In dubio, pro veritate

El plebiscito para acabar la partida de ajedrez

Daniel Estévez Fernández - Generada por IA
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Usaremos la imaginación durante las líneas de este artículo. Imaginemos una sala, sin esquinas, redonda, y en su única pared se encuentran pintados a todo color momentos de la historia de un país con más de 2.000 años de edad.

En el centro de la sala, imaginemos una mesa con un ajedrez. A un lado de la mesa, sentado en una silla de madera, un ciudadano; al otro, sentados en tres sillones de piel, tres ciudadanos, representando al poder ejecutivo, al poder legislativo y al poder judicial, respectivamente. Los padres de las tres personas representantes de los tres poderes miran desde distintos lugares de la sala, al igual que varios millones de personas miran desde dentro de la misma lo que va a suceder en el juego.

Comienza la partida, y el ciudadano mueve una pieza. Los tres poderes se ponen de acuerdo, y mueven otra pieza. Prosigue la partida y el ciudadano mueve una segunda pieza. Los tres poderes se ponen de acuerdo, y mueven una segunda pieza. Y así transcurre la partida hasta que, llegado un momento, el ciudadano mueve su pieza y pone en jaque a los tres poderes.

El representante del poder ejecutivo, sin decir nada a sus compañeros, se dispone a tumbar la pieza principal y dar por perdida la partida. El representante del poder legislativo mira para el del poder ejecutivo, murmura unas palabras, pero se calla y sonríe, aceptando la estrategia. Sin embargo, el representante del poder judicial coge las reglas y, aunque ya se las sabe, las vuelve a leer en alto, y les comenta a sus dos compañeros que aquella jugada no era jaque mate, y que, por tanto, no debían ceder a la jugada del ciudadano, pudiendo mover la pieza evitando ceder a su jugada. Sus dos compañeros callan.

Mientras tanto, los millones de personas que se encontraban alrededor del tablero, gritan entre ellos, se agitan, cantan a favor de los unos, en contra de los otros, insultan, faltan al respeto, y los padres de los tres poderes, se pronuncian, pero nadie los oye.

El representante del poder ejecutivo injuria al representante del poder judicial, bajo el silencio de la mayoría del poder legislativo, y empuja a los ciudadanos a su favor a que haga lo mismo. Mientras, promete rebajas de impuestos, bonificaciones fiscales y en transporte, aumento de salarios y pensiones, y supuestos cambios sociales.

Y en medio del bullicio, la partida de ajedrez se encuentra a la espera del movimiento de los tres poderes, que se golpean entre ellos, al igual que los millones de ciudadanos. Impasible, el ciudadano que está del otro lado del tablero está tranquilo, sentado en su silla de madera, mirando cómo unos y otros se pegan, con una sonrisa de oreja a oreja. Desde su silla, ve como las reglas del juego, que han sido aceptadas siempre, se están intentando cambiar para él, para su beneficio propio, ocultando tal cambio entre publicidad de concesiones de medidas económicas de dificilísimo sustento por las arcas  públicas, contra las propias palabras del representante del poder ejecutivo, y contra el criterio de muchos de los ciudadanos que allí se encontraban.

En conclusión: no se puede trasponer el resultado de unas elecciones al poder legislativo, a una modificación de las reglas del juego. Solo cabe una modificación de las reglas del juego, y únicamente pasa por la celebración de un plebiscito a la nación, pues la legitimidad que tiene el poder ejecutivo, elegido por el poder legislativo, no alcanza a la posibilidad de cambiar las reglas del juego. Una AMNISTÍA (al fin lo he dicho) es una enmienda a los principios constitucionales establecidos en el artículo 9 de la Constitución de 1978, y al espíritu del sistema político establecido tras una dictadura de 40 años. Para cambiar ese sistema político, es preciso un plebiscito, ya que, como más arriba se ha explicado, los que primero tienen derecho a pronunciarse son los millones de ciudadanos que van a ver cómo se cambia el sistema y las reglas solo para beneficiar a unos pocos.

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