Eppur si muove

Abrió la boca y dijo: Mu

Ahora que va a hacer un año de que Maduro dijera que Jesucristo, el palestino, fue condenado injustamente y crucificado por el imperio español, al volver a ver el vídeo me ha hecho pensar que demasiada gente ha perdido el sentido del ridículo y el miedo a generar vergüenza ajena, tanto a la hora de dar un discurso hablado, como un escrito en la prensa, etc. Supongo que la cosa es echar la culpa a los demás sin criterio alguno. 

Recuerdo con nostalgia aquellos comienzos de la época escolar en EGB. Era un tiempo en que la educación era muy diferente a la de ahora: importaban los hechos y no tanto la palabrería; aunque hablar bien era muy importante. Cuando alguien decía algo sin sentido, inventado o contestaba a una pregunta con cualquier disparate, como lo que comentaba de Maduro hace un momento, la profesora de lenguaje solía usar la expresión "abrió la boca y dijo: Mu", una bonita variante de "habló el buey y dijo: Mu". Aunque hablar mal estaba muy mal visto, también lo estaba escribir mal; los errores se pagaban caros. Y al contrario de lo que cree la gente de hoy en día, de esta forma llegó mi amor por el lenguaje y sobre todo por mi lengua cervantina. Finalmente me dediqué a las ciencias porque también tuve muy buenos profesores de matemáticas, pero, de una manera u otra, nunca dejando de lado las letras.

Viendo el programa "Negro sobre blanco", hace ya bastantes años, cuando aún había televisión de calidad, entrevistador y entrevistado (presidente del Gobierno en aquel momento) hablaban sobre que siempre ha existido lo que ellos llamaban "orgullo pilarista". Me gustó escucharlo, es algo que siempre había sentido sin conocer este, aparentemente, habitual sentimiento entre los que hemos sido alumnos del colegio de Nuestra Señora del Pilar.

Pero dejando de lado licencias de orgullo pilarista que me he tomado con permiso de los lectores, volviendo a los temas tecnológicos que corresponden a esta columna y sin perder el hilo conductor, traigo como ejemplo a la empresa Apple, puntera en tecnología y marketing donde las haya. Un ejemplo donde queda de manera indiscutible que se le da más valor a la palabra que al hecho en sí; por mucho que el producto sea trascendental en la historia.

A mediados de los años 70, el ingeniero informático Stephen Gary Wozniak empezó a desarrollar la primera computadora de Apple. En 1976 fundó la empresa de la manzanita junto a su amigo Steve Jobs, y un año después, Wozniak creó un modelo sucesor que mejoró aquel primer diseño.

Ocupándose de las ventas y las negociaciones, y aupado por el éxito del Apple II, Jobs obtuvo una gran relevancia pública, siendo portada de la revista neoyorquina Time en 1982. Con tan solo 27 años ya era millonario gracias a la exitosa salida a bolsa de la compañía a finales del año anterior.

La fama de Steve Jobs eclipsó casi en su totalidad al cerebro informático que fue quien realmente construyó y estaba detrás de toda esa tecnología. Una fama que mantuvo hasta sus últimos días. En octubre de 2009 fue elegido «empresario de la década» por la revista Fortune. Y es que el poder de la palabra es increíble.

Por hacer justicia, decir también que hubo incluso un tercer cofundador: Ronald Gerald Wayne. Éste hizo un dibujo de sir Isaac Newton debajo de un manzano, que planteó como primer logotipo de la marca. Wayne tenía poca fe en la empresa desde el principio, por lo que enseguida vendió sus acciones y se alejó.

Hechos contra palabras, palabras contra hechos... Parece claro que, como bien dijo el británico Bulwer-Lytton, "la pluma es más poderosa que la espada".

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