Bala de plata

Odiar no es delito

La frase “odiar no es delito” muestra una idea comúnmente debatida en el ámbito del derecho y la ética. En efecto, odiar per sé, es decir por su propia naturaleza, no es delito. En todo caso, se trataría de un sentimiento dañino y poco saludable que corroe el alma de quien lo padece. Pero no es una infracción penal. Nunca lo ha sido.

Traigo este tema a la columna después de escuchar a un tertuliano “opinatodo” en un programa de televisión, para quien “odiar es un delito sólo con pensarlo”. ¡Qué barbaridad! 

Hasta 4 años de prisión

Es evidente que la ley no puede ni debe regular las emociones internas de una persona. El concepto “odiar no es delito” capta una verdad legal fundamental: los sentimientos internos no son, en sí mismos, punibles. Sí son objeto de castigo, sin embargo, las acciones delictuosas motivadas por el odio.

Así, lo que se llama normalmente delito de odio son una serie de actos más “tangibles”, valga la expresión, tipificados en el Código Penal, concretamente en el artículo 510, que viene a decir, resumiendo para no caer en tecnicismos jurídicos a los que no soy propenso, que quienes fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, especialmente vulnerable, o una persona determinada, cometen esta infracción penal, que se castiga con una prisión de 1 a 4 años y multa de 6 a 12 meses. 

Discernir

De tal modo, para discernir entre “odio” y “delito de odio” habría que centrar la atención en la clave del asunto: la semántica que puede dificultar su alcance o inducir a error en la interpretación en su sentido literal o social, bien de manera involuntaria y por tanto de buena fe o, en el caso del tertuliano egocentrista e incompetente con ganas de impresionar a su cuñado en el programa de medianoche, empujado precisamente por el odio a los que no piensan exacta y milimétricamente como él. Los hay en todas las corrientes.

En fin, ya lo dijeron los sofistas en su día: odiar a las personas es como quemar tu propia casa para matar un ratón.