Desde el otro lado del charco

Los “gobiernos masa”

Ronnie Piérola
photo_camera Ronnie Piérola

Hablaba Ortega y Gasset del “hombre masa”, un sujeto que no es individuo, o lo que es lo mismo, un personaje que no es persona, pero que amparado en la uniformidad superficial quiere decidir, incluso ejerciendo la fuerza. 

Cierto es que el conocido filósofo madrileño hizo este análisis hace más de 90 años, pero su aplicación al mundo contemporáneo no sólo puede aplicarse a las masas sociales embrutecidas por la tecnología o la comodidad, sino también a los grupos políticos que en diversas latitudes ejercen aquella democracia morbosa que el orteguiano refiere con el ascenso del discurso demagógico, que taladra en los hechos los procedimientos democráticos y socava la ley. 

Entonces, por lógica razón, el “hombre masa” nace cultivado por los gobiernos populistas que vienen a ser una suerte de “gobiernos masa” que hoy en día pululan con medidas políticas, más que económicas, vendiendo ilusiones y menoscabando la institucionalidad, incluso -si fuera necesario- a paso violento o cometiendo el más evidente de los fraudes. 

Parte de esta estrategia es mentir una y otra vez, ya sea ocultando las actas de votación o afirmando un engañoso discurso de paz. Aplican entonces los “gobiernos masa” la estrategia nazi de Goebbels, quien fuera ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945, cuyo pensamiento podría explicarse en esta frase: “Miente, miente, miente, que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá”

Tal cosa, y no otra, es lo que sucede (nuevamente) hoy en Venezuela. La elección nunca fue pareja, porque desde el procedimiento de habilitación de las candidaturas, se pusieron trabas a los candidatos de la oposición y se hizo de todo para que Nicolás Maduro nuevamente sea impuesto como presidente. 

Conocido era ya que el mandatario venezolano manipulaba las cosas como le daba la gana, incluyendo por supuesto copar las instituciones que controlan las elecciones y aquellas que manejan los órganos judiciales, tristemente la historia se repite: el dictador se impone por la fuerza. 

Sin embargo, esta vez es tan evidente el fraude, que incluso los gobiernos más afines no reconocen plenamente su victoria. Amén de lo que hacen algunos países vendidos ideológicamente, tal el caso de mi pobre país, Bolivia, que lo primero que hizo fue reconocer la victoria del tirano. 

Olvida el presidente boliviano, que Evo Morales hizo similar maniobra el 2019, cuando tras un fraude monumental provocó el levantamiento de la población que bloqueó las calles de día y de noche evitando por 21 días el ascenso al poder del otrora dictador andino. Esta estrategia, que podríamos definir como suicida, fue la respuesta automática de un pueblo dolido que veía como el abuso del socialismo pretendía extenderse más tiempo. 

Similar reacción parece vivir hoy en día el pueblo venezolano, que pasa de derribar estatuas del que también fuera otro feroz dictador, Hugo Chávez, para tratar de hacer respetar su voluntad en las urnas. 

Afirmaba en su momento el peruano Mario Vargas Llosa, que el proceso chavista estaba agonizando, que el país se moría de hambre y que la corrupción era atroz. Tenía por supuesto razón, y no sólo puede aplicarse esta dolorosa referencia a Venezuela, también es válida para cualquier país que viva bajo el régimen populista socialista, donde puede evidenciarse, con el paso del tiempo, que las decisiones de los “gobiernos masa” llevan a la crisis, a la corrupción y a la escasez. 

Esperemos que en esta ocasión la comunidad internacional actúe en consecuencia con los principios democráticos que rigen en el mundo y no reconozcan el gobierno fraudulento de Nicolás Maduro, y que en su momento estén más atentos y pongan mayor acción en los actos electivos en otros países que tristemente sufren los regímenes dictatoriales que se camuflan bajo el populismo de izquierda.

Más en Opinión