Memorias de un niño de la posguerra

Mis primeras lecturas

Alberto Delgado
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Si exceptuamos la Historia Universal de un autor alemán, que me tragué a los cinco años en el despacho de mi padre mientras él escribía, mis primeras lecturas infantiles eran tebeos, y entre ellos mis preferidos eran El Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrin. De allí pasé a las novelas policíacas y de aventuras. Me aproveché de las que ya tenían mis hermanos mayores, de la colección Hombres Audaces. Los que más me gustaban eran El Hombre de Bronce y la Sombra. De mi hermana heredé las novelas de Elena Fortún, con Celia, Cuchifritin y Matonkiki, que sinceramente, no me entusiasmaban. Me divertían más los protagonistas de "Pulgarcito", sucesor en popularidad del TBO. Con doña Urraca, el Reporter Tribulete que en todas partes se mete, Heliodoro Hipotenuso y Carpanta pasé momentos inolvidables.

Traducido del inglés, me llegaron las aventuras de Guillermo, de las que era autor Richmal Crompton. Sinceramente, las peripecias del cuarteto formado por Guillermo, Enrique, Douglas y Pelirrojo, y las intervenciones de la madre, el padre y la hermana de Guillermo me entretenían, pero mi interés no era precisamente arrollador.

En los relatos de Guillermo había algunas conversaciones que me parecían absurdas. Recuerdo que en una de ellas quería un pastel, y su madre se negó, diciéndole "hay pan y mantequilla de sobra", y Guillermo le replicaba " No quiero pan y mantequilla". Eran los años difíciles de la posguerra, y yo pensé "Este Guillermo es tonto de capirote. ¿Cómo se puede rechazar el pan con mantequilla?"-

Todo cambió cuando, estando en cama convaleciente de un catarro bronquial, llegó a mis manos, procedente de mi hermano Guillermo, un libro de un humorista inglés, P.G. Wodehouse, que desde entonces hasta ahora se convirtió en uno de mis autores favoritos. Yo estaba casi curado. Escuché a mi madre hablar por teléfono con su hermana, mi tía Elisa, y decirle " Mi Albertín (un posesivo de su madrileño castizo) está ya limpio de fiebre". Así que empecé a leer "Guillermo el Conquistador, y su invasión de Inglaterra por primavera". Es la primera vez que una lectura me hacía reír a carcajadas. Y me volvió la fiebre, esta vez de lectura, y sigo leyendo y releyendo a Wodehouse, que tuvo una larga y divertida vida, aunque soportó la acusación de ser colaborador del nazismo, falsedad que le produjo tremendos sinsabores.

Con el transcurso de los años pasé a leer literatura española, que comenzó, a instancias de mi madre, con Benito Pérez Galdós, del que era ferviente admiradora. La lectura, a mis pocos años, de una novela de Pedro Antonio de Alarcón, "La Comendadora", me provocó una confusión sexual, que comenté con mi padre, y mi hermano Luis María, que estaba presente en la conversación, dijo "Eras muy pequeño para leer todo lo que cae en tus manos. Antes consulta con papá." Pero esto, como diría Kipling, son otras historias.

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