Cuaderno de bitácora

Al que pillen, que la pague

Sería un argumento más aceptable que el de "el que la hace que la pague". Viene esto a cuenta del denostado Ábalos, que de delfín del PSOE transmigró a demonio del sanchismo, desterrado del partido y repudiado por el mandamás y sus acólitos, en aquel olímpico ejercicio de poner las barbas a remojar al ver al vecino afeitar.

Estaba visto que, de la férrea defensa del presidente y su entorno —muy a sabiendas del baile folclórico de Delsy Rodríguez por la sala VIP de Barajas y otros negocios turbios—, en cuanto se les calentó el suelo bajo los pies, no tuvieron pudor en arrojar a Ábalos al averno.

Sin embargo, hilando fino, o, si se prefiere, leyendo entre líneas, el drama del exministro de Transportes parece ir en otra dirección, y es que a poco que se analicen sus declaraciones, sugiere que más que cazo fue vía de tránsito entre los puentes del extraño juego de la oca en que se está convirtiendo el caso Koldo, cuestionando que en algún momento Ábalos engrosase su hacienda privada.

Vaya por delante que nunca fue el exministro santo de mi devoción. Malcarado y prepotente, viendo sus plantes ante los periodistas que desde su toma de posesión le interrogaban, dando en recordar la chulería del rejoneador ante su cuadrilla, que de casta le viene al galgo, por ser hijo del conquense Heliodoro Ábalos, torero conocido por el Carbonerito.

Aceptando que, a lo que se ve, para él al menos debe incluirse en la nómina ministerial tener querida con puesto a dedo y disfrutar de chalé por cuenta de un empresario, no parece haber sacado mayor beneficio de lo que a estas alturas ya viene a ser el Cristo de las mascarillas.

Su insistencia en querer declarar como testigo en lugar de imputado dice mucho más de lo aparente, ya que el testigo no puede acogerse al derecho a no declarar, que sí disfrutaría el inculpado, lo que evidencia que no quiere guardarse ni una gota en el frasco, ni le preocupa lo que tenga que contar.

Dedúcese de esta actitud que o bien Ábalos es un inconsciente temerario o, por el contrario, su afirmación de que no obtuvo ni un céntimo del negocio de las mascarillas es absolutamente cierto, y me inclino a pensar en esta última posibilidad. A lo sumo se diría que actuó como benefactor e intermediario de terceros, manteniendo siempre informado a su jefe. Porque si Pedro Sánchez le sacudió un manotazo a Rajoy bajo la premisa de que, siendo su jefe, necesariamente tenía que estar al tanto de las andanzas de Luis Bárcenas, aplicando el mismo principio, cuesta aceptar que Sánchez desconociera lo que hacía el secretario de organización del PSOE.

Pero el tiempo pasa y vuelve el Tiempo, y al parecer, paciente cual hormiga, la UCO pudo más. Arañando, rascando, removiendo, escarbando y escudriñando, a la postre fue dando con ese mar de mierda que desde el fondo hedía, atrapando al exministro y poniendo en brete a otros.

Pese a que ahora Sánchez y Bolaños, arropados por la plana mayor del Consejo de ministros, se empecinen en afirmar que en cuanto huele a pescado podrido se apresuran a hacer limpieza, lo cierto es que aguantaron en pie como un marino en la proa de su barco —que diría Neruda—, antes de dejar a Ábalos abandonado como los muelles en el alba.

Porque la cuestión de fondo no es eso de que "el que la hace la paga", sino sacudirse el muerto del apestado contagioso que se dejó pillar con los pantalones bajados, al más puro estilo del extitular de Transportes. No será el último. Floridos fresales, cargados de frutos y promesas —que Armengol y el ministro de Política Territorial llevan en sus cestitas—, colisionan ya con travesías de incertidumbre. Con tal de sobrevivir, Sánchez sepultará bajo el fango de su máquina a quien haga falta. García Ortiz se aferra a él como un náufrago a una tabla, aunque en la lontananza se oiga ya el rumor de las trompetas de su apocalipsis.

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