más veinte años y en él participaron diferentes actores. Los ‘malos de siempre’ orquestaron un plan para convertirla en una droga de abuso. Por una parte conectaron con fabricantes chinos e indios que proveyeran sustancia activa de calidad a precios competitivos, y por otra fueron creando la leyenda urbana de que era ‘la droga perfecta’, alucinógena, barata y segura. Nada más lejos de la realidad, veamos lo que ha ocurrido.

Su introducción en festivales de música y en discotecas en el mundo anglosajón creó una terminología que hizo fortuna. ‘Getting Ketty’ era la actitud de moda, adquirir ketamina a un precio razonable comparado con otras alternativas con el objetivo de alcanzar una ‘ego death’. Bajo tan siniestro apelativo se describía una situación en la cual se pierde la percepción de la propia conciencia y se produce una experiencia alucinatoria similar a la producida con otros psicodélicos. Cuando su uso se fue generalizando los DJs quisieron expulsar de sus pistas de baile a los abducidos por la droga, su comportamiento era inadecuado para el contexto pues se quedaban quietos en mitad de la pista, como si fueran ‘zombies’, según la propia descripción de los que ‘pinchaban’.

Su abuso epidémico afloró diferentes complicaciones en aquellos que insistían en experimentar la ‘ego death’. Las convulsiones fueron las más llamativas, pero las más preocupantes fueron los brotes psicóticos y la incontinencia urinaria. Los urólogos se vieron sorprendidos por unos cuadros de irritación vesical en pacientes muy jóvenes. A través de cistoscopias se observó una irritación de la pared de la vejiga que se concluyó era debida a que los metabolitos renales de la ketamina ejercían un efecto abrasivo sobre la mucosa vesical. A pesar de todo esto la popularidad de Ketty se mantuvo indemne. ¿Cómo se explica el éxito de las drogas, no solamente esta, a pesar del daño objetivo que producen?

Estamos ante un problema multifactorial, algunas de las causas como las personalidades adictivas son de difícil manejo. Sin embargo, hay algunas evitables como el prestigio social de su uso avalado por algunos pretendidos intelectuales y sobre todo por cantantes y actores que se rodean de un halo de malditismo que atrae a los jóvenes más ingenuos. Doy un solo ejemplo para que quede claro de lo que estoy hablando: Enrique Bunbury. Sorprende como los periodistas los entrevistan afectando incluso cierta admiración. También los políticos, particularmente los de izquierdas, se fotografían con ellos. Nunca habrán visto a un periodista o a un político afeándoles su conducta, acusándolos de dar un mal ejemplo. Esperemos que aparezcan unos valientes que sean capaces de invertir esta absurda situación.