Opinión

El Madrid de los místicos

Ávila es la capital de la mística, por lo menos de la mística ortodoxa. Pero Madrid también tiene lo suyo. Místicos ortodoxos y heterodoxos gozaron y sufrieron a su paso por la villa.  Hoy su peripecia sobrevive en el recuerdo.

Pedro Ruiz de Alcaraz era un alumbrado de Guadalajara que fue condenado a cárcel perpetua por la Inquisición de Toledo en 1529. Vivió algún tiempo en Madrid, al servicio de Benito de Cisneros, sobrino del cardenal, en la casa que ocupaba, y que hoy se conserva, en la Plaza de la Villa. 

San Juan de la Cruz fue rector del colegio de carmelitas descalzos de Alcalá desde abril de 1571 hasta el verano de 1572. Y asiste a los definitorios y capítulos que se celebran en Madrid en 1586, 1587, 1588 y 1591 en el convento de San Hermenegildo, que estaba en la calle de Alcalá, en el solar que hoy ocupa la iglesia de San José. Su discípula predilecta, Ana de Jesús, conocida como la Reina por su belleza, fue fundadora y primera priora de los conventos de Granada (1582), Madrid (1586), París (1604) y Bruselas (1607). Su mentor afirma en el prólogo del Cántico espiritual que “nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro del seno de su amor divino”. En la escala mística ha dejado de ser principiante y se ha convertido en aprovechada o, tal vez, en perfecta. Siendo  priora del convento de Madrid, no tiene empacho en contrariar el deseo de sus superiores y entrega los manuscritos de santa Teresa a fray Luis de León para que los imprima.  El viejo catedrático la visita de continuo, hasta el punto de casi todos los días permanece su mula cuatro o cinco horas a la puerta del convento de San José y Santa Ana, en la Red de San Luis, en el que residía la monja. Y le dedicará su último libro Exposición del Libro de Job, que Ana intentará imprimir a toda costa, aun sabiendo que con ello transgredía la prohibición de traducir la Biblia al romance, motivo por el cual no se publicará hasta 1779. Ana pagará cara su rebeldía. En el convento de Madrid sufre en 1591 una visita canónica de sus superiores, que la encierran en su celda durante tres años, con prohibición de visitas y de recibir la comunión diaria (solo podía hacerlo una vez al mes).

Otro místico fue el padre Jerónimo de la Madre de Dios (no confundir con el confesor de santa Teresa), que vive en Madrid a partir de 1613 en olor de santidad y, animado por la beatificación de santa Teresa, escribe el libro hoy perdido El discípulo espiritual, que trata de oración mental y de espíritu, por el que será condenado en 1618 a retractar de vehementi  61 proposiciones, 25 heréticas, 29 erróneas, tres sacrílegas y las demás escandalosas, temerarias y con sabor de herejía, reclusión por una año en un convento, destierro por cinco años de Madrid y Toledo, y a no predicar, confesar ni escribir de por vida sobre temas religiosos. Creía que el ascenso místico hace el hombre impecable, como da a entender la proposición 38 (herética): “El que llega a este estado de perfección corre por donde quiere y a donde quiere sin leyes ni reglas; que es espíritu de libertad”.

El convento benedictino de San Plácido, en la calle del Pez, fue  escenario de fenómenos de posesión diabólica y sexo entre 1625 y 1628, que dieron lugar a una serie de complejos procesos inquisitoriales, incluso contra los propios fundadores, Jerónimo de Villanueva, secretario del Consejo de Estado y uno de los hombres más poderosos del reino mientras gobernó el Conde Duque de Olivares, y su prometida Teresa de la Cerda. El más culpable, y castigado con mayor severidad, fue el prior fray Francisco García Calderón, que se había infectado con la herejía de los alumbrados en Sevilla.

Tiempos recios en los que se fraguó la literatura del Siglo de Oro.