No hace demasiado tiempo, apenas unos meses atrás, la lectura de un artículo sobre arte moderno –encontrado más que buscado- me dejó literalmente pasmado.
Durante décadas, recorriendo textos de historiadores europeos de diferentes escuelas, invariablemente había encontrado escrito que “el arte abstracto había nacido en el año 1910, cuando el maestro ruso Vasily Kandinsky ” (1866-1944) pintó una acuarela de 50 x 70 cms
También, que al nombre de aquel, se vinculaban los del ucraniano Kazimir Malevich (1879-1935), creador del suprematismo y el neerlandés Piet Mondrian, que conformaban la triada de artistas precursores que habían revolucionado el campo de las artes plásticas en los comienzos del siglo XX, desplazando a los contenidos tradicionales representados hasta ahí, por elementos de la naturaleza, para destacar con énfasis la importancia central de las formas y los colores, que abandonaron la calidad de medios para transformarse en fines en sí.
Y así, por supuesto, también lo creí yo.
Ese descubrimiento me sorprendió, pero en última instancia no me parecía de gran importancia, considerando que no es mi especialidad profesional la historia del arte, terreno en el que soy decididamente un amateur, sino las ciencias económicas.
Pero en cambio, cuando al comentarle el hecho a una figura mayor de la historiografía de mi país, formado en los pasados años ochenta en Italia, recibí la respuesta que también él desconocía su nombre, el pasmo ganó mi espíritu en una dimensión mayor.
Y de inmediato me pregunté cuál sería la razón para que un hecho histórico que vio la luz en el año 1965 o 66 –porque la artista, fallecida en el año 1944, impuso en su voluntad testamentaria la condición que la obra se diera a conocer 20 años más tarde de su desaparición- y comenzara a circular tímidamente cuarenta años después de su muerte, no provocara todavía, en nuestros días, las reacciones que el trascendental fenómeno amerita, es decir, su reflejo en los textos canónicos de la historia del arte contemporáneo.
Es cierto que hoy, entrando en internet, se encuentra fácilmente el lector con una profusa cantidad de material informativo, muchas veces contradictorio en sus detalles, acerca de la enigmática artista, pero la “alta cultura” no parece haberse hecho cargo todavía del importante suceso que en el campo de la historiografía artística representó su aparición inesperada, que alteró el tablero de las atribuciones históricas
Tampoco encontró demasiado eco en el mundo museístico, si consideramos que la primera exposición individual de su obra se realizó en una ciudad norteamericana, Los Ángeles, en el año 1986, con escasa repercusión, y recién en el año 2013 el Museo de Arte Moderno de Estocolmo, la capital de su propio país, organizó su primera retrospectiva, setenta años después de su fallecimiento.
Recién el año 2018 parece haberse convertido en el punto de partida de una nueva era para merituar la obra de la visionaria artista, si consideramos la repercusión que encontró la presentación organizada por la fundación Salomón Guggenheim de Nueva York en sus luminosos salones céntricos.
En una cuidada retrospectiva, la obra de la artista sueca, se exhibió ante los ojos ávidos de un público sorprendido que produjo un récord histórico de asistentes a sus salas.
En estos mismos días, seis años más tarde, acaba de cerrar en Bilbao, organizado por la misma Fundación americana, una nueva muestra que comenzó a ser exhibida en el pasado mes de octubre, en la que por primera vez, en el corazón del núcleo cultural europeo, el público puede disfrutar su arte pionero.
Por eso, en búsqueda de respuestas válidas para comprender este significativo fenómeno, dirigí mi reflexión a la historia cultural de ese vasto y complejo universo cultural llamado Europa Occidental, (los otros dos son Europa Oriental y los Países Nórdicos), que monopolizó a lo largo de cinco siglos la construcción del juicio estético de los productos artísticos producidos en sus legendarios espacios culturales.
En una de las últimas notas que escribí para el Diario, hablando de las razones que impulsaron el menosprecio de la Escuela de arte de La Boca, ya había traído a colación, para designar a la causa de mayor importancia que afectó su valoración, la subordinación que la cultura artística metropolitana de mi país impuso en el campo de la historiografía local, al aceptar sin reparos, el canon impuesto por el “eurocentrismo europeo”, que por ese entonces –fines del siglo XIX y comienzos del XX- daba carta de modernidad sólo al arte que se desplegaba en sus salones locales refutándose continuamente en estilos expresivos divergentes.(Impresionismo, fauvismo, expresionismo, cubismo, etc..)
No vamos a perdernos en historiar en esta, el activo papel que desempeñó la figura histórica cultural llamada “eurocentrismo” que hace su aparición, según todos los indicios, a fines de siglo XV, cuando se produce la expansión colonial de sus países más desarrollados de entonces y acentúa su crepúsculo a finales del siglo XIX, cuando cobra fuerza el fenómeno inverso, de descolonización en escala.
Pero lo cierto es que dicho eurocentrismo, a mi modo de ver, junto a su condición de mujer de la figura central de esta nota, explican este silencio que en el más alto nivel historiográfico se extiende hasta este presente.
No hay duda que cuando en la década de los años 30, momento en que NY se comenzó a convertir en “el ombligo del mundo artístico”, Kandinsky le reclamó a su galerista y representante en Nueva York, que buscara consolidar la opinión que la acuarela del año 1910 de su autoría que ya citamos, había sido la primera obra del género abstracto que se pintó y en consecuencia que ello constituía “un hecho histórico que debía ser reconocido”, en ese momento, estaba manifestando una verdad incuestionable.
Pero a esta altura, y transcurridos noventa años de aquella afirmación, dicho reclamo carecería de consistencia, porque en el año 1906, es decir algunos años antes que el autor ruso realizara esa obra –según lo revelaría el descubrimiento tardío de su legado artístico, la artista sueca Hilma af Klint (1862-1944) había comenzado a pintar la serie de 193 cuadros de temática abstracta –que completó en el año 1915- e intitulara “Los cuadros para el Templo”.
Cabe agregar que la citada pintora no era una improvisada.
Su formación artística, comenzada en 1880, había sido rigurosa y se extendió a gran parte de esa década, integrando la primera generación de mujeres artistas.
Cuenta la tradición que la pérdida de una hermana la aproximó al espiritismo y fue desde ese lugar que nacieron sus búsquedas.
En el año 1896, junto a otras colegas de similares inquietudes, conformaron un grupo de cinco miembros (todas ellas mujeres) que semanalmente comenzaron a organizar sesiones de espiritismo, dentro de las cuales practicaban escritura y dibujo automático.
En 1906, incorporó a sus obras los colores planos y los tonos pasteles.
Es el mismo año en que dentro de sus sesiones de espiritismo los “altos maestros” le pidieron que mostrara los resultados de las sesiones que realizaba con los médiums, y desde ese momento comenzó a trabajar durante 10 años hasta completar la tarea.
Su intención original no fue la de plasmar formas y colores, sino la de transmitir, a partir de su excelente formación en técnicas pictóricas, el mundo invisible al que creía tener acceso por medio de sus sesiones espirituales.
A los efectos de poder demostrar lo que nos interesa, resulta de poco valor preguntarse por el origen o la causa de sus búsquedas, sino por el resultado obtenido.
Por lo demás, hasta donde se conoce, los otros precursores del arte abstracto, a lo largo del siglo XX, no estuvieron tampoco muy alejados de esas vertientes espiritualistas
Al presentar a Hilma af Klint la definimos como “enigmática” y mucho material ofrecen a ese propósito tanto su vida personal como artística.
En lo que hace a esta última, la sociedad sueca la conoció como una respetable pintora naturalista, que buscaba mantener su prestigio y posición de mercado (entiéndase el término sólo como una expresión), por lo cual su obra llamémosle “vanguardista” la realizaba en una propiedad campestre familiar, lejos de las miradas curiosas, pues consideraba que solo el futuro estaría en condiciones de juzgar con justicia sus valores, hecho que confirma, por otro lado, su certeza que lo que realizaba, aunque inspirado en razones espiritualistas, pertenecía al campo de la estética.
En última instancia, como lo acabo de señalar, la importancia de su arte…no reside en las causas que originaron su producción, porque tampoco sabemos muy bien qué era lo que sucedía en el espíritu de los restantes precursores, sino en las magníficas series de piezas que inspiradas en la geometría abstracta salieron de su peculiar taller campestre.
En líneas anteriores adelanté que las razones que demoraron su reconocimiento hasta la fecha, a mi entender, se explican por su condición de mujer y el patrón de consagración artístico impuesto por el eurocentrismo, en cuya conformación el país nórdico en el que nació se hallaba ausente
Nadie puede responder con argumentos convincentes a la pregunta de porque su voluntad testamentaria difirió 20 años, el acceso a sus trabajos más importantes en el campo de la abstracción, ya concluidos en el año 19l5, que la propia artista atribuye a la probable incomprensión que encontrarían en el público de su época.
Por mi parte, sobre ese particular tengo otra opinión.
Perteneciendo a una familia de rica formación cultural, y habiendo viajado por países de tradición artística tan importantes como Alemania, Los Países Bajos e inclusive Italia, me cuesta creer que no estuviera al tanto de la existencia de los precursores del arte abstracto que ocupaban en el mundo de las arte la escena central, pero a mi parecer, consideró inútil enfrentarlos desde su condición de mujer –recordemos que en esos años aún les era vedado el acceso a las mujeres a muchas prestigiosas Academias- y por lo demás, era reconocida como una excelente pintora naturalista de paisajes y retratos, sin olvidar tampoco, quizás, el destino de Camille Claudel –por otro lado contemporánea suya- al que el machismo imperante también en el arte, arrojó a un destino trágico.
Creo que esas razones fueron las que la indujeron a apostar al futuro su reconocimiento como pionera del universo abstracto, consciente que ese día llegaría, opinión que puede encontrar respaldo en los años que dedicó a teorizar y escribir memoriales de su vasta producción artística.
Así pues, es tarea del presente, y aún más, del futuro, rendir justo tributo a esta modesta y notable artista sueca llamada Hilma af Klint, quien dio a luz antes que cualquier otro maestro, en el campo de la pintura moderna, la geometría abstracta, que visto en perspectiva histórica, se convirtiera en el último gran capítulo. hasta nuestros días, escrito en la historia del arte occidental.