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Los toros, del festejo real a la fiesta popular (segunda parte)

El toreo a caballo era el estilo preponderante o base fundamental para que los nobles alanceadores se divirtieran ante la ciudadanía en las fiestas de toros organizadas por la Corte, sin estar todavía codificado completamente en torno a los tratados, si bien hace fortalecer en esta ocasión una primera diferencia entre las fiestas reales y las fiestas populares. 

Sin embargo, las consideraciones técnicas empezaron a preocupar y el "empeño a pie" comenzó a revolucionar a la lidia por la necesidad de encontrar alguna defensa ante las fuertes embestidas de los toros para darles muerte. El referido "empeño a pie" se manifiesta plenamente durante el apogeo del rejoneo en el siglo XVII, el caballero rejoneador, llegado a este punto, debía apearse de la cabalgadura para rematar a la res con espada, esta práctica cuajada de reglas, se tenía que definir la manera de solventar tal situación, teniendo presente las circunstancias y terrenos más favorables para consumar la suerte de matar. Y es aquí cuando se empieza a forjarse el modelo que habría de permanecer y coger protagonismo el toreo a pie. 

De amparo le servía al caballero una capa, que solía llevarla echada sobre el brazo para reparar los embistes de la fiera, aunque el rigor artístico en el manejo de la capa era bastante nulo, solo el hecho de desmontarse y enfrentarse al toro, aunque fuese solamente para herirle, se le consideraba una suficiente hazaña. 

Desde aquellos primeros orígenes o épocas, los festejos taurinos, cada vez más regularizados a través del tiempo, las Reales Maestranzas de Caballería, juegan un papel importantísimo para organizar las corridas de toros a pie, también al incorporar entre sus disciplinas el ya consolidado y mejor orientado el toreo a caballo, hasta entonces considerado prácticamente un ejercicio fundamental de adiestramiento y diversión, quedando a cargo la organización y designios de estos festejos a los maestrantes, sin embargo, los mismos se resistían a concederle importancia al toreo desmontado, como también a muchos toreadores a pie que se iban destacando, los consideraban todavía criados de sus instituciones más que a unos verdaderos héroes del toreo. 

Si en el siglo XVI, aún se acariciaban los juegos caballerescos medievales transportados a las fiestas de toros, y en el siglo XVII, tales juegos, eran considerados una demostración de valentía por el deseo de los aristócratas o nobles, al siguiente siglo traería consigo una nueva evolución técnica del toreo. 

Hay que remontarse a la época del siglo XVIII con el célebre Costillares, para ser catalogados matadores de toros como una profesión remunerada y digna, a pesar de los muchos inconvenientes que prevalecían por parte de los citados nobles caballeros, cuando algunos de los toreros ya eran archiconocidos como, Melchor Calderón o José Cándido. 

Entonces el apogeo del "empeño a pie" entró en decadencia por falta de apoyo de los aristócratas. Este ocaso, también el rejoneo se va derivando en el poco gusto que la fiesta de los toros mostrara a la casa real borbónica, por cuya declinación los nobles y aristócratas abandonan dicha diversión. 

Ante tal desinterés del toreo a la jineta, la fiesta de los plebeyos empieza de nuevo a resurgir y convertirse en hazañas camperas ante los públicos quienes exigían imposiciones, despojándola de cuanto tenía de espectáculo armonioso y cortesano. 

Nuevas prohibiciones papales como la de Sixto V, y nuevas atenuaciones como la de Clemente VII, acompañaron a la fiesta hasta el siglo XVII, considerando este siglo como el consolidado nacimiento del rejoneo como un arte ecuestre por excelencia. 

A finales del siglo XVI, surgen los primeros tratados de la tauromaquia, o dicho arte de torear a caballo, entre los cuales "los tratados de la brida y la jineta”, de Bernardo de Vargas y de Diego Ramírez de Haro, ambos fueron los que contribuyeron activamente en regularizar el comienzo del rejoneo hasta darle firmeza artísticamente. 

Continuará...