A Volapié

La ideología como dogma

Hoy quiero discurrir brevemente acerca del impacto de las ideologías en la política. Si se consideran un dogma, como es frecuente, entonces actúan como una rémora que embota y limita el entendimiento, convirtiendo la política en una guerra de bandos. Esto da lugar a la polarización, a la radicalización y a la adopción de políticas fallidas.

La política es el arte de llegar al poder y permanecer en él a cualquier precio, y para conseguir esto se necesita una doctrina que sea la fuente de la que manan las ideas y la mercadotecnia mediante las cuales los políticos manipulan a las masas. Por ejemplo, vende mucho decirle a la gente que va a trabajar menos ganando lo mismo. La realidad es que mientras no aumentemos la productividad no se puede ni trabajar menos ni subir los sueldos por decreto debido a la delicada situación económica, social y presupuestaria de España. En tiempos de decadencia acelerada, hay que esforzarse más y no menos. 

Sin embargo, el político populista, de izquierdas y de derechas, prefiere engatusar a los ciudadanos haciéndoles confundir sus deseos con la realidad. Esta propuesta reciente es fruto de una cierta ideología, no es el resultado de la razón y el análisis, pues si fuera así nunca se habría hecho. En Suiza si se puede hacer, por ejemplo, pero en España desde luego que no. No obstante, se hará y las consecuencias serán graves en el medio y largo plazo. 

Las ideologías nos hacen caminar por el mundo con orejeras. En verdad, no hay mucha diferencia entre una mula con orejeras y un político que sirve a su doctrina en vez de a la razón y al bien común. El político es incapaz de autocrítica, de aceptar que su ideario es imperfecto, y no suele aceptar ninguna idea que tenga otro origen, aunque se haya probado con éxito. Esto explica por ejemplo por qué nuestros actuales gobernantes se empeñan en imponer una política en materia de alquileres que ha fracasado en el pasado reciente en varios países europeos. 

Con frecuencia el político que obtiene malos resultados no suele creer que se ha equivocado dado que tiende a rechazar la realidad objetiva. Suele razonar que si su política ha fracasado, no es por ser errónea, sino porque la dosis ha sido insuficiente. Entonces decide doblarla y como consecuencia el daño aumenta exponencialmente. 

Los políticos, así como bastantes intelectuales, han renunciado a su inteligencia, a razonar, a tratar de buscar la verdad de las cosas aun sabiendo que esta es esquiva. Se comportan como popes de su ideología, incapaces de pensar fuera de los límites que ésta les impone. Para ellos la política es maniquea, lo lícito son ellos y su doctrina política, lo ilícito son los demás y sus idearios. 

Fijémonos por ejemplo en esos intelectuales que critican las dictaduras de derechas, pero nunca las de izquierda, y viceversa. Como decía Oriana Fallaci hace más de 40 años, “la gran enfermedad de nuestro tiempo se llama ideología, y los portadores de su contagio son los intelectuales estúpidos, estos sacerdotes laicos”. Los contagiados son una gran parte del pueblo y la mayoría de los políticos. 

La ideología engaña y atonta a unos y a otros, y entorpece la percepción de la realidad, o al menos de la parte a la que podemos razonablemente acceder dado el desarrollo de nuestro conocimiento. Es una estupenda herramienta de dominación en manos de políticos populistas para alcanzar el poder. Sin embargo, es un pésimo instrumento para gobernar cuando se convierte en un dogma más basado en la fe, en el sentimiento, que en la razón. 

Es curioso ver cómo los mismos que rechazan cualquier fe religiosa, cualquier espiritualidad, por ser algo ajeno a la razón, abrazan con entusiasmo ideologías políticas de forma dogmática, incluso aunque esté probado que han fracasado muchas veces causando graves daños a la sociedad. 

La realidad es mucho más compleja que cualquier marco teórico desarrollado por una ideología, por eso, aunque es natural tener un sesgo ideológico, no debemos pensar que es una fórmula milagrosa infalible. Debe ser un punto de partida para explorar la sociedad, pero siempre con amplitud de miras. Debemos ser capaces de adoptar conceptos, y políticas exitosas, aunque sean fruto de otros idearios, y si es necesario, abandonar una ideología total o parcialmente cuando se demuestra que está caduca y que ha fracasado múltiples veces. 

Como dice Oriana Fallaci, los que están insertos en los esquemas ideológicos de la derecha e izquierda, en uno de los dogmas que dividen el mundo, son borregos que se asemejan a los jugadores y simpatizantes de un equipo de fútbol. 

Si queremos contribuir a dirigir el país en buena dirección es necesario analizar y participar en la vida política aunando la razón al sentimiento, y cuando estas se oponen, deberíamos escoger la razón. Nos jugamos mucho, nuestro voto es de gran valor y no deberíamos darlo a la ligera a aquellos que tratan de manipular nuestros sentimientos, ni a los que prometen el paraíso sin coste. 

El famoso “y lo pagarán los ricos” les debería hacer sospechar porque estos son tan escasos en los países de habla hispana que es inevitable que los verdaderos paganinis sean las clases medias, cada vez más escasas y menos pudientes, fruto amargo de las ideologías dogmáticas que imperan.

Más en Opinión