La Vuelta de Rocha ha sido históricamente el punto nodal de la existencia del barrio de La Boca del Riachuelo.
Unos pocos cientos de metros más adelante de ese lugar histórico, las aguas en las que se refleja, se confunden con las del Río de la Plata.
Cerca de ochenta kilómetros más arriba el río Matanzas impulsa su avance para insuflarle identidad en las cercanías de su vertedero.
Como bien lo percibió la historiadora Graciela Silvestre, la geografía identitaria sólo adquiere nombre propio cuando ese Riachuelo de los Navíos penetra en la pequeña superficie de poco más de 3 km que acompaña a la avenida que lleva el nombre del primer fundador de la ciudad (El Adelantado Pedro de Mendoza).
El territorio en que se asienta su localización fue asignado al momento de su refundación, en el año 1580, al capitán Gonzalo de Vera y Aragón, que nunca tomó posesión efectiva de las mismas y a lo largo de más de 50 años pasó por diversas manos, hasta que en el año 1635 el antiguo fundo fue adquirido por el comerciante y hacendado Antonio Rocha, que le dio uno de los varios nombres por el que se conoce al lugar (Vuelta de Rocha).
Para ese entonces, los ingleses ya habían dado décadas atrás (1607), muestras de su espíritu corsario saqueando navíos estacionados en su cercanía, conducta que impulsó a un funcionario colonial a construir un torreón de vigilancia en el lugar.
Desde el siglo posterior, segunda mitad del siglo 18 particularmente, había ido acrecentándose su movimiento por el aumento de los volúmenes comerciales que se traficaban desde su precario muelle, a través de pequeñas embarcaciones que trasladaban sus cargas a navíos de mayor porte que anclaban en el punto de encuentro del riacho con el Río de la Plata.
Esa nueva dinámica al modo en que una piedra cae dentro de un estanque quieto, produciendo ondas que se expanden, fue ensanchando la actividad de la zona portuaria y generando identidad propia.
Ya entrada la segunda década del siglo XIX, aprovechando su privilegiada posición geográfica, en sus inmediaciones se instaló la maestranza naval dirigida por el almirante irlandés Guillermo Brown, que tenía por misión la reparación de los navíos dañados en la lucha por la independencia primero y más tarde, a mediados de la siguiente, de la construcción de lanchas cañoneras cuando se desató la guerra con Brasil.
Llegado el año 1830, el historiador Antonio Bucich considera que su importancia económica e histórica será central en la vida lugareña.
La vinculación con el arte nacerá poco después.
En 1836 el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini, ingeniero llegado más de 10 años atrás, contratado por Bernardino Rivadavia para construir un puerto “que no fue” realizó un hermoso grabado titulado “Puerto de los Tachos en la época del gobierno de Rosas”, que simbólicamente considero la primera representación iconográfica del lugar.
Décadas más tarde se instalaron los primeros astilleros y la presencia del puerto la fue transformando en el alma del lugar.
La segunda mitad del siglo 19, en cuyos comienzos se organiza constitucionalmente el país, asiste a un proceso histórico en el que a la naciente república se le asigna el papel del “granja del mundo” (recordad la célebre frase del economista y político inglés Richard Cobden “Que Inglaterra sea el taller del mundo y el resto…su granja!”) y de esa necesidad material surge el modelo de país semicolonial que aún se mantiene vivo, pero que también produce el nacimiento del “paese xeneixe”, del que somos sus hijos los boquenses.
De la historia artística de ese “paese” he hablado quizás demasiado, por lo cual no agregaré nada más.
Las referencias que anteceden son una especie de marco “atmosférico” destinado a ubicar al lector en los días de mi infancia, -década de los 50-60- cuando todavía, en muchos sentidos, conservaba rasgos de su antigua identidad, incluso de las melodías de los diversos dialectos, que escuchaba sin entenderlos.
Recuerdo las ceremonias que en modo de homenaje durante la década de los años 50 se realizaban anualmente en torno al mástil de la plazoleta que funge como cubierta de un navío imaginario recordando a los marinos fallecidos, en el curso de las cuales, se arrojaban ofrendas florales a sus parduzcas aguas, momento que era acompañado por los lúgubres sones de una banda militar y la formación de la marinería en coro.
No menos que ese día tan especial de mi infancia, recuerdo la reunión cotidiana de los viejos marinos, ya retirados de la actividad, que se reunía diariamente en los bancos empotrados de la plazoleta, para recordar sus aventuras, entonces bordadas por la niebla, que al conjuro de sus legendarias pipas traían en su memoria traspasados por la emoción junto a los recuerdos, la imagen de la tierra “lontana”.
Por eso, el lugar, además de “Vuelta de Rocha” y “Puerto de los Tachos”, también se lo conoce en la memoria popular con el nombre sentimental de “Plaza de los Suspiros”.
Es la designación preferida por mí.
Pocos años después, durante casi toda la década de los años 60, (años 62 a 67), mientras cursaba mi vida universitaria, llegaba hasta el lugar, para tomar el colectivo de la línea 29, que en ese punto tenía su partida y mientras aguardaba que el momento llegara, me acercaba hasta los bancos donde dialogaban y junto a esos viejos marinos, mientras escuchaba sus narraciones, a mi modo, surcaba los mares que brotaban de sus memorias.
Manifesté al comenzar, que intentaba reconstruir en pocas líneas los años de mi lejana infancia.
Porqué desde mediados de los años setenta, el barrio histórico que describí en algunos trazos fue desdibujándose, hasta convertirse hoy en un barrio casi residual.
La política y la “modernización” son las principales responsables de esta desafortunada transformación, pero no es este el lugar para desarrollar el tema.
La política, porqué el país oligárquico nunca perdonó a La Boca haberse despegado de su modelo productivo para crecer desde el trabajo, y en especial, constituir un “paese revulsivo”,
dispuesto a defender los principios básicos que modelaron su existencia, la fraternidad, la igualdad y la solidaridad.
La modernización, porque el desarrollo tecnológico, en ese punto, inevitable, sustituyó el trabajo humano por el trabajo mecánico
Tuve ocasión de constatarlo apenas semanas atrás en una visita de fin de semana.
Solo una superficie ubicada en torno al célebre pasaje “Caminito”, que no excede los 600 metros y concentra todo el interés de quienes manejan los negocios muy rentables de gastronomía y “anexos”, es beneficiaria del “turismo local e internacional”, que llega en busca de su pintoresquismo pero no de su historia.
Hoy solo podemos reencontrarnos con su grandeza a través de un Museo, algunos libros y su celebrada escuela de artistas constitutiva de su historia mayor.
Para conocer a La Boca fecunda que fue, hay que recuperarla de los grandes cuadros de Fortunato Lacamera, Victor Cunsolo o Quinquela Martin, particularmente, que convirtieron a la Plaza de los Suspiros en un lugar legendario.
Los dos factores centrales de su identidad; el Riachuelo y el trabajo desaparecieron y con ellos su auténtica vida.
Hoy (todavía!) somos pocos los que aún conservamos en nuestros oídos los ecos de las voces de los viejos marinos y aspiramos el perfume de sus pipas legendarias!