Ciencia, periodismo y política

Escribir es como torear

El toreo a pie y el matrimonio por amor, son un invento moderno. Hasta hace no mucho la faena era un simple preámbulo para entrar a matar, apenas diez pases incluyendo los de castigo. Ahora las faenas son interminables, una concatenación de posturas propias de los epígonos de Ganimedes. Se cantaba flamenco y se toreaba por derecho, al menos hasta que irrumpieron Camarón y el Cordobés, corruptores de nuestra tradición por culpa de sus imitadores. 

‘Pico, pico’, aúllan los del siete ante esos toreros ventajistas y fuera de cacho. ‘Al grano, al grano’, aullamos algunos frente a esos escritores que se adornan sin necesidad, que repiten siempre la misma faena, derechazos, naturales alejados del sitio del toro y el de pecho, tal como los artículos de cierto poeta leonés, que sólo varían las proporciones de los ingredientes según sea su humor: una vaga reflexión sobre el paso del tiempo y la vanidad del esfuerzo humano; una crítica al Gobierno milimétricamente alineada con la editorial del periódico y, como aderezo literario o indispensable atrezzo que nos recuerde el oficio de escritor de quien firma, el elogio de la limpia mirada de Galdós. A veces innova y nos habla de su pueblo, pero esto suele ser en verano, cuando menguan los temas. Queremos una escritura nueva, sin amaneramiento, en corto y por derecho, cargando la suerte, pensada para ejecutar la suerte suprema, que en literatura supone lanzar un mensaje claro, sin rodeos, obviando ese material mil veces regurgitado que anda almacenado en la ergástula del odio y la vulgaridad. Que vuelva Lagartijo.

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