Crónicas de nuestro tiempo

Morir matando

De antemano, reconozco la crudeza del artículo (.!.) posiblemente la conclusión muy meditada con absoluto respeto a quienes no compartan la reflexión, pero, qué tampoco mezclen la radicalidad de sus creencias con un aspecto degradante donde el enemigo ultraja, somete y humilla hasta la muerte al ser humano.

Para cada uno de nosotros, la naturaleza de la vida constituye una oportunidad temporal de metas, realización, felicidad y huella, que pareciendo mucho, al final resulta poco.

Dejando a un lado la sombra de la religiosidad y la fe ciega, los seres humanos nacemos vivimos y morimos, con la plena seguridad de haber resucitado en alguno de  nuestros descendientes -cuando se puede- y si no, por lo menos haber vivido con dignidad o sufrimiento dependiendo del lugar donde hayamos nacido; las circunstancias del entorno; la suerte; la desgracia, y en general, lo mismo que le sucede al lustre del plumaje o pelo y aspecto de una paloma, gorrión o gato, que pueda vivir alrededor de un hotel gran lujo en la Costa del Sol o una urbanización de lujo con piscinas y abundante vegetación; comparado con otros de su especie que vivan en el centro de una ciudad muy limpia que llueve asiduamente; o, un perrito de compañía en una familia caprichosa que le adora y le mima, con uno callejero que de vez en cuando recibe una patada, mal come entre la basura y nadie le baña dulcemente y luego le pasa la toalla y el secador.

Dependemos -salva rara excepción- de nuestro Continente origen de nacimiento, y sobre todo: de la suerte, los amigos, el país, el color de piel, la genética, el físico, la salud y la necesidad.., por mucho que recemos, nos santigüemos y nos fanaticemos para halagar nuestras vanidades.

Muchos hemos tenido oportunidad de ver el sufrimiento inhumano de muchas personas que después de una vida normal o de éxito; triunfos, admiración y felicidad, se han visto sorprendidos por ese terrible animal que en forma de virus, cáncer irreversible con metástasis progresiva; síndromes neurovegetativos que van anulando capacidades hasta causarles parálisis y enseguida la muerte, o tetraplejias y enfermedades raras, de esas que avanzan destruyendo todo a su paso sin descanso como un depredador enfurecido.

La decisión de poner fin al sufrimiento, la agonía y el martirio, plantando cara a la bestia insaciable y matarla antes que sea ella quien mate, ha de ser respetada con la humanidad y humildad suficiente como para no dejarse llevar por el egoísmo del consejo fácil para acallar la propia conciencia, entendiendo con admiración y piedad, la valentía del que se enfrenta al animal despiadado que le mastica día a día, para no permitir ser pasto de su tortura.

"Morir matando" es lo que se pide a los valientes que nos defienden. A los patriotas. A los que nos protegen. Y morir matando, es también la valentía de no rendirse al monstruo alimentándole con paliativos para que continúe destruyéndonos con humillación despiadada, comiéndonos bocado a bocado hasta dejarnos irracionalmente desfigurados, irreconocibles, esqueléticos, inertes, descerebrados y finalmente muerto en vida y expuesto a los nuestros como una momia que todavía respira.

No entender la eutanasia como la decisión soberana que corresponde a una persona racional, supone el desprecio al respeto humano que cada individuo, con el único patrimonio libre como es el pensamiento, meremos. Poder decidir qué hacer con nuestro sufrimiento sin la sombra del miedo, es un derecho natural por encima de los prejuicios de otros.

Es la naturaleza del organismo y la casualidad, quien traza el destino fortuito que nos lleva a la felicidad o el sufrimiento a través de circunstancias ajenas a cualquier atisbo sobrenatural.

La última decisión de un suicidio, es el paso más grande que el ser humano puede dar en busca de la propia libertad. Suicidarse por haber sido el causante evitable de la muerte de la propia familia, es el precio digno de una auto sentencia justa (.!.) y quienes recomiendan comenzar de nuevo, no han alcanzado la extensión de una sabia conciencia. El violador o el terrorista que se suicida tras la reflexión del hecho, supone recobrar el honor y el valor de la dignidad perdida.

"Morir matando" a nuestro asesino, aún siendo a uno mismo, es la decisión más profunda y humana que nace de la racionalidad de una conciencia más divina que terrenal. No cualquiera posee el Don de la dignidad, la valentía y la justicia para sí mismo. Se requiere entrar en otra dimensión trascendental elevada a la esencia sobrehumana del Ser, muy por encima de la comprensión natural.

Dejar morir sufriendo paulatinamente con paliativos al padre o al abuelo en la residencia o el hospital, es una opción científica absolutamente loable cuando el enfermo no ha decidido poner fin al sufrimiento que padece. Pero, cuando así lo solicita, negarle su valiente decisión, es tan cruel como aquellos que vemos sacando al anciano perro lleno de artrosis cojeando lentamente porque el amo prefiere seguir acompañado del pobre animal que sufre los dolores propios de la edad, antes que darle una despedida digna. Confundir la humanidad con la crueldad, es muy propio de personas que viven preocupadas por dar una imagen de bondad, para adularse a sí mismos.