La música de la palabra

El viaje de la rumba

La rumba es un palo de ida y vuelta, es decir un estilo musical que, junto con la guajira y la colombiana, se fue forjando en los viajes marinos entre los puertos andaluces y las playas del nuevo mundo. Se trata de un estilo marinero, que va buscando la cadencia de las olas.

La rumba cubana tiene sus cualidades, y la guitarra flamenca supo asimilarlas y transformarlas extendiendo la palma sobre las seis cuerdas, para crear un ritmo lleno de frescura y erotismo. Sobra decir que la cadencia de la rumba flamenca lleva el sabor de dos orillas y un mismo mar.

Rumbear significa encontrar el rumbo justamente cuando se pierde el rumbo, bailar para siempre, embarcarse en un viaje que no tiene regreso.

En el mundo del flamenco no solamente el guitarrista puede ser rumbero, sino que también es rumbero el percusionista que toca el cajón, el que toca los bongós, el que lleva las palmas, o simplemente el que camina con ese ritmo para sortear la vida. Recordemos en este sentido a Pedro Navaja “con el tumba´o que tienen los guapos al caminar” haciendo música cada paso, o al “bello niño de junco” de Lorca que “ronda la desierta calle” con “sus zapatos de charol” que “rompen las dalias del aire,” con sus “dos ritmos que cantan / breves lutos celestiales.”

Quien camina haciendo ritmo hasta perderse podría encontrarse con la muerte al final del camino, ¿qué otra cosa es la vida sino un camino hacia la muerte? Por ello ese camino y esa muerte se dejan sentir en la madera de la guitarra, en cada golpe de cajón, o en la madera astillada del verso rumbero cuyo destino es el silencio: “De qué callada manera / se me adentra usted sonriendo, / como si fuera la primavera / ¡Yo muriendo!”  

Cada golpe es morir para renacer, por eso cada paso de Arcángel va dejando “breves lutos celestiales.” La vida y la muerte coinciden en el mismo pulso, cundo la mano golpea la madera o la piel del tambor. La rumba es un espejo del camino.         

 Un solo pulso nos deja sentir el perseguidor de Cortázar, Charlie Parker, ese rumbero del Jazz que puede meter la eternidad en un compás y de inmediato perderla.

“Volando voy, volando vengo -dice la letra de una rumba flamenca- por el camino yo me entretengo.” Es decir, ir perdido, de aquí para allá, ir sin rumbo fijo, es decir ir rumbeando.

La guitarra rumbera suena entre dos aguas con el cajón y las palmas, evocando el son de los navegantes. Los marinos escuchan la rumba en la cadencia del mar. Esta música nace de los viajes, de lo que se recuerda de los viajes cuando se llega a puerto.

La rumba es un palo de ida y vuelta, expresión de dos mundos. Es también una forma de soñar, de perderse en la vida. El rumbero se pierde mar adentro para soñar, va buscando su “niña amarga,” su Pena, su cadencia andaluza.