Relator

Fuga de cerebros

Una verdad de a puño cuadrado: América Latina sólo destina el 0.7 por ciento del PIB a programas y actividades de investigación y desarrollo.

Ello, cuando países como Israel y Corea disponen –respectivamente— del 4.5 y 3.1 por ciento.

En este sentido –afirma A. Benedetti--, “Latinoamérica sigue enfrentando barreras que limitan su capacidad para la economía del conocimiento”

Así las cosas, por ejemplo, “un profesional colombiano en tecnología recién graduado percibiría en promedio 600 dólares mensuales”; en U. S. A., el mismo profesional comenzaría su actividad salarial y profesional con 6. 500 dólares.

En México, subraya Benedetti, “los ingresos representan apenas un 30 por ciento de los que  obtiene un profesional en Canadá”  (El Tiempo, febrero 9, 2.6).

Una primera paradoja. Por una parte, el déficit en capital humano en lo relativo a tecnología es del orden de 450 mil profesionales en América Latina; por otra, para cerrar la brecha o <<deseo insatisfecho y mejor improbable de realizar>> requeriría, con relación a las grandes economías mundiales (U.S.A., Europa…), dos o tres o más décadas de reformas –reformas que exigirían políticas de Estado para llevar la inversión en ciencia y tecnología, al menos al 2 por ciento.

Y de paso fortalecer los espacios institucionales en los que hoy por hoy, y mañana, se produciría conocimiento.

Una segunda paradoja: si bien se tiene un déficit acaso insuperable de 450 mil profesionales, los países desarrollados hacen una cacería (¿feroz? ¿egoísta? ¿maquiavélica?) implacable de talento: el capital humano en cuya formación se invierte el muy pobre 0.7 por ciento del PIB es buscado para que emigre, con facilidades de oro sin moro.

Ayer fue El Dorado; más tarde las materias primas; hoy y mañana, el capital humano –en especial en tecnología, medicina y otras disciplinas científicas.

¿Pérdida, puente?

Los silogismos retóricos están a la orden del día en discursividades políticas, económicas, y ahora, tecnológicas y culturales

Así por ejemplo, frente al déficit de capital humano, y carencias de inversión y políticas de Estado, los cazadores de talento –y quienes están de su lado maquiavélico— afirman: “La migración cualificada, lejos de ser una pérdida, es una conexión estratégica con las economías globales”; y la diáspora es avalada y degustada como un fruto del Paraíso y propuesta no como un desenlace de un thriller mediocre y sombrío, cuanto “un puente”: “Migrar no significa abandonar, sino responder al desafío de trascender fronteras para integrarse en transformaciones globales”.

Lo anterior, ceguera y aberración: afirmar conexión estratégica (¿de quién, de qué espacios-institucionales, productores de conocimiento?) y también responder al desafío de trascender fronteras para integrarse en transformaciones globales, sería delirante. O mejor, escalofriante.

Desde las precariedades –en políticas, recursos, programas, número de investigadores--, las Universidades latinoamericanas están en su mayoría a años luz de las mejores universidades del mundo. El futuro de la insolvencia, hoy y quizás siempre, sería la fuga constante e intensa, irreversible del talento humano latinoamericano.

En pocas palabras, la imposibilidad de crear o producir conocimiento e innovar en los desarrollos sociales… Restar capital humano –talento— es reducirse a la repetición de saberes y tecnologías, girando en el vacío del presente y la Nada del futuro.