Blog | Derecho de paso

Anna y Anna

Cuando los poemas de  Anna Ajmátova fueron  proscritos, ella se las ingenió para divulgar su poema más conocido REQUIEM .Recibía en su casa a un amigo afín y le ofrecía un cigarrillo. Mientras ,charlaban sobre cualquier cosa intrascendente. Esa conversación sería casi con total seguridad grabada por la policía. Anna mientras escribía con letra pequeña dos o tres versos sobre el papel de un cigarro o una cajetilla, su acompañante memorizaba los versos  que era rápidamente quemados en un cenicero. Al abandonar su casa, el amigo era registrado por la policía estalinista que nunca encontraba nada.  Este poema , gestado bajo el acoso y  la censura (no sólo prohibieron sus libros ,incluso la prohibieron escribir)  constituye un monumento poético de resistencia frente al desnutrimiento vital provocado por el dolor extremo y la falta de esperanza. El relato cuenta  que , cuando hacía cola en la cárcel rodeada de mujeres destruidas por la angustia , alguien detrás de ella le preguntó ¿Puede usted contar esto? Y Ajmátova constestó: Puedo. Si la  vida de Ajmátova es digna de varios guiones de televisión( su primer marido fue fusilado, su propio hijo fue arrestado en tres ocasiones y deportado a Siberia, fue pareja de Modigliani) sus poemas están considerados como los mejores del Siglo XX. Cuentan que su entierro en San Petersburgo fue multitudinario.

Tengo una amiga que piensa que su propia existencia es un conflicto  como lo es el curso de un río que desemboca en el Ártico , a fin de cuentas los dos tienen cuatro mil kilómetros de cantos que hacer rodar.  Mi amiga aprendió tarde a decir que sí y sus noes dubitativos se quedan suspendidos en la conversación como puertas abiertas a callejones sin mapa. Aprendió a amar la vida en un idioma nacido a distancia . Sin embargo nada pone nombre al miedo que nace de ser dos Annas en dos continentes distintos. Por cierto, mi amiga se llama Anna.Es rusa. Para ella este poema:  LA TIERRA NATAL

No la llevamos en oscuros amuletos,

ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,

no perturba nuestro amargo sueño,

ni nos parece el paraíso prometido.

En nuestra alma no la convertimos,

en objeto que se compra o que se vende.

Por ella, enfermos, indigentes, errantes

ni siquiera la recordamos.

Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.

Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.

Y molemos, arrancamos, aplastamos

esta tierra que con nada se mezcla.

Pero en ella yacemos y somos ella,

y por eso dichosos la llamamos nuestra.