Opinión

El sueño de la red

La fuerza y significación de la escritura reside en su construcción, que tiene que ver con el simbolismo arquetípico del tejido, común a la magia y a la religión, y del que los nudos, los lazos y las cuerdas de las redes no son más que simples variantes. Ese acto de tender la red a lo desconocido es propio de la experiencia poética, ligada a una situación de espera, donde el hablar deja paso al escuchar. Hay, pues, una íntima relación entre la red y el poema, porque el poema lo que le da a la materia es la posibilidad de hallar su propia forma. Esa materia de lo germinal, de lo eternamente femenino, no desaparece, sino que se aloja en la red que la palabra le tiende. Red y poema forman un solo tejido, pues el poema es la experiencia de la encarnación de la palabra. El tema es rastreable en toda latitud: desde el mito griego del enlace entre Ares y Afrodita y la “red barredera” del evangelio (Mt. 13, 48-49), pasando por la tradición irania, en la que el místico se arma de una red para intentar captar a Dios, y la tradición islámica, que narra la historia de un sueño (“Levanté yo entonces mi cabeza y le dije: Y ¿de dónde te has sacado eso? Él me respondió: Porque te he visto en sueños anudar una red”), de la que se hace eco el místico sufí Ibn Arabí en el Mohadara y que fue recogida por Miguel Asín Palacios en El Islam cristianizado (1931) , hasta llegar a la poesía del siglo XX, dentro de la cual Paul Celan compone este poema, perteneciente a su libro Cambio de aliento (1967), en el que escribe: “En los ríos al norte del futuro / lanzo la red, que tú / vacilantemente cargas / con sombras escritas / por piedras”, del cual dice Walter Biemel en su análisis: “El yo es un pescador que arroja la red. El arrojar la red es una acción de pura espera. Quien ha arrojado la red ha hecho todo lo que pudo hacer, y tiene que esperar a que algo se enrede”, la red es un objeto que señala la búsqueda de lo absoluto y se halla integrado en el simbolismo del Centro, imagen del principio. De ella es emblema la araña escondida en su tela, cuyo hilo hace de vínculo entre lo uno y lo múltiple. El hilo de la urdimbre y el hilo de la trama forman el tejido, la totalidad. Es curioso comprobar que la palabra sánscrita sutra y la latina sutura tienen el mismo sentido de “coser”; y que el uso de cuerdecillas anudadas, que sustituían a la escritura en China, o los kipus peruanos, que constituían los “anales del imperio”, se relacionan con el simbolismo del tejido. El sueño de la red nos hace asistir, en su mismo tejido, a la formación de la escritura y al nacimiento de la palabra, al origen del lenguaje y de la meditación poética. La escritura vuelve a ser, en la espera del pescar, acuerdo con lo imposible. La radical imposibilidad de lo poético, su absoluta tensión, es la que garantiza al poeta una pesca, un hallazgo. El poeta es así un pescador de sombras y el sueño de la red reproduce, en grado sumo, el sueño de la experiencia poética.