Las raíces del tiempo

Entre lo real y lo imaginado

En el buen escritor, la frontera entre lo real y lo imaginado es prácticamente invisible en la narrativa literaria, la línea que separa ambos conceptos es tan difusa que no se percibe. Son muchas las ocasiones en las que, cuando leemos un libro, nos preguntamos si se corresponde con una historia real o es una historia imaginada por el autor. En mi opinión, la creación literaria es tan amplia como escritores hay; es decir, cada autor escribe basándose en sus propias iniciativas y lleva al papel sus sensaciones. El escritor trabaja siempre de la manera más cómoda posible para él, buscando dar forma a su proyecto con hechos reales o imaginarios, por lo tanto, es el autor es quien decide que el desarrollo de la historia se presente bajo un prisma real o fantaseado. No obstante, conviene dejar claro que ambos conceptos, realidad o ficción, están siempre íntimamente relacionados, porque el propio argumento lleva al escritor a presentar los hechos de tal forma que tengan atractivo para el lector. También es necesario recordar que, en las acciones reales o imaginadas, la interacción que las conecta siempre abarca cuestiones emocionales y sentimentales, y que estas cuestiones solo conciernen a la naturaleza humana.  

Desde aquellos lejanos tiempos de los mitos y las epopeyas hasta lo coetáneo, los escritores han sondeado la forma de presentar sus narraciones entremezclando lo real y lo imaginario, de tal forma que la realidad y la ficción se ha interpretado de muchas maneras. Desde la Odisea de Homero hasta cualquier novela actual como podría ser El señor Ohsi, de Marisol Esteban, o mi último libro Los Seteros. Historias de un monje trapense, lo real y lo imaginado coexisten en la dualidad y en la frontera invisible de la que estoy hablando. En el siglo XIX estuvo en su apogeo lo que se dio en llamar “realismo literario”. En la novela Madame Bovary del destacado autor francés Gustave Flaubert —considerada una novela realista y clásica sobre el amor— los deseos y la fantasía del novelista impregnan la narrativa con toda su imaginación. Honore de Balzac y también Charles Dickens, trataron de captar la realidad de su época con detalle, sin embargo, estos autores no pudieron sustraerse a su propia subjetividad y narrar bajo ese filtro dejando correr su fantasía.

En la narrativa contemporánea se da la circunstancia de que la invisible frontera entre la realidad y la ficción se entremezcla aun más que en otros tiempos; muchas autobiografías hablan de la vida de sus autores combinando vivencias reales con otras imaginadas, o cuando menos, noveladas de tal forma que en lo real entra la fantasía. En estos casos, el lector interpreta a su manera lo que entiende que es verdad y lo imaginado, de tal forma que la realidad puede ser vista por los lectores bajo diferentes perspectivas e interpretaciones. También ocurre que cuando el escritor narra una realidad esta tiene diferentes apreciaciones, incluso en algunos casos podría ser engañosa, sobre todo cuando se trata de la descripción de personas, porque en los individuos las realidades internas están ocultas. Conscientemente o no, una realidad es la fachada, la que se muestra a los demás y otra la que se corresponde con el interior de cada personaje, la que realmente es, la que incumbe a su propia naturaleza. En consecuencia, la máscara que oculta sus sentimientos, pensamientos y emociones es difícilmente interpretable, porque las dos realidades se complementan en el mismo individuo.

En el libro que escribí hace un par de años bajo el título Versos para Van Gogh, se observa cómo el artista expresa en cada una de sus obras un deseo, unos sentimientos puestos a disposición de su arte, de tal manera que se involucra sin querer en cada una de sus creaciones. Esto se puede saborear cuando se leen sus cartas; en este impresionante epistolario Van Gogh comenta con detalle el porqué de sus cuadros, qué representan y las razones que le impulsaron a pintarlos. Desde fuera, tan solo con la visión de su genial pintura, la realidad no puede interpretarse en toda su magnitud, porque falta conocer los sentimientos del pintor en el momento en el que esta fue creada.

Se habló y se habla mucho del “realismo mágico” de Gabriel García Márquez en su espléndida novela Cien años de soledad, y también de Isabel Allende en La casa de los espíritus. Ambos trabajan con la sutileza necesaria para integrar la ficción dentro de la realidad sin que se noten la diferencias, hasta el punto de que lo imaginado se convierte en real y el lector llega a percibir esta alteración como algo absolutamente normal. En este sentido, el juego de las palabras en el contexto de la narración engaña de alguna manera al lector, convirtiendo la idea que tiene de aquello que considera fantasía en una imaginada realidad.

Ocurre también que en la literatura de ciencia ficción y en la fantástica, la fantasía traspasa todas la fronteras de la realidad y llega a cuestionarla. En estos casos aunque la realidad permanece, se exploran escenarios de futuro que, en muchas ocasiones, cosas que eran una utopía en el momento de ser escritas llegaron a convertirse en realidades tangibles. Con la especulación sobre el futuro, el autor trajo un anticipo de lo que más tarde llegó a ser el presente. Tan solo hay que acordarse de las novelas Un mundo feliz de Aldous Huxley, o años más atrás de Veinte mil leguas de viaje submarino, y La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, entre otras.

Se cuenta que Jorge Luis Borges, influenciado por un cuento de Edgar Allan Poe leído en su juventud, reflexionó mucho a lo largo de su vida sobre su propio yo. Muchos años más tarde Borges escribió también un cuento, al que llamó El otro como el de Poe, en el que se enfrenta así mismo, Borges joven y Borges anciano, y lo hace suscitando una conversación entre los dos Borges, en dos lugares diferentes y en dos períodos distintos de su vida. Lo realmente sorprendente es que el escritor mientras escribía llega a cuestionar qué parte de su obra era real y cuál otra había sido imaginada. Borges escribió este libro basándose en reflexiones y recuerdos, y anotó conversaciones que probablemente no ocurrieron nunca; no obstante, reconoció que pudieron acontecer en su imaginación.

En resumen, la delgada o invisible frontera que divide lo que consideramos real o imaginado en la narrativa literaria, es muy difícil de separar; la imaginación de los autores armoniza ambos conceptos y los combina, y de esa amalgama de palabras presentadas en un texto argumentado es el lector quien lo interpreta. Lo que llamamos realidad es valorable, no es algo de carácter absoluto, puede haber diferentes realidades en un mismo hecho y la ficción no está desligada de ella. Por lo tanto, distinguir una cosa de la otra es una cuestión compleja por su ambigüedad. Las obras literarias de estos tiempos responden en general a estas pautas de comportamiento de los escritores, porque ambos conceptos están entrelazados en las narrativas de la mayoría de los casos. Esta forma de relacionar lo real y lo imaginado en una trama argumental, lleva a los lectores a la comprensión del mundo y los comportamientos humanos sin límites entre lo que es, o se supone que es y lo que podría ser.

José Luis Marín Aranda

Escritor, pintor y poeta