Un gallego en la galaxia

La maldita bendición

Decía el gran sabio Jiddu Krishnamurti que donde hay división tiene que haber conflicto, que este principio es una ley psicológica de la condición humana. De ello resulta que la búsqueda de seguridad a través de la fragmentación nacionalista, étnica, ideológica, confesional y de todo tipo sea una falsa empresa, pues el fin contradice los medios. De ahí que la ONU haya tenido siempre tantos problemas y que actualmente se enfrente a una crisis profunda, pues sus principios se ven dinamitados día a día por la desunión congénita de las naciones. Pero por eso mismo la apertura de la nueva sesión ha sido de sumo interés. Y puesto que la guerra en Oriente Medio es el conflicto que más divide al mundo en estos momentos, nada mejor que un vistazo al discurso de Benjamín ‘Bibi’ Netanyahu ante la Asamblea General para poner a prueba nuestra sensibilidad a la hora de separar el grano de la verdad de la paja de la retórica. 

Su discurso, dirigido a un público ausente, pues tan pronto subió al estrado se vació la sala, era reminiscente de Las sillas de Ionesco, obra teatral en que una pareja de ancianos recibe a sus invitados invisibles para comunicarles a través de un orador el mensaje que salvará al mundo. Al final el orador resulta ser sordomudo y los ancianos, que no han hecho más que rememorar su pasado, se suicidan tirándose por la ventana. Y el discurso de Netanyahu no fue menos absurdo, pues representaba un mensaje de salvación imposible lanzado al vacío. 

Netanyahu planteó la actual situación como una lucha entre el bien y el mal, entre la bendición de Israel como punta de lanza de la civilización occidental y defensor de sus valores e intereses, y la maldición de Irán con su régimen opresor y antidemocrático, su cultura retrógrada y su amenaza terrorista. A través de acuerdos bilaterales de paz con los países árabes de la zona, Israel haría de Oriente Medio un corredor de comercio, el turismo y la prosperidad internacionales, mientras que Irán y sus secuaces cortarían las vías marítimas entre el Océano Índico y el Mediterráneo. Bibi apelaba a los intereses geopolíticos del Reino Unido, Francia y EE.UU., sin cuyo apoyo Israel no hubiera existido y cuya alianza neocolonialista sigue garantizando la impunidad israelí ante la ley internacional por la opresión y genocidio del pueblo palestino. O sea que el ánimo de lucro justificaría su exterminio. Netanyahu ni cuenta se daba de que semejante ‘bendición’ era un billete unidireccional al infierno. 

La vehemencia del orador sordomudo – pues no atendía a razones y sólo profería incoherencias – fue en aumento. Después de rechazar los cargos ampliamente demostrados de crímenes de guerra y contra la humanidad, citó el dicho salomónico de que no hay nada nuevo bajo el sol en referencia al número desorbitado de resoluciones contra Israel y tachó a la ONU de ‘pantano de bilis antisemita’. Citó también al profeta Samuel afirmando la eternidad de los judíos y a Moisés, quien al avistar la tierra prometida advertía que la longevidad de esa tribu dependería de sus actos. O sea que, efectivamente, no hay nada nuevo bajo el sol, pues la identidad divisoria y violenta de ese pueblo amenaza nuevamente su mentada inmortalidad. Vuelto a casa, en su lucha por la supervivencia el orador desató una nueva ola de represalias que amenazan con desencadenar una conflagración apocalíptica. No se entera de que sus trágicas contradicciones lo abocan a la nada y que la defenestración es lo único que le espera.