Una ventana a mi taller en Madrid. Se llama La Casa Oblicua.
Prefiero el desorden… aunque siempre me dicen que soy muy ordenado.
Los talleres, los estudios, pertenecen un poco al mundo del desorden. Yo creo que lo necesito, el desorden, más aún, desordenarme para crear algo. La entropía como caldo de cultivo de la creatividad.
También, creo que los bocetos deben de tener algo de desordenado. En ellos todo aún es posible. Porque cuando se llega a un resultado que solo intuimos, las demás opciones desaparecen.
Cuando entras en un taller sucede lo mismo: tienes la sensación de que todo es aún posible. Que todavía todo puede suceder.
Hace tiempo una amiga querida (que es capaz de decir la frase más absurda y también la más sabia…) me regaló una de sus mejores frases, una de esas que se quedan a vivir contigo para siempre: “Hay que hacer posible el fracaso”, me dijo.
Creo que en un taller la búsqueda del fracaso debería ser obligatoria. En estos espacios el fracaso no solo debería estar permitido y ser bienvenido, sino requerido, buscado, perseguido. Y quizás eso es lo que tienen de mágico los talleres, quizás sea eso lo que percibes cuando entras en uno: que todo está en proceso y casi todo, todavía, puede fracasar.
Os propongo hoy, en esta vitrina de Madrid, una ventana a un pedacito de mi estudio casi desordenado y, todavía y siempre, lleno de posibilidades y esperanzas.
Y que nos sirva esta pequeña exposición para recordar a César Fernández Arias, genial descubridor de este ventanal e inventor, junto a dos de sus amigos, de esta increíble iniciativa, estas píldoras mensuales de arte en la calle. Suya fue la exposición del mes pasado. Un honor tomarle el relevo ahora.
Hubiese dado algo por ver a los tres amigos yendo al registro civil para legalizar esta vitrina, esta iniciativa. Seguro que a continuación fueron a celebrarlo.
Buen viaje, César.
¡Y bienvenidos todos!
