Rostros y Letras

Bernardo Ruiz

Bernardo Ruiz (Cd. de México, 1953), es escritor y traductor, Bernardo Ruiz ha incursionado en cuento, novela, ensayo y poesía, además de su gusto constante por traducir obras inglesas o francesas. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (1971-74). Fue también becario de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (1973-74), donde fue discípulo de Augusto Monterroso. Cuenta con más de 30 publicaciones en distintos géneros, y es Maestro en Diseño y Producción Editorial por la Universidad Autónoma Metropolitana, de la que fue profesor fundador. A la par de la docencia, se desempeñó como Director de Publicaciones y Distribución. Asimismo, impartió cursos de creación literaria en diversas instituciones públicas del país, además de los impartidos para la Fundación para las Letras Mexicanas (2003-2014) y los de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM (1990-2004).

Bibliografía selecta:

  • Viene la muerte, (cuento, UNAM, 1976).
  • El último elefante, (novela, Plan C ed., México, 2004).
  • Pueblos fantasmas, (poesía, Plan C ed., México, 1999).
  • Olvidar tu nombre y Los caminos del hotel, (novela, Conaculta, México, 2003).
  • De escritura. El relato y la novela. (Ensayo didáctico, Plan C editores, México, 2006, 2018).
  • La sangre de su corazón, (cuento, UNAM, 1999).
  • Luz oscura, (teatro, UAM-X, 1999).
  • Asunto de familia, (ensayo, ISIC, Sinaloa, México, 2013).
  • Sexto continente, (poesía, Plan C ed., 2018).

 

¿Cómo describirías tu espíritu creador?

Entre el ocio y la envidia —que abundan en la vida— recito ensalmos algunas veces; otras, me dejo ir con el aburrimiento. Es difícil atravesar los muros del silencio. Así, evoco a alguna joven o a bellas mujeres conocidas —recién— en el sueño; o bien escarbo en pos de la belleza algún consejo de mi abuela, de mi madre o de mi tía la mayor, mientras miro por las ventanas del metro o del autobús. A veces, me pregunto si la altura y el vértigo en un avión producirán un gran verso afortunado o un delicado poemínimo. Entre tanto, dudo... dudo siempre acerca de cuál es el inicio, cuál el fin....

¿Qué esperas transmitir a través de tu palabra?

A. Como lo señaló Kurt Vonnegut —con base en sus conocimientos acerca de Trafalmadore—: aquellos mensajes interplanetarios o intergalácticos que miran con optimismo al universo están encaminados a salvar su equilibrio y a perpetuarlo; aunque quizá, al término, los resultados en algún descuido se nos escapen.

B. En contraposición, la Teoría del Bosque Oscuro nos inserta de inmediato en medio de un cataclismo cósmico —pensemos en las tesis de Xiu Ci Lin—, quien ha afirmado que los habitantes de un planeta como el nuestro están en desventaja ante otros satélites, planetas o sistemas planetarios, cuyos comportamientos son complejos o impredecibles, ya que ocultan sus estrategias y sus empeños para destrozarnos.

Pero apuesto por la esperanza.

¿Qué papel tiene la emoción en tu proceso creativo?

Como la loca de la casa, siempre anda por ahí haciendo travesuras.

¿Cómo ha evolucionado tu estilo a lo largo de los años? 

Mi estilo en prosa se ha vuelto cada vez menos pretencioso, y tal vez más directo en ocasiones; es posible, también, que logre sus objetivos de otros modos: ha ido olvidando la verborrea; posee mayor exactitud en su decir, y logra una gozosa precisión en sus términos (al menos en mi intención).

Además, importa señalar, ha descubierto otras músicas.

Este ha sido un viaje sideral. Si el estilo es el hombre, he sido un viajero afortunado: atravesé el lejano Este y me interné por el Mississipi, conocí un largo trecho del medio Oeste y he vagado por tierras mexicanas leyendo las rutas de las estrellas para encontrar a un hombre llamado Pedro Páramo —un rencor vivo, dicen–; y he quedado convencido de que esta  tierra es de asombro y grandeza, como muchas otras. Siempre nos hace sentir como privilegiados los caminos que atravesamos.  No sé aún cuál será mi siguiente derrotero.

¿Qué influencias han marcado tu trabajo?

Aprendí a leer a una edad temprana, impulsado por la envidia que sentía hacia mi hermano mayor. Antes que eso, parecía que él me llevaba demasiada ventaja con cada palabra que descifraba; lo que le facilitaba abrir grandes puertas a un mundo que me estaba vedado. Cada libro que tomaba entre sus manos se convertía en un tesoro que yo quería arrebatarle. Pero opté por estudiar sus estrategias, y algunas de sus lecturas (a veces no coincidíamos). Con ello, poco a poco se fue cerrando la ventaja, hasta que se convirtió en complicidad: abarcar lo más posible y seleccionar lo más importante. Impulsado por ese proyecto, me dediqué a buscar lecturas con un mayor cuidado. De modo que fuimos agotando las hileras o columnas de los libros que estaban en los estantes y en las habitaciones de casa de los abuelos y de la nuestra.

No tuvimos durante nuestros primeros años métodos de lectura más sutiles, que poco se alejaran del atractivo que nos despertaban las primeras páginas y el subsecuente vértigo de adictos para llegar con prontitud a los últimos folios...

La escuela inauguró parámetros diferentes y a veces propuestas magníficas. Más tarde, cada quien optó por estrategias propias para leer y encontrar nuevas obras más gozosas o monumentales.

La primera gran lectura que recuerdo fue un libro de Selma Lägerlof: El maravilloso viaje de Nils Hölgerson a través de Suecia. Con gusto volvería a recomenzarlo ahora, y de nuevo le preguntaría a mi madre mis dudas al respecto… Otro textos que admiro son Los pensamientos de Marco Aurelio; y más cercanos en el tiempo, Veinte mil leguas de viaje submarino junto con el Viaje al centro de la Tierra… los textos de H. G. Wells, y la complicidad literaria con Stanislav Lem, quien me fue muy dúctil para crear puentes con Borges y Bioy Casares para lograr lecturas atractivas para mis discípulos. Por lo demás, las obras que son mis influencias restantes, Marco Aurelio o Schopenhauer, junto con muchas más, están enlistadas en mi cabeza como una especie de Maëlstrom que espero la vejez no tranquilice…