Memorias de un niño de la posguerra

EL crepúsculo del apuntador

En mi infancia pasé unos ratos inolvidables recorriendo los pasillos del teatro Lara. Mis padres eran muy amigos de “Los cuatro ases" (Concha Catalá, Carmen Carbonell, Manuel González y Antonio Vico) que habían formado una Compañía con éxito continuado en la cartelera. Y me llevaban a los camerinos y me dejaban moverme a mi gusto siempre que me portara bien.

Allí conocía a los tramoyistas, a los que manejaban los decorados, y, sobre todo, al que me fascinaba: el apuntador. Metido en la concha en el escenario, el apuntador cumplía una tarea fundamental en el desarrollo de la obra. Iba “soplando”, en voz baja pero audible para los actores, los textos, y bastaba con iniciar una frase para que el actor o actriz pudiera continuar sin sobresaltos

Sin la presencia del apuntador, el desarrollo de la obra corría grave peligro, especialmente en los primeros días de representación, hasta que se fijaban en la memoria los papeles, Me decían mis padres que el apuntador era aún más necesario en las  giras por provincia, cuando se cambiaba de obra prácticamente cada día. No sé el motivo, pero la figura del apuntador fue poco a poco desapareciendo de los escenarios. Parece que esta función se realiza, y no siempre, por alguien situado tras los decorados, pero no es lo mismo. El riesgo de trabajar sin apuntador es enorme, y puedo dar fe de ello en algo que presencié hace muchos años, cuando se acababan de eliminar los apuntadores.

Ocurrió que una gloria de nuestro teatro, buena amiga de mi familia, cuando había entrado en sus años ochenta, decidió volver a la escena. Quiero pensar que los motivos no eran nostálgicos, aunque añorara sus días de gloria, sino fundamentalmente económicos, porque el dinero ganado en muchos años de profesión se iba agotando. Afortunadamente, este problema se ha mejorado en la actualidad. Ahora la cotización como autónomo permite, con mayores aportaciones, alcanzar pensiones más dignas.

Esta gran actriz me comentó que volvía a las tablas en el Teatro Recoletos, que podría denominarse como un teatro de bolsillo, por la pequeñez de su aforo, y que durante mucho tiempo fue dirigido por Carmen Troitiño, a la que denominaban en broma “Carmen Teatriño”. La ventaja de su pequeñez era su facilidad de audición. La obra que iba a representar era “Doña Clarines”, de los hermanos Álvarez Quintero, que había interpretado en sus buenos tiempos en numerosas ocasiones.

Fui al estreno, en compañía de mi novia (aún estaba soltero), sin saber que iba a pasar uno de los momentos más preocupantes de mi vida. La obra se fue desarrollando sin incidentes, cuando en medio de un parlamento, mi amiga enmudeció. Su mente se había quedado en blanco. En medio de un silencio sepulcral, pasaron unos poco segundos, hasta que ella exclamó

 ¡Ah .si!, y hasta el final siguió con una interpretación impecable. Cuando me recuperé del susto le comenté a mi novia “Esto no hubiera ocurrido, si hubiera un apuntador”

No sólo hacen falta apuntadores en el teatro. También los necesitamos en la vida, cuando buscamos la frase más útil en el momento más oportuno. Yo tengo la ventaja de contar en mi vida con un apuntador que me sigue a todas partes. Se llama conciencia.

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