Memorias de un niño de la posguerra

Los cines de mi barrio

Mi barrio estaba bien surtido de cines. A la cabeza se situaba el Alcalá, que se conserva como teatro en la actualidad. Le seguía el Salamanca, que ahora mantiene su estructura de plantas, pero está ocupada por unos grandes almacenes. El cine más popular en mi niñez era el Padilla, que curiosamente estaba ubicado en la calle General Pardiñas. Allí pude asistir a las películas de series, como la del Cobra y el doctor Satán. Creo recordar que el papel de malvado doctor era un actor, Edward Cianelli, que sería el jefe de los “tugs” en “Gunga Din”.

Yo me emocionaba con “La mano que aprieta”, y me asombraba que los actores no se quitaban el sombrero de encima, aún en medio de las peleas. También resultaba sorprendente que en “Policía Montada del Canadá” el protagonista salía del agua ¡con el sombrero puesto!.

Yo iba con frecuencia al Padilla, no sólo por ser el más barato, sino porque el chaval que trabajaba en la tienda de flores de mi madre y mis tías, al terminar su jornada laboral, iban al Padilla para vender patatas fritas en los descansos, y me “colaba” en la entrada. También acudía al Alcalá, en teoría con la entrada más cara, pero en la práctica los comercios facilitaban a los clientes unos vales que reducían el precio.

Otros cines de la zona eran el Argel, y más tarde se incorporaron otros, como el Benlliure y el Vergara. Allí se exhibían películas que se podían incluir como de segundo reestreno. El sistema de distribución entonces partía de los cines de estreno, casi en su totalidad ubicados en la Gran Vía. De allí pasaban a dos o tres salas de primer reestreno, y la cinta acababa en salas de segundo reestreno, más numerosas.

El Padilla alternaba películas y series, con las del Oeste. En estas últimas los protagonistas eran especialmente tres: Ken Maynard, Bob Steel y Buck Jones. Bob siguió su carrera profesional como secundario.

El público participaba activamente en la acción. Recuerdo que en la proyección de una de las películas del doctor Satán, el malvado tenía secuestrado a la protagonista, y amenazaba con matarla. Pero en ese momento saltó de las butacas del piso de arriba una voz apasionada que, a voz en grito, exclamó; ¡Amos pira, legañoso, que viene el Cobra!.

Los diálogos de estas series eran pintorescos, y a veces chuscos. El “bueno”, que estaba prisionero de unos bandidos, lograba escaparse, y uno de los bandidos decía a sus compañeros “tengo una idea ¡persigámosle!

En otra serie, uno de los malos se enfrentaba al protagonista al grito de “¡Me llamo Garlow, y te destrozaré con mis manos de hierro!”, la respuesta del “bueno” fue un guantazo que tumbó al tal “Garlow”. Eran películas divertidas, sin temas rebuscados, pero que hacían felices a los chavales de la época.

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