Desde el otro lado de charco

Platón, Bolivia y el diálogo

Trescientos años antes de Cristo, Platón criticaba a las instituciones democráticas y planteaba un estado ideal que debía ser dirigido por los filósofos-reyes, quienes habían cultivado su mente de modo tal que podían comprender las ideas, por ende, podían tomar las decisiones más sabias. Por el otro lado la masa social era considerada ignorante y por ello no podía gobernar, dado que lo que decida adolecería de la falta de sabiduría propia del pueblo. Por eso ellos no podían mandar en un estado ideal.

Su postura se consolida con un ejemplo muy sencillo: si estarías a la deriva en un barco en medio del océano ¿qué harías? las respuestas posibles son dos: ¿convocar a una elección para ver quién pilota el barco? (evidente alegoría a la democracia) o averiguar si a bordo existe alguien que sepa navegar (referencia directa de darle la responsabilidad a un experto). La respuesta lógica es que para soluciones técnicas y que requieran conocimiento se debe acudir a la experticia y a la ciencia, además por supuesto de la siempre ansiada y nunca alcanzada sabiduría.

Para este conocido pensador, una sociedad liderada por hombres honestos y sabios constituiría una aristocracia que reflejaría lo que precisamente significa la palabra: el gobierno de los mejores. Nada que ver con los que lideran hoy la mayoría de los países. 

Sin embargo, Platón decía más, y aunque podríamos decir que sus planteamientos eran clasistas y él mismo afirmaba que su propuesta inicial podría finalmente colapsar y terminar en la tan criticada democracia, parte de su pensamiento es muy útil hoy a las luces de lo que sucede en el país.

Dejemos, pues, la Grecia de la antigüedad para dirigirnos a la Bolivia de hoy: el contexto apunta a un país donde escasean hidrocarburos y no hay dólares, donde existe un creciente descontento y donde recientemente el gobierno nacional ha convocado a un diálogo. 

Fiel a su estilo populista, el gobierno del presidente Arce ha llamado inicialmente y con prioridad a las agrupaciones sociales; las que bajo su leal criterio y entendimiento son la auténtica representación del pueblo. La intención puede ser loable, de pronto lógica para escuchar reclamos que en el fondo son comentario cotidiano de sobremesa y crítica regular de mercado, sin embargo, el temor radica en reiterar algo que ha venido pasando en el país desde que el Movimiento al Socialismo es gobierno: la imposición de lo gremial y lo sindical por encima de lo económico y lo técnico.

Darle prioridad al llamado “Gabinete Social”, tal cual parece que hacen varias autoridades, es lo mismo que acoger por ciertas las opiniones y criterios de cocina de quien no sabe cocinar, en resumen, escuchar a quien nada sabe. Similares situaciones ya las vivió Bolivia en el gobierno de Evo Morales, de quien poco se podía esperar ya que no valoró nunca las aulas de una universidad ni se enteró de las leyes de Newton o el pensamiento filosófico de Kant, pero Arce es un profesional que incluso ejerce la cátedra, en pocas palabras un académico.

Lamentablemente, aún a pesar que el sector empresarial llevó propuestas de fondo y forma, el diálogo evitó ver la realidad, la que fue maquillada tal cual suelen hacer los gobiernos de izquierda. De ese modo fue que se presentó como problemas a atacar la falta de dólares y la escasez de hidrocarburos, cuando en realidad estos son el efecto del excesivo gasto público del gobierno. 

Es tiempo de que el presidente enfrente el reiterado déficit fiscal que arrastra Bolivia desde hace años, y sólo dejando de gastar plata, liberando la importación de combustibles, dejando de crear empresas públicas deficitarias y cortando las cadenas de corrupción, logrará salvar un Estado que hace mucho ya se pudrió.

No es mi intención criticar un diálogo que en todo caso es siempre una medida de concertación, pero no debe olvidar el gobierno boliviano que lo que se necesita en este momento es el trabajo de estadísticas, economistas, financistas y un cúmulo de profesionales que deben pasar por sobre lo político para dar soluciones basadas en aspectos técnicos más que en intereses sectoriales o de grupo.  

Esto lleva automáticamente a que los actores principales del diálogo no sean personajes políticos de cuestionada ética y capacidad. 

No en vano afirmaba Platón que “la ignorancia es la semilla de todo mal”.

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