Memorias de un niño de la posguerra

La piscina "El Lago"

Ahora que han llegado los calores del verano, es buen momento para recordar los tiempos de mi infancia, cuando las piscinas en Madrid se podían contar con los dedos de la mano: la Isla, una isleta en el río Manzanares, sede de dos clubes deportivos: el mejor el Canoe, cantera de los mejores nadadores de la región, y el Club Natación Isla, que contaba con la única piscina cubierta entonces. Cuando me acuerdo de esa piscina me vuelven los escalofríos, porque sólo se calentaba de uvas a peras, y el agua estaba casi siempre helada. En aquella época destacaban entonces nadadores veteranos, como Isidoro Martínez "Ferry", después productor cinematográfico, Isidoro Pérez, y como bracista el padre de Ana García Obregón, que fue campeón de España en una distancia que ya no figura en las pruebas: los 400 metros brazas. Entre los jóvenes destacaban los hermanos Granados, Enrique y Jorge, hijos del gran entrenador Enrique Granados, casado con María Aumacellas, que se ocupaba de la natación femenina.

Otras piscinas eran El, Niágara, en el Paseo de San Vicente, Florida, en el Paseo que lleva su nombre, y junto a ella la mejor piscina, El Lago, bajo el Puente de los Franceses. Yo fui un privilegiado, porque me pasaba el verano acudiendo diariamente a la piscina... Y gratis. El motivo es que uno de los dueños de la piscina, Carlos San José, era amigo de mi familia y nos facilitaba un pase anual. La amistad con mis padres y mis tías se debía a la mujer de Carlos, María Teresa Tomasich, hija del almirante Tomasich, que había sido condiscípula de mis tías en el colegio del Loreto.

El Lago era la mejor piscina, y también la más cara. Costaba quince pesetas para las cabinas de segunda, y veinticinco, las de primera, que eran individuales. La piscina principal, (había otra infantil), tenía forma de L. La parte más larga era de 50 metros por 20 de ancho, y la más corta de 33 metros por 20. Yo acudía todas las mañanas utilizando el tranvía que pasaba por la calle Goya y terminaba en el Paseo de Rosales. Desde allí bajaba serpenteando hasta el Puente de los Franceses. Pero la generosidad de Carlos San José, que me tenía mucho cariño, y me llamaba su "secre", llegó a facilitarme el transporte gratuito desde Arguelles a la piscina en la camioneta que transportaba a clientes de la piscina.

El Lago como Club deportivo de natación había tenido varios nadadores destacados. Pero en la época a la que me refiero sólo quedábamos dos: Manuel Cubero y yo. El primero como junior en espalda y libre, y yo como bracista infantil. En esta condición participé en dos campeonatos de Castilla, en 1952 quedé tercero en 100 metros braza. En 1953 quedé primero en mi serie en 200 metros braza, pero en la otra serie hubo dos tiempos mejores, y fui tercero en 100 braza.

Tengo un imborrable recuerdo de aquellos años de mi infancia en la piscina El Lago. Allí hice buenos amigos. Uno de ellos, Tomás Miranda, ingresó por oposición en el Cuerpo de Ayudantes de Ingenieros Aeronáuticos, y le perdí la pista. Allí trabé conocimiento o amistad con figuras populares en el cine, el teatro o el deporte. Los recuerdos hacen brotar en mis ojos lágrimas como si fueran producto del cloro.

Lo que era piscina es ahora un hospital de una conocida firma médica. Pero en el Paseo de la Florida, que ha experimentado una enorme transformación, se conservan establecimientos con tradición e historia, como Casa Mingo. El tiempo pasa, pero el recuerdo permanece.