Juzgar siempre ha sido un acto noble. Desde los antiguos sabios, los sacerdotes, hasta los tribunales modernos, el anhelo por una justicia imparcial ha sido uno de los pilares más nobles de las sociedades. Pero hoy, en pleno siglo XXI, asistimos al nacimiento de un nuevo actor: la inteligencia artificial.
En México y España, la IA empieza a abrirse paso en los sistemas judiciales. No se trata solo de tecnología, sino de una transformación profunda del modo en que entendemos la ley.
Porque la aplicación de la justicia no es solo norma. Es también interpretación, contexto, humanidad y procesamiento de información. En este aspecto, al valorar casos, encontrar temas relevantes o similares, y analizar criterios jurídicos aplicables, la IA podría ser utilizada de forma muy inteligente. También puede detectar similitudes en resoluciones anteriores que ayuden a resolver nuevas controversias legales con mayor agilidad y coherencia.
En México, donde la elección de jueces por voto se discute como medida para fortalecer la democracia, la IA ha sido vista como una herramienta para reducir la corrupción y limitar la discrecionalidad. Inclusive, la Dra. Ana María Ibarra Olguín, candidata a Ministra (máximo cargo en el Poder Judicial de México), ya cuenta con un asistente virtual basado en inteligencia artificial. Por su parte, el también candidato a Ministro, el Dr. Arístides Rodrigo Guerrero García, ha prometido incorporar la IA en la resolución de controversias como parte de su agenda de modernización judicial.
En España, por otro lado, donde el sistema judicial enfrenta una creciente demanda de eficiencia, la inteligencia artificial se explora como una forma de aliviar la carga de trabajo de los tribunales. Sin embargo, el debate sobre su regulación apenas comienza.
Integrar la inteligencia artificial al aparato judicial puede ser una bendición, si se hace con cautela, con participación ciudadana y bajo principios de transparencia. Pero si se convierte en un atajo para resolver lo que en el fondo son crisis políticas o sociales, corremos el riesgo de deshumanizar un poder que nació para protegernos.
El futuro de la justicia debe construirse con visión, prudencia y ética. La IA no puede reemplazar la empatía, la interpretación humana ni la capacidad moral de ponderar los matices de cada caso. Puede ser un gran apoyo, sí, pero no el juez final. Como dijo Sócrates: "Una vida sin examen no merece ser vivida."