La mirada de Ulisas

El péndulo no puede estar en los extremos siempre

LA MIRADA DE ULISAS esta vez se quiere demorar en el asunto que le atañe al mundo. Y la gran pregunta es ¿por qué casi siempre nos concebimos en los extremos? y casi nunca en un justo medio que nos dé las moderaciones de la justicia, la tolerancia y el respeto precisados para la sana convivencia con el otro en santa paz. Estamos al borde de muchas elecciones y vemos cuán pendulares se presentan. Así se comportan: una vez giran hacia la derecha y cuando el descontento sube la izquierda aparece. Y viceversa. El centro o la mesura de lo ecuánime caducan. Sólo los extremos se hacen a la victoria y los fanáticos surgen con su fuerza y su sesgo. ¡Y quién ha dicho que una sociedad está conformada sólo de una parte del pensamiento o del actuar! Justamente lo que la hace comunidad o colectividad es su amplitud de criterios y de posiciones. Por supuesto, estamos hablando de democracias y no de dictaduras o autocracias, que sabemos lo que conlleva con sus voces de mando altamente arbitrarias. La democracia con todos sus defectos nos ha señalado, a pesar de sus fallas, ser el camino que el mundo necesita para vivir en legitimidad. Representa una apertura solicitada por la mayoría donde debe existir cabida para la diversidad y no la exclusión como la imponen los gobiernos opresores o despóticos. Son los que llevan un control absoluto sobre el devenir de una sociedad que se crea de manera monolítica, cuando bien sabido es que en la variedad está el ser humano con sus múltiples tendencias y manifestaciones. Por ello, buscar un mandato en el medio permite que se tome en cuenta todo desde una mirada más amplia, que cobije los dos extremos y puede observar de ambos lados. Se le facilita hacer el balance para que el gobernante elegido entienda que su deber es atender a todos los sectores con ecuanimidad. Es como el supuesto rol de la madre en una familia, el saber quien de sus hijos precisa más atención en un momento dado que los demás sin, que por ello exista un desequilibrio familiar al atenderlo de manera especial. Al contrario, al tomar en cuenta la falencia de alguno de sus hijos restablece el balance  bajo su varita mágica justa y afinada. El control del hogar se equilibra. Lo mismo debería practicar un gobernante con sus diversos sectores para darles la rienda que merecen cada uno en pos del buen funcionamiento colectivo al establecer proporciones en la adecuada administración de una población que solicita su atención y sus remiendos. El sentimiento de una madre a cabalidad es velar por el excelente funcionamiento de sus críos, paridos con el dolor que cada parto trae, y que muestra hasta qué punto un hijo difiere del otro, hasta en su forma de nacer y de crecer. Es la primera imagen que se proyecta de un grupo que se debe manejar con cabeza, avenencia y justicia. Objetivo nada fácil, pero que los progenitores, cuando los hay, porque sabemos de muchas madres cabeza de familia que no cuentan con el apoyo del otro. Comprobado es que la ausencia paterna o de autoridad conlleva a grandes desvíos en la conducta de un niño, que urge la mano fuerte de marcos de referencia para su salud mental. Lo mismo se puede extrapolar a una colectividad o población.  Requiere directrices como el director de orquesta que sabe armonizar su equipo para que cada instrumento sea tocado con la excelencia que el concierto amerita. En esa dirección se basa el éxito de lo ejecutado. Ningún instrumento puede sonar discordante.  Se imparte un orden, una disciplina y un excelente manejo para que la realización salga como debe ser, un concierto donde cada persona interprete lo suyo con el fin de sacar adelante el proyecto de la máxima actuación sin pretender aplastar a nadie, sino entrar a su debido tiempo y tomar el lugar en su momento bajo el cumplimiento de los acordes necesarios. Así mismo, se debería comportar un jefe de estado al saber dirigir cada esfera de la sociedad con imparcialidad para que resuene mejor su gobierno. No creo que esta mirada que mantengo esté tan errada al querer hacer el símil de un gobernante con un director de orquesta o de una buena madre. Todo debe sonar en concordancia, lo que implica armonía, fraternidad en el grupo, acuerdos entre todos los instrumentos y sus músicos. Nada más terrible que llegar a la cacofonía. Es lo que suelen hacer muchos regentes cuando respaldan de manera improcedente a sectores que no lo piden. Y casi siempre lo hacen con propósitos de albergar mayores frutos para sus bolsillos o el de sus amigos. Dejar el ego de lado es la principal virtud de un dirigente,  en cualquier sector que maneje. Debe traspasar su propio egoísmo para entablar un sabio manejo y permitir el desarrollo de lo que debe y tiene que ser su objetivo: llevar a cada sección lo que precisa para que todo se orqueste de la mejor forma. El péndulo no puede estar en los extremos siempre, en el medio hace mejor su labor. Regresa a su centro. Y la música que desentrañe el gobierno de turno sonará bellamente y más altruista. Entonces, la vara con que mida se desplazará hacia todos los costados con la precisión y el rigor exigidos para alcanzar la mejor orquestación de una sociedad que clama directores sinceros (¡y vale la pena resaltar que no tengan cero en ningún tipo de conducta!) por tener que ser de verdad ejemplos y no especímenes con rabo de paja ni con variaciones hacia la corrupción. ¡Cuán difícil es dejar de ser movedizo como las arenas movedizas que engullen! Se precisa mentes que en su espacio sepan gobernar con entereza, integridad y haciendo honor al puesto que el pueblo les otorgue con la esperanza de no ser defraudado como tanto ocurre. Promesas vanas que se esfuman y dejan en desconcierto a más de un elector confiado que nuevamente no será engañado o ensartado en otra realidad.