Mi pasión

El toreo, un rito ancestral

Aquellas fiestas tumultuosas con sus rituales del medioevo, mitad paganas, mitad católicas, que acercaban al tótem ibérico desde el campo hasta el burgo, juegos iniciativos en los que nuestros antiguos hombres, antes de la denominación romana, ya pretendían robarle al toro la fiereza y su vigor sexual. Fiestas populares que en su día precedieron a las caballerescas corridas de toros organizadas por el Reino, las que con el transcurrir de los años se han ido minuciosamente cuidando y humanizando lo mejor posible.

Los festejos taurinos estuvieron siempre ahí, en el alma y genes de un pueblo de cultura milenaria, que sorteando muchos obstáculos y etapas, supieron adaptarse al rito exclusivamente primitivo con la influencia medieval a las necesidades y avances culturales de cada tiempo, culminando en un espectáculo singularmente forjado del que hoy todos conocemos por el toreo, repleto de manifestaciones ceremoniosas y únicas, posiblemente la de más relevancia de cuantas se puedan enfrentar el ser humano y una fiera a contener, cuyo instinto salvaje del animal, es de atacar con su ímpetu contra todo, que también se ido seleccionando cada vez más por la persona, hasta desembocar en el toro de lidia actual.

En realidad, el toreo tomó siempre elementos a su paso de cada época, a la vez que las circunstancias sociales, políticas y económicas le fueron marcando distintas directrices e influencias, haciéndolo evolucionar en una cultura, que es y cómo se le debe considerar, pero siempre en consonancia con el mismo mundo. Ahora en la actualidad, erróneamente, algunos personajes se oponen a ello, sin querer saber ni entender el origen y representación de nuestra histórica fiesta de los toros.

Entre los siglos XVII y XVIII, supuso definitivamente la toma de poder por parte de la burguesía española, dado a la culminación de las distintas revoluciones, el toreo se concretó debido a la pérdida definitiva de aquella relevancia por parte de los caballeros de la Corte a favor de los lidiadores de a pie, verdaderos héroes populares, quienes supieron dar los primeros pasos para la nueva forma de lidiar un toro bravo. Después el siglo XIX sería la clave concluyente de su consolidación, pues, con elementos de la ilustración y del romanticismo, aquellos pioneros lidiadores considerados ya artistas, fueron dando forma decisiva a un espectáculo que adolecía de jerarquías y de orden establecido, para así llegar al pueblo en un escenario y marco propicio para que, al siglo siguiente, es decir en el XX, la fiesta taurina se convirtiese definitivamente en una representación artística e idónea para el alcance de las masas. Esas mismas masas fueron conscientes de su capacidad de determinación a medida que la revolución industrial como los distintos logros sociales y políticos alcanzados, fueron colocando sucesivamente el toreo en un primer plano.

De igual forma, el toro bravo se fue cultivando y depurando según cambiaba de manos, desde los ilustres señores pudientes y religiosos hasta los primeros ganaderos burgueses y aristócratas, mediante la activa desamortización de Mendizábal, ministro de Hacienda en 1835, el cual fue quien impuso la contribución del culto, terminando con un proceso de más de dos siglos para así llegar a los presentes criadores profesionales.

Cerca de cuatrocientos años se ha tardado en diseñarse la actual fiesta taurina, sobreviviendo a las clásicas y cíclicas crisis, adaptándose y venciendo siempre a los distintos cambios y a los muchos factores externos como internos para asimilar cada intento susceptible de hacerla variar. En ese sentido, el siglo XX ha alcanzado y ha representado en lo taurino una evolución tan vertiginosa semejante al resto de los campos de la sociedad y de la cultura, hasta el punto que, en cien años, se ha adelantado infinitamente más que en los casi trescientos anteriores. 

Y hasta aquí hemos llegado, de momento, a un salto gigantesco del milenio que plantea múltiples interrogantes sobre la subsistencia de un espectáculo tan atávico, tan duro y tan auténtico para el moderno mundo en que estamos viviendo, además un mundo en primerísima línea de cabeza, de la informática vanguardista y todo lo que tiene que existir debe ser “light”.

Parte de la sociedad no parece encajarle demasiado bien la Fiesta Taurina, de una puesta en escena tan realista y evidente, la que nos hace retornar a nuestros propios orígenes con un carácter marcadamente primitivo. Pero pudiera ser, precisamente, el contraste de que el mundo de los toros pueda seguir incidiendo para lograr su fiel mantenimiento en esta inquietud tan absurda de este siglo que no hace tantos años empezó a caminar.

Serán muchos los factores determinantes que se debería de asimilar, pero antes que ninguno, para todos aquellos que desconocen y se sensibilizan que el toreo tendría de resolverse parte de la asignatura pendiente que dicen tener. Parece ser que poco a poco se entiende con la adaptación del liberalismo salvaje que intenta dominar el presente y seguirá queriendo dominar el inmediato futuro. Pero paralelamente, al mismo tiempo, deberían tener muy en cuenta esas personas de respetar las arcaicas o ancestrales costumbres internas tan sabias de nuestra Tauromaquia, trivializando y reduciendo a sus mínimos la calidad e intensidad de la misma, casi siempre, a favor de los beneficios particulares de cada uno.

Creo que en los años que estamos viviendo como en los próximos que llegaran, si hay unión, pueden ser decisivos para fortalecer muchísimo más un arte singular que se encuentra algo apagado por culpa de alguien, cuya supervivencia estribará sólo y exclusivamente en la autenticidad. Nunca en la simplicidad a los que pretenden llevarlo al mercantilismo mediático de la aldea globalizada con la ayuda de unos pocos incomprensibles. Así está el mundo, lleno de contrariedades.