A Volapié

La nación y el sentido de la vida

En el pasado he tratado el tema de la decadencia de España y de la influencia en este proceso de la falta de un proyecto común o nacional a largo plazo. La lectura del libro de Nixon, “1999, victoria sin guerra” me ha empujado a hacer algunas reflexiones adicionales.

Como norma, todo en la vida tiende a permanecer cuando tiene sentido y propósito. Cuando esto falta, lo más probable es ir dando tumbos sin rumbo fijo sin alcanzar jamás nuestro máximo desarrollo potencial. En el caso de las naciones sobreviene entonces la decadencia, y alguna vez incluso la desaparición. Nos explica Víctor Frankl en su conocido libro “En busca del sentido” que el ser humano necesita que su vida tenga sentido. Sin razón de ser, el ser humano está perdido.

Frankl, superviviente de los campos de concentración nazis, cuenta que no solían sobrevivir los más fuertes físicamente hablando, sino aquellos cuya vida tenía sentido y propósito. La principal fuente de sentido es el amor, la segunda es una meta o finalidad. El propio Frankl sobrevivió a pesar de que mataron a gran parte de su familia gracias a que tenía una gran tarea en mente, escribir la teoría de la Logoterapia. Su vida tenía sentido ayudando al prójimo, y transitando ese bello camino en el que convergen el propósito y el amor. 

En su libro Nixon afirma que la mayoría de los individuos perecen cuando ya no tienen propósito alguno por el que vivir. También dice que la muerte de la nación es inevitable cuando deja de tener una razón para existir. 

Para entender lo que es especial acerca de una nación, afirma que es imperativo conocer profundamente su historia, y en el caso de España, nuestras raíces judeocristianas, clásicas y medievales. Por eso es tan grave que nuestra historia se estudie poco y mal en muchas comunidades autónomas, incluso que esté cercenada, o simplemente falsificada como sucede en ciertas autonomías.

Dar la competencia de educación a las CC.AA fue un error, un fallo capital que explica en gran medida el auge del separatismo, el desapego a la nación, y nuestra decadencia. Sin conocer nuestra historia y nuestras raíces no podemos amar y entender a España. Es por esto que una parte significativa de los españoles odian a su país y a su bandera. Algo que no sucede en ningún otro lugar del mundo. En el mejor de los casos sienten desapego, disfrutan de las ventajas de ser español sin sentirse comprometidos por las obligaciones. 

Los separatistas catalanes se han inventado una nación donde nunca la hubo, confunden interesadamente nación con nacionalidad. No llegarían muy lejos si el PSOE no colaborara con ellos debido a su inmensa ambición y apego al poder. Sin embargo, el separatismo tiene un propósito, un objetivo, que da sentido a lo que hacen. Han imaginado una nación y se esfuerzan, incluso cometiendo toda clase de delitos, para conseguirla. 

En esto llevan ventaja al resto de España y de partidos porque ni tenemos, ni tienen, un propósito para nuestra nación. El PSOE no tiene visión alguna para España si no es la de permanecer ellos en el poder a cualquier precio. No es de extrañar por tanto que estén dispuestos a sacrificar cualquier cosa como la viabilidad del estado de las autonomías y la igualdad entre españoles, y en el caso de ser necesario, la soberanía nacional y la integridad territorial. El PP de nuestros días, socialdemócrata y timorato, tampoco parece tener una visión para España a largo plazo, y si la tiene no la ha hecho pública.

Necesitamos un proyecto común ilusionante que de sentido y cohesione a España, y que revierta la lenta decadencia política, económica y social que padecemos desde la crisis del euro, acelerada desde la llegada al poder de P. Sánchez. Si este proyecto existiera, el separatismo tendría mucho menos predicamento.  

Sin una visión compartida de nuestro pasado, es difícil tener una visión de futuro para España. Por eso los separatistas, que sí tienen un proyecto, han colonizado hace décadas la educación. Saben que deben sembrar en las mentes de la juventud su visión de Cataluña, y han tenido bastante éxito. No han dudado en inventarse un pasado, ni en imaginar un futuro que pasa por la demolición y ruina de España. 

Según Paul Jonhson, conocido historiador y periodista inglés, una de las lecciones de la historia es que la permanencia de ninguna civilización o nación está garantizada. Siempre hay una era oscura a la vuelta de la esquina si jugamos nuestras cartas suficientemente mal y cometemos suficientes errores. Fíjense cómo la democracia venezolana ha degenerado en una criminal tiranía, en este caso  de la mano de la izquierda que enarbola banderas como la de la justicia social, y esto con el apoyo activo y pasivo de relevantes figuras del PSOE. Lo mismo sucedió en Hong Kong no hace mucho. 

Parece bastante obvio que, si los separatistas catalanes triunfan finalmente, impondrán un remedo de democracia. Si yo fuera residente en Cataluña y separatista, visto el tipo de sociedad que quieren implantar, no les votaría para preservar mi cartera y mis libertades, ya notablemente recortadas. 

Desde el año 2000, y probablemente antes, los españoles hemos jugado mal nuestras bazas, liderados por unos políticos que han cometido abundantes y graves errores por falta de visión de estado, incompetencia, excesivo apego al poder, e incluso odio. Esto nos ha llevado a un declive acelerado desde el 2010, no solo económico y social, sino también político. Las costuras del estado de derecho y de las autonomías están siendo sometidas a una gran tensión.

De entre todos los errores cometidos, tanto el repudiar la historia de España en gran parte del país, como el no tener un propósito nacional, son dos de las principales causas que explican por qué España declina y tiene un futuro incierto a medio y largo plazo.