Opinión

Javier Milei y el revisionismo histórico

Vivimos en la era de la revisión. Está de moda y es menester echar la vista atrás y reformular todas las historias que nos han contado. Creo que este es un rasgo fundamental de nuestra época. Como sociedad hemos decidido que el pasado es una alfombra que levantar, sacudir, frotar, deshacer y volver a coser. Si es que hay que coserla de nuevo. Quizás lo mejor es dejarla convertida en hilos y tirarla por la ventana. O mejor aún, quemarla y olvidarla para siempre. No importa, todo el mundo quiere hacer algo con ella, excepto dejarla estar.

Sí, todo el mundo. La vieja derecha quiere reformular sus fracasos históricos como fracasos de la colectividad, apelando a que hubo muertos en todos los bandos o, en un ejercicio de banalidad grotesco, que tampoco fueron tantos como se nos ha contado. El ecologismo cuestiona la idea de progreso, y con ella toda la lógica económica surgida desde la Revolución Industrial. El feminismo se pregunta dónde están las mujeres y con ello hace una enmienda a la totalidad del relato, al punto de vista. La nueva ultra-derecha radical cuestiona "la deriva de Occidente" y enarbola la bandera del relativismo para negar el conocimiento científico. El antirracismo revisa la historia del mundo y en concreto de la colonización, convirtiendo en sujetos a los objetos y cuestionando así las luces de la modernidad.

La tendencia a la revisión es transversal y se manifiesta también en lo individual. Está de moda y es menester ir a terapia, revisar la propia vida en busca del trauma ignorado, analizar la infancia, desmitificar el primer amor, detectar el origen de las viejas creencias para deconstruirlas y crear unas nuevas. Cuestionar el género, la propia percepción de lo que es bello, del deseo y del éxito. El pasado es relativo y reinterpretable. Lo que eres no es lo que te pasa, sino lo que te cuentas que te pasa.

El arte, como reflejo de su época, también nos remite a esta idea de revisarlo y relativizarlo todo. El arte de nuestra época es muy diverso, pero en general producto de una renuncia a sí mismo como reacción y estímulo, incluso como obra, que ya no intenta integrarse en la sociedad. Es un arte antidemocrático y totalmente autorreferencial, dedicado a revisar y cuestionar el propio concepto de arte. Por eso cuando vamos a un museo gritamos ¡Esto podría haberlo hecho yo! De eso se trata. El arte es relativo, te dice ese cuadro en blanco.

Todo este paradigma que se manifiesta en tantas dimensiones de la vida (podríamos continuar) es parte de lo que denominamos como posmodernidad: la descomposición del orden interpretativo, de la epistemología moderna, de las categorías tradicionales. La posmodernidad es para muchos ya la lógica de nuestro tiempo. La Inteligencia Artificial parece confirmarlo, cuestionando ya los fundamentos más básicos de "la verdad": los sentidos. Lo que se ve y escucha no es necesariamente real. ¿Qué es la realidad? ¡Es relativo!

Lo bueno del relativismo es que es la base del pensamiento crítico y de la tolerancia. Lo malo es que lo soporta todo y termina creando vacío. Un ejemplo: relativizar una idea muy cerrada del bien y del mal, como la que en el mundo pre-moderno imponía la Iglesia, nos hace tolerantes hacia las personas homosexuales. Ahí está la modernidad. Pero si seguimos relativizando hasta el extremo la idea del bien y del mal, generamos un vacío ético y moral que nos lleva al caos y a la violencia, por ejemplo, a plantearnos que la tolerancia con el colectivo LGTBI es una opinión, y que la homofobia es una opción legítima. Ahí está la posmodernidad de la ultraderecha.

Paradójicamente, lo habrán notado, el punto de llegada es, a efectos prácticos, el de salida. Se observa en muchos otros casos: el feminismo quiere revisar cómo las mujeres hemos supeditado nuestra sexualidad al disfrute masculino, y en virtud de esta idea acusa a la chica que enseña de colaborar con el patriarcado, así que de nuevo la puta vuelve a ser excluida de la (nueva) feminidad. Queremos normalizar hablar de salud mental, aceptar la complejidad y el dinamismo de nuestro mundo interior, pero terminamos patologizando y sobre etiquetando todas las emociones y condiciones humanas.

Pareciendo feministas volvemos a juzgar a las mujeres, pareciendo librepensadores volvemos a ser fascistas. Pareciendo haber normalizado los problemas de salud mental, le ponemos nombre a todo con la esperanza de eliminarlo. Y solo son ejemplos.

No es una idea nueva. "Lo viejo siempre vuelve" dice la gente cuando guarda en el desván ropa pasada de moda. La Historia del Arte (y por tanto la Historia en general) se han conceptualizado muy a menudo y de forma simple con la imagen de un péndulo. La progresión de estilos parece seguir siempre el mismo ciclo vital. En una primera fase aparece la experimentación y desarrollo de nuevos estilos y técnicas. Por ejemplo, a finales de la Edad Media las ciudades ya habían recuperado un gran esplendor, y comienzan a surgir nuevas propuestas artísticas en el gran laboratorio que fue la Florencia del Quatroccento. Los artistas e intelectuales leían a un Petrarca que ya en el siglo XIV había escrito: "Esta inercia de falta de memoria no durará siempre. Después de que la oscuridad se haya disipado, nuestros nietos serán capaces de regresar andando a la pura brillantez del pasado". Después, se desarrollaría una segunda fase en la que el estilo se imita a sí mismo: encuentra su propia perfección y equilibrio. Es, siguiendo con el mismo ejemplo, el Renacimiento del siglo XVI: "¡Oh, siglo! ¡Oh, letras! Es un placer estar vivo" escribía en una carta Ulrech Von Huttel (poeta alemán).

La tercera fase es la fase manierista. Comienza la crisis del lenguaje artístico establecido. Todo se lleva al extremo. Se fuerzan las formas, el placer ya no está en el equilibrio sino en romperlo. En cuestionar el canon, retorcerlo. Suspender el juicio, jugar a crear vacío. Y es así como se alcanza la cuarta fase, la fase barroca. De la crisis del estilo nace uno nuevo. Es el arte del siglo XVII: ya no importa tanto plasmar el ideal ni la naturaleza, se busca lo artificioso, lo espectacular. Los artistas se obsesionan con el dolor, con lo grotesco de la vida. Pasamos del Ethos al Pathos, de la serenidad al patetismo. 

Y lo más sorprendente es que inmediatamente después, el ciclo vuelve a empezar. La crisis del lenguaje ha generado un estilo nuevo y después se ha agotado. Y en el siglo XVIII, retorna el Neoclasicismo: vuelve el canon, la búsqueda del equilibrio y la serenidad. 

Y ahora, querido lector, le hago una pregunta: ¿No es la Historia del Arte tal y como se la he contado un resumen de su propia vida?

La posmodernidad es una crisis del lenguaje, es el uso cada vez más indiscriminado del relativismo, es retorcer el canon, romper el equilibrio, cuestionar la idea de ética, jugar a crear vacío. No se puede luchar contra ella porque no se puede luchar contra el espíritu de una época, contra los ciclos inevitables del conocimiento, la filosofía, la vida y el arte. Lo contrario sería el estatismo, que no es algo negativo, pero simplemente no es nuestra impronta cultural.

No podemos luchar contra ella, pero sí entenderla, y comprender que la crisis siempre engendra otra cosa. Que el vacío líquido es solo una ilusión, dentro de la cual se está formando la nueva solidez del futuro. La posmodernidad está engendrando lo que vendrá después, así como la modernidad la engendró a ella. ¿No es esta era del relativismo, paradójicamente, una pugna por encontrar la nueva verdad absoluta?

No queda otra que seguir compitiendo por solidificar lo que creemos correcto. En frente tenemos la forma más cruel de relativismo:la falta de memoria. Javier Milei calificó ayer el relato nacional argentino sobre la dictadura de Videla (un ejemplo de memoria histórica y reconciliación nacional) como un "relato tuerto". Hannah Arendt definió el fascismo como "el sueño absurdo de crear vacío". El vacío moral y ético de la posmodernidad es campo de juego y posibilidad para todos y todas, pero es una tierra especialmente fértil para el fascismo.

Creo que esta es nuestra fase manierista. Que el barroco nos pille confesados. Y después, tengamos fe en que nuestros nietos regresarán andando a la pura brillantez del pasado y que, crisis a crisis, caerán los cimientos correctos.