La mirada de Ulisas

Una imagen vale más que mil palabras

LA MIRADA DE ULISES bien conoce el refrán que “una imagen vale más que mil palabras. En el caso preciso de la salida de las tres secuestradas de Gaza: Romy, Emily y Doron, tres heroínas nacionales, que desafiaron en permanencia la muerte y el constante y condenable maltrato al que fueron sometidas durante mas de 450 días, con una resiliencia que bien se atribuye al judío, expuesto a tanto antisemitismo gratuito, descubrimos escenas espeluznantes de hombres enmascarados y armados hasta los dientes. Representaciones de espanto que recuerdan las de las mujeres veladas donde los rostros se esconden, y mi mirada un tanto ingenua quiere creer que sus almas permanecen arrugadas bajo esa careta ante la represión en que viven bajo regímenes de horror y terror.

Es la visión de esta Ulisas, que reflexiona sobre todo lo que ve y lee, y se pregunta ¿acaso lo velado, lo oscuro, lo disfrazado traen claridad? Tal vez la luz de conocer realidades, porque sin duda alguna detrás de los rostros encubiertos de los terroristas se camufla mucha maldad: el poder matar y violar a sangre fría a personas inocentes rebasa cualquier principio de guerra, al violentar ciertos códigos que aún en guerras se deben respetar. La idea de un conflicto armado es no atacar a las personas que no intervengan en los apremios de una declaración bélica, como son las seres comunes y mortales que viven una vida ajena a la violencia. Son ellos o ellas los transeúntes atacados por la espalda con un cuchillo que les sesga la vida o los deja mal heridos.  Actos de una bestialidad sin límites al verlos empuñando un fusil en alto. Fue la imagen divulgada mundialmente el día que Doron, Emily y Romy fueron entregadas a la Cruz Roja para volver a sus hogares. Solo tres liberadas, una con dos dedos amputados cuyo símbolo ya se hizo viral, al levantar su mano y hacer el gesto displicente de “váyanse al carajo”. Es el pensamiento de muchos atisbos, como el mío, que condenamos el mal por el mal. Y creo que se debe siempre tener en cuenta que Israel, a pesar de ser un diminuto país atacado en permanencia con miles y miles de misiles, nunca dio declaración de guerra. Sólo se defendió destruyendo los misiles en el aire con su Domo de Acero, gran invento para proteger a la población civil, principal preocupación de un gobierno que cuida a sus ciudadanos, como debe ser la responsabilidad de un dirigente que ame a su pueblo. Lo que no resulta en el caso del mundo de los terroristas. Se ufanan de cada muerte civil como si una vida no fuese importante sino para sumarla a cifras, muchas veces mentirosas, que avivan la sensiblería del occidental al pensar que sean una realidad. Inflan la cantidad de muertos y sobre todo en el caso de la población civil porque saben que crean excelente propaganda contra el ejército israelí. Vale la pena destacar sin error a la verdad que es uno de los más “morales” del mundo al anunciar con minucia los puntos de ataque con la finalidad de evitar al máximo víctimas colaterales al intentar ponerlas a salvo. Lo que no hacen sus regentes:  esos terroristas que conocen bien la mentalidad occidental y se aprovechan de la buena fe de los seres normales para poner a sus mujeres, niños y ancianos como carne de cañón y luego hacerlos pasar como el blanco del fusil israelí. Menos mal que ya esta nefasta práctica es bien conocida por la prensa internacional, que a veces más lúcida no calla la verdad. Otras veces, seguramente con el ánimo de vender más, explotan estas cifras para crear escándalos que son los venden, sin tomar en cuenta la honestidad para decir la verdad. Se basan en que los beneficios económicos que se validan más. Pero al ver estas imágenes de esos rostros tapados, el mundo ya no puede ser ciego y debe despertar al analizar el contenido sin sesgos ni prejuicios y tiene la obligación de preguntarse ya sin tapujos: ¿qué significa no dar la cara? Para mi mirada, que hurga informaciones y sondeos, tengo una respuesta diáfana, es primero mostrar una cierta cobardía encubierta y segundo saber sobre el terrorismo que se esconde en cada perfil que se desdibuja en una colectividad, educada en el odio hacia el judío en primera instancia y luego vendrán los demás, que no hayan sucumbido a sus leyes y enseñanzas. Es una amenaza que se debe considerar ya no con sesgos sino con lo que implica hacerse el de la vista gorda ante una realidad que salta a la vista: a esos hombres uniformados no les tiembla el pulso para empuñar un arma y desafiar los dictados de corazones pletóricos de bondad. Lo que inculca la educación occidental como una meta al buscar una evolución en los individuos, mientras que detrás de esos disfraces se siente la palabra odio hacia el semejante, inclusive hacia su propia gente cuando disiente de sus reglas. Matan sin miramiento alguno al que maneje una opinión que no encaje con sus creencias. Todas cortadas por el mismo molde desde la infancia, cuando se les marca con el sentimiento abyecto del rechazo a la diferencia. Unificados están bajo una máscara que los funde en una masa, que ya no piensa sino actúa con el impulso o el vector del odio, una fuerza vital que asombra y es capaz de todo sin límites ni fronteras. Sólo saciar un veneno que exige cada vez más su elemento para seguir en vida. Tantas caretas que nos relacionan este porvenir para la Humanidad que, si no se entiende a tiempo, la catástrofe será universal y lamentablemente no tendrá reversa. Detengámonos en esas imágenes que hablan por sí solas, elocuentes y dolorosas muestran su faz. La faceta de valores que resulta ajena al lenguaje occidental con voces que defienden la igualdad, la fraternidad y la libertad.