Poéticas de la Inteligencia

Alejandra Pizarnik: El Silencio como Metáfora y Lenguaje en la Poesía

Beatriz Saavedra Gastélum
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El silencio, en la obra de Alejandra Pizarnik, es mucho más que una pausa entre las palabras; se transforma en una experiencia poética compleja, cargada de significado. Su poema Silencio es una prueba de ello, donde el silencio se convierte en el eje central, tanto de lo que se dice como de lo que se calla. Es un silencio que no representa la ausencia, sino una presencia que lo abarca todo, un espacio donde la palabra se transforma y se purifica, creando una doble metáfora: por un lado, como experiencia purificadora y, por otro, como exigencia de totalidad.

Alejandra Pizarnik, en su poema Silencio, escribe:

"Silencio, yo me uno al silencio / yo me he unido al silencio / y me dejo hacer / me dejo beber / me dejo decir."

Estas líneas evidencian una entrega total al silencio, una comunión profunda con lo que no se dice. La repetición en la estructura, la simplicidad de las palabras, y el ritmo pausado sugieren un abandono a lo inexpresable, al espacio vacío donde la palabra parece disolverse en la quietud. El silencio no es solo una pausa, sino un estado en el que la poeta se funde, como si la palabra y el silencio fueran, al final, una misma cosa.

En el poema, el silencio adquiere una doble connotación. Por un lado, es una experiencia purificadora, un proceso de depuración que parece liberar al poema de la carga excesiva de las palabras. En un mundo saturado de ruido y estímulos, el silencio se convierte en un refugio, una forma de despejar el terreno para que las palabras tengan un significado más profundo. Es un silencio que limpia, que otorga claridad.

Por otro lado, este silencio se vuelve una metáfora de la totalidad, del deseo de alcanzar un lenguaje absoluto. Esta búsqueda de la Palabra con mayúscula, tan absoluta que llega a confundirse con el silencio mismo, nos enfrenta a la paradoja del acto poético: la necesidad de decir lo indecible. En este sentido, Pizarnik parece sugerir que, al final, la poesía no es solo lo que se dice, sino también lo que se calla. El silencio se convierte en una crítica de la propia palabra, en una exigencia de que el lenguaje sea más de lo que puede ser, en una tensión entre lo expresado y lo que queda oculto entre líneas.

Este doble papel del silencio refleja una experiencia poética profundamente elaborada. No es una simple pausa o ausencia de sonido, sino una construcción consciente, resultado de un proceso creativo intenso y minucioso. Pizarnik no se enfrenta al silencio como una ingenua, sino que lo abraza como un componente esencial de su poesía. En su silencio, el poema adquiere un nuevo significado: se vuelve más profundo, más revelador, y al mismo tiempo, más misterioso.

Resulta paradójico acercarse a un poema para "escuchar su silencio". Pero, en el caso de Pizarnik, esta paradoja se convierte en la esencia misma de su creación poética. Podemos detenernos en el espacio en blanco, en el eco que queda entre los versos, en el silencio que subyace en cada línea, como en la vida o el amor, los silencios hablan más que las palabras.

Cuando nos enfrentamos a un poema con esta consciencia, la experiencia de lectura se transforma. Ya no buscamos simplemente descifrar el significado de las palabras, sino que nos acercamos al poema con la disposición de escucharlo de una manera más profunda, más pausada. Es un silencio previo, un espacio en el que nos preparamos para recibir la palabra poética, pero también un silencio que nos acompaña durante toda la lectura, guiándonos hacia las verdades ocultas que las palabras no logran expresar del todo. Es en ese vacío donde la palabra poética encuentra su mayor resonancia.