Sembrando de noche

Desconfiemos de la racionalidad de Homo sapiens

Marta Álvarez López
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Aunque me apasiona el arte y algunas incursiones críticas realicé en este terreno, especialmente desde un enfoque sociológico encaminado a desvelar la corrupción instalada institucionalmente en carcomidos buques insignias de la cultura española, mi formación profesional se enraíza en la sicología (cf. mi artículo en El Diario de Madrid: ¿Antisemitismo en El Reina Sofía? ¿Y nazismo?). Y desde el punto de vista de la sicología intentaré hoy resultar útil al lector.

Por lo que se me alcanza, desmontando una creencia bastante extendida, no fueron sicólogos los primeros científicos en cuestionar la racionalidad de las decisiones de Homo sapiens (en tanto especie, Homo es de género epiceno, no forzosamente masculino)- sino economistas conductuales/comportamentales gracias a novedosa metodología experimental.

Para que una decisión se considere racional debe satisfacer unos cuantos axiomas lógicos que garanticen la coherencia. Por ejemplo, respetar las reglas de transitividad. Si preferimos A a B y preferimos asimismo B a C, lógicamente debemos preferir A a C. Si preferimos que nos regalen 500 euros a 300, coherentemente, por transitividad lógica, debemos preferir 700 euros aunque el número 7 nos resulte antipático y sintamos querencia (supersticiosa) por el 5. No obstante, algunos científicos conductuales probaron que ni siquiera esas exigencias axiomáticas mínimas, requeridas en las decisiones de toda persona racional, se respetan en la práctica.

En tanto sicóloga, me interesa apuntar que la irracionalidad decisoria de nuestra especie –Homo sapiens - poco tiene que ver con la inteligencia o la capacidad intelectual de una persona. Incluso a las personas dotadas con grandes recursos mentales les resulta muy difícil cuestionar lo que, a priori, dan por sentado. Un testarudo no es forzosamente un tonto que reincide en el error sino que oscuros sesgos de confirmación –u otros- lo llevan a empecinarse. De hecho, fuera de los procesos mentales estrictamente lógicos, como pudiera ser una demostración matemática, por experiencia sabemos que es muy difícil convencer de lo contrario a una persona inteligente que incurre en comportamientos social y personalmente irracionales sin que sufra ninguna disfuncionalidad psíquica. Y esto es así porque Homo sapiens es más sicológico que racional, no es un robot programado por IA y sin sesgos. Numerosos experimentos sostienen esta afirmación.

Actualmente la neuroeconomía y la economía comportamental han desarrollado metodologías y amplias casuísticas que ponen en entredicho la racionalidad clásica de Homo oeconomicus -arquetipo axiomatizado de racionalidad- aplicada a Homo sapiens. Probablemente uno de los libros más sencillos y mejor documentados  al respecto, que no necesita ningún conocimiento de economía para abordar su lectura, es Pensar rápido. Pensar despacio (en traducción algo discutible al español) de la autoría de Daniel Kahneman. Veamos algunos ejemplos ilustrativos (y frecuentes) de  irracionalidad.

  1. Una raqueta de ping-pong y una pelota cuestan 1,10 euros. La raqueta cuesta un euro más que la pelota ¿cuánto cuesta la pelota?
    Habida cuenta que todos somos algo perezosos tendemos a economizar esfuerzos y optamos por la solución de facilidad. Que en este caso sería decir que la pelota cuesta 10 céntimos (respuesta más frecuente: falsa). Evidentemente, si el precio de la pelota es (p) y la raqueta cuesta 1 euro más que (p) el precio de la raqueta será 1+p; en total, precio de la raqueta (1+p) más precio de la pelota (p) es 1+p+p=1,10 euros. El precio de la pelota de ping-pong es  por tanto p=5 céntimos de euro puesto que 2 pelotas cuestan 0,1 euros (p+p=2p= 1,10-1= 0,1 euros). En definitiva, casi nadie repara en que si la pelota costara 10 céntimos, la raqueta costaría 1,10 euros, por tanto, pelota y raqueta costarían 1,20 euros.
    La solución del problema está al alcance de cualquiera que lea con atención el enunciado y conozca las reglas básicas de aritmética, pero en general nuestro cerebro opta por lo que le parece evidente sin realizar el esfuerzo  de concentrarse unos instantes en busca de una solución alternativa: las evidencias aparentes nos pierden.
  2. Sergio es tímido e introvertido. Amable y servicial, no manifiesta gran interés por las actividades prácticas ni manuales. Su espíritu es gentil y preciso, necesita orden y estructuración en su entorno y se apasiona por los detalles. ¿Qué es más probable que Sergio sea bibliotecario o agricultor?
    Generalmente los interrogados responden que muy probablemente Sergio es bibliotecario. No obstante, la probabilidad de que Sergio sea bibliotecario es muy pequeña: hay muchos más agricultores que bibliotecarios. Ello indica la dificultad natural de Homo sapiens a razonar en términos probabilísticos y a su facilidad para dejarse influir por las apariencias.
  3. Isabel tiene 31 años, es inteligente, franca y está soltera. Se licenció en filosofía y en su época de estudiante participó en manifestaciones antinucleares ¿Qué es más probable?: a) que Isabel sea empleada de banca; b) que sea empleada de banca y feminista.
    La mayoría de las personas interrogadas responden afirmativamente b). Sin embargo es más probable que Isabel sea empleada de banca a secas puesto que empleada de banca y feminista es menos general. El ejemplo muestra de nuevo la dificultad que tenemos para razonar correctamente en términos de probabilidades y la facilidad que mostramos para hacer evaluaciones subjetivas sin base empírica.        

Las opiniones de Homo sapiens (opiniones en sentido amplio, en el que quepa la toma de decisiones) -en su versión idealmente más racional, Homo oeconomicus- están infiltradas por sesgos cognitivos que las lastran de irracionalidad. Tanto es así que dicha irracionalidad caracteriza muchas de mis decisiones/opiniones y las de mis queridos lectores  y las de los mejores elementos de Harvard, Princeton o MIT.

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