El perfume del vino

Hacia una filosofía práctica del vino: el vino como obra de arte. (Parte I)

La obra de arte como “meta-cosa”

Tiempo estimado de lectura: 10 minutos.

Como es ya una costumbre, les invitamos a escuchar (o tal vez “no escuchar”) la controvertida obra 4'33" del compositor, teórico musical, artista y filósofo estadounidense John Cage (1912-1992).

 

La obra 4'33" es una de las reflexiones más radicales sobre el arte en la música. Durante la obra, el intérprete no toca nada durante 4 minutos y 33 segundos, lo que invita a la audiencia a escuchar los sonidos ambientales y pensar en qué se considera música o arte. La obra plantea directamente la pregunta: ¿Qué es música? ¿Qué se puede considerar como una obra de arte? ¿Qué es lo que define al arte como tal?

Y nosotros nos arriesgamos a plantear ¿Es el vino una obra de arte?

Para explorar esta pregunta, es crucial considerar inicialmente las diversas dimensiones que configuran «el "Ser"» —la naturaleza— de una obra de arte. Hablamos de la dimensión hermenéutica, la dimensión cultural histórica, la dimensión ontológica, la dimensión lingüística, la dimensión estética, la dimensión técnica, la dimensión espacial, la dimensión emocional, la dimensión temporal y la dimensión conceptual, entre otras.

Filosofía práctica del vino: El vino como obra de arte
Filosofía práctica del vino: El vino como obra de arte

Pero es la dimensión ontológica la que emerge como fundamental en la definición del Ser de una obra de arte.

Y es que la obra de arte, para ser arte, debe tener un impacto ontológico significativo.

¿Qué significa esto?

Que la obra, para ser considerada arte, independientemente de las dimensiones que hemos planteado, debe colocar al ser humano, esto es, al «Dasein», en un espacio donde se relacione con la verdad de una manera más profunda y directa, más allá de los discursos y análisis convencionales.

La obra que aspira a ser arte debe poseer intención ontológica, esto es, constituirse en una entidad ontológica propia con capacidad de trascender más allá de sí misma, de su propia materialidad, al ofrecer una experiencia única de revelación de su Ser al Dasein (“Ser-ahí”), ya sea el creador o el contemplador de la misma.

Pero ¿Quién y cómo se infunde esta intención ontológica en la obra? 

Aquí pueden entrar en juego tanto el artista que inició o creó la obra como el contemplador que la concluye o la transforma.

En el primer caso, el artista puede ser la única fuente de esta intencionalidad ontológica al crear la obra. Piensen en el artista que crea para sí mismo, para desvelar y relacionarse con su propia verdad o la del mundo que le rodea. Este tipo de arte puede considerarse como autorreferencial y autosuficiente, donde la comunicación y el desvelamiento ontológico provienen y terminan en el creador.

Por otro lado, el contemplador de la obra también puede ser la fuente de esta intencionalidad ontológica. Un objeto cotidiano puede adquirir significado a través de la percepción de aquél que la contempla, transformándolo en arte. Un ejemplo es Marcel Breuer, quien se inspiró en el acero tubular de su bicicleta para diseñar una silla, elevando este material ordinario a la categoría de arte.

Incluso en objetos donde la intencionalidad no fue originalmente infundida, el acto de contemplar puede revelar nuevas capas de verdad y significado, como se suele observar en los visitantes de los museos de arte moderno que confunden objetos en la sala como piezas de arte.

Este es un ejemplo de obra de arte como meta-Cosa, concepto del que hablaremos más adelante.

Incluso la nada puede constituirse en arte. Un buen ejemplo de esto es la famosa obra 4'33" de John Cage que acaban de “no-escuchar”. En esta pieza, tal y como se comentó al principio de este artículo el intérprete guarda silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Aunque parece que es solo silencio, en realidad, es precisamente el silencio, esto es la nada, la fuente de intencionalidad ontológica para la reflexión estética.

En este sentido, la obra de arte no se constituye simplemente como un objeto instrumental sino que posee autonomía simbólica, funcional y, sobre todo, ontológica. Esta autonomía le permite "resignificar" su propósito original, actuando como un objeto rebelde que trasciende su condición inicial.

Desde la perspectiva de la Teoría del Actor-Red (ANT) de Bruno Latour, la obra de arte no solo revela verdades, sino que también actúa como un agente transformador (capacidad de revelación o Agencia), participando en el proceso de desvelamiento de nuevos significados, valores o inspiraciones de otras "Cosas" (Das Ding).

Así, la obra de arte, al trascender su naturaleza instrumental original como objeto de conocimiento estético pasivo, se convierte en algo más que un medio. Se convierte, de forma no prevista, en una entidad, una "cosa-idad" con un Das Ding (“Cosa”) propio e innovador que posee “Agencia”.

Esta “Agencia” le permite trascender su propia materialidad y naturaleza como objeto (Cosa o “Das Ding” que nos cuestiona), más allá de la intención original para la que fue creada, interviniendo en el mundo en formas no previstas. De tal manera que la obra de arte se convierte en un agente que cuestiona, transforma y reorganiza los significados y experiencias en la red en la que está inmersa.

Estamos ante la obra de arte como meta-Cosa, porque va más allá de su intención original, operando, tanto como Agencia como “Cosa” (Das Ding), en múltiples dimensiones de la realidad al afectar, transformar y reorganizar la verdad de la realidad a su alrededor.

Como Agencia actúa como un agente transformador que nos abre a una serie de verdades o múltiples revelaciones, al producir efectos, transformaciones y respuestas en el mundo, cambiando la red de significados y experiencias en la que está inmersa.

Y en términos de Heidegger, como Cosa (Das Ding) que revela algo más allá de su propia materialidad, esto es, una verdad más profunda, más ontológica, vinculada al Ser, a cualquier Ser que se relacione o relacionen directa o indirectamente con la obra —ya sea el “Das Sein” (el propio o el ajeno) o el Dasein.

Esto significa que la dimensión ontológica de la obra de arte no está cerrada en sí misma sino que funciona como un nexo o un portal hacia otros niveles de significado, experiencia y conocimiento.

Así pues, la obra de arte se constituye entonces como una entidad que desvela múltiples capas de realidad y que, además, participa activamente en la creación de esas revelaciones.

Esto es fácil de constatar en el contexto del arte contemporáneo donde las obras de arte suelen interactuar de manera activa con el espectador, el espacio y otros elementos del mundo.

En instalaciones artísticas, performances o arte interactivo, la obra de arte no sólo revela un significado, sino que produce efectos en el espectador, modificando su percepción, emociones e incluso sus acciones.

En resumen, para que una obra sea considerada arte, no debe limitarse a ser una "Cosa" pasiva que interroga al espectador, sino que debe desvelarse y actuar simultáneamente como un actor poseedor de una “Agencia” que transforma de manera no prevista la red de significados y experiencias a su alrededor.

Es el surgimiento de la obra de arte como “meta-Cosa”, esto es, con capacidad de desarrollar una entidad ontológica propia más allá de su intención original, participando en la creación y transformación del mundo.

Ya estamos listos para hablar del vino como obra de arte, pero esto lo dejamos para la próxima entrega en la que durante el espacio de silencio escrito, ese 4'33" entre este artículo y el próximo será el que nos abrirá al significado ontológico del vacío del silencio que acontece al sorber un vino mientras cerramos los ojos.

Continuará […]

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