Permítanme en esta columna explicarles una historia sobre lo que fueron las localidades en los valles mineros del carbón, y su situación en nuestro tiempo... Sí, inventada por mí, pero que verdaderamente sucede... Comenzaré con la triste realidad de hoy, y es que las localidades mineras del carbón no atraviesan su mejor momento económico, es más, directamente es pésimo. Esos municipios, dependientes desde siempre de la mina que en ellos se explotaba, brillan por el desánimo, la desilusión y la tristeza : sus gentes ya no son las que eran. La presencia del Estado ya solo aparece vinculada a los nuevos vecinos, pero muchos de los problemas que estos deberán afrontar a su llegada son compartidos por los habitantes del lugar: pobreza, soledad, baja autoestima... Los yacimientos de carbón ubicados en esos pueblos, explotados durante generaciones a través de un número considerable de minas, hicieron de esos valles un lugar destacado dentro del norte de España y dentro del proceso de Revolución Industrial que se iniciara en Inglaterra siglos atrás. Las fiestas de los mineros eran un gran evento público por esos lares, sus calles eran mezcla de un olor a esfuerzo y satisfacción, pero eran otros tiempos. Otro de los puntos distinguidos y de interés de la región era su innegable verde de la naturaleza, y menos mal que eso aún se va manteniendo. Los últimos treinta años han significado la decadencia de la minería del carbón por las imposiciones de agendas europeas, y muchos pueblos han perdido su esencia, y me atrevo a decir que la desolación se ha instalado en muchos de estos lugares, es decir, su modo de vida ha sufrido una gran transformación. Muchas minas cerraron y la región se ha empobrecido, y eso también implica que las casas y los terrenos pierden valor. El vecindario minero está irritado, y se caracteriza por el desánimo de sus corazones.
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