Salario Mínimo Universal

salario mínimo universal - Alberto Gil de la Guardia
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El Salario Mínimo Universal (SMU) es una propuesta económica que busca garantizar un ingreso fijo para todas las personas, independientemente de su empleo. Sin embargo, un experimento realizado por Sam Altman, CEO de OpenAI, reveló que aunque el SMU podría aliviar la presión financiera a corto plazo, también provoca una disminución en la participación laboral y un aumento en el consumo de alcohol y tabaco. Además, los beneficiarios no mejoraron su situación económica ni invirtieron en su formación o emprendimiento. El estudio plantea dudas sobre la sostenibilidad del SMU como solución a largo plazo en una era dominada por la inteligencia artificial.

El Salario Mínimo Universal (SMU), también conocido como Ingreso Básico Universal (UBI), ha sido un tema central de debate en el ámbito político y económico durante las últimas décadas. Este concepto, que propone otorgar a todas las personas un ingreso mensual garantizado sin importar su situación laboral o económica, ha ganado tracción especialmente en la era digital, donde el avance acelerado de la inteligencia artificial (IA) y la automatización amenaza con transformar drásticamente el mercado laboral.

El experimento más significativo hasta la fecha sobre el SMU fue liderado por Sam Altman, el CEO de OpenAI, conocido por su trabajo con ChatGPT y su impacto global. En 2016, Altman puso en marcha un experimento ambicioso: dar a mil personas un salario de mil dólares mensuales durante tres años para observar cómo este ingreso incondicional afectaba sus vidas. Los resultados del estudio, que incluyó un grupo de control para comparar los efectos del SMU, han revelado una serie de implicaciones sorprendentes, tanto positivas como negativas, que invitan a reflexionar profundamente sobre la viabilidad de esta política en un futuro donde la automatización podría reemplazar millones de empleos.

La premisa del SMU parte de la idea de que, en un futuro no muy lejano, la IA y las máquinas realizarán la mayor parte de las tareas que actualmente llevan a cabo los seres humanos. Altman, junto con otros visionarios como Elon Musk, sostiene que esta transición provocará una pérdida masiva de empleos en sectores como el desarrollo de software, la contabilidad, la atención al cliente y el derecho, lo que generará una crisis de empleo global. Ante este panorama, el SMU aparece como una solución que garantizaría un nivel mínimo de ingresos para que las personas puedan cubrir sus necesidades básicas, independientemente de si tienen o no un trabajo.

Sin embargo, el experimento de Altman, que duró tres años y costó más de 45 millones de dólares, planteó interrogantes sobre el verdadero impacto del dinero gratuito en la vida de las personas. Lejos de ser una solución milagrosa, los resultados fueron mixtos y, en algunos casos, contradictorios respecto a las expectativas.

Uno de los hallazgos más interesantes del estudio fue que las personas que recibieron el salario básico tendieron a reducir su participación en la fuerza laboral. En promedio, trabajaron ocho días menos al año en comparación con el grupo de control. Esto contrasta con la hipótesis inicial de que, al tener un ingreso garantizado, los individuos usarían su tiempo libre para mejorar sus habilidades, buscar empleos mejor remunerados o emprender sus propios negocios. Solo una pequeña fracción de los participantes mostró interés en actividades productivas como la formación académica o el emprendimiento.

En lugar de eso, los datos revelaron un aumento en el consumo de alcohol, tabaco y marihuana entre aquellos que recibieron el SMU. Este comportamiento sugiere que, al eliminar la presión de tener que trabajar para subsistir, algunos individuos optaron por un estilo de vida más relajado, pero no necesariamente más productivo. Aunque el dinero les brindó seguridad financiera temporal, no fomentó un cambio significativo en su desarrollo personal o en su capacidad de contribuir a la sociedad.

Aún más preocupante fue que, a pesar de recibir un ingreso garantizado, muchos participantes no lograron mejorar su situación financiera. De hecho, algunos se endeudaron aún más, acumulando hasta 1,800 dólares adicionales en comparación con aquellos que no recibieron el SMU. Esto plantea dudas sobre la sostenibilidad a largo plazo de esta política y si realmente puede ser una solución viable para el desempleo masivo que podría provocar la IA.

Más allá de los datos económicos, el experimento de Altman también toca un punto fundamental: el sentido del propósito en la vida humana. Durante siglos, el trabajo ha sido una fuente no solo de ingresos, sino de identidad y realización personal. Aristóteles ya distinguía entre el "ocio", entendido como el tiempo dedicado a la reflexión y el crecimiento personal, y el "negocio", o el trabajo necesario para mantener la vida. En una sociedad donde las máquinas realicen todas las tareas, ¿qué papel jugará el ser humano?.

El SMU, aunque bien intencionado, parece ofrecer una respuesta parcial a este dilema. Mientras que algunas personas aprovecharon el dinero para aliviar su ansiedad financiera y mejorar su autoestima, otras encontraron que el ingreso no resolvía problemas más profundos, como los relacionados con la salud mental. Esto sugiere que, aunque el dinero puede proporcionar alivio temporal, no es una solución para el vacío existencial que muchos experimentan en ausencia de un trabajo significativo.

Una cuestión inquietante que surge del experimento es el poder creciente de las grandes corporaciones tecnológicas en la economía global. Empresas como OpenAI, Google y Meta no solo lideran la innovación tecnológica, sino que también tienen la capacidad de influir en políticas económicas clave como el SMU. Si bien Altman ha promovido la idea de que las tecnológicas deberían financiar parte de este ingreso básico, esto también plantea preocupaciones sobre el control excesivo que estas empresas podrían tener sobre el bienestar financiero de la población.

El caso de Worldcoin, otro proyecto liderado por Altman que paga a las personas por escanear sus iris, es un ejemplo de cómo estas iniciativas pueden ser controvertidas. A pesar de las promesas de una mayor inclusión financiera, el proyecto ha enfrentado críticas y prohibiciones en varios países debido a preocupaciones sobre la privacidad y el control de los datos personales. Este tipo de proyectos también plantea la pregunta de hasta qué punto estamos dispuestos a ceder nuestro control personal a cambio de seguridad económica.

Un futuro incierto: el impacto de la IA en el empleo

La llegada de la IA general (AGI), una inteligencia artificial capaz de realizar cualquier tarea humana, podría transformar de manera irreversible el mercado laboral. Durante los tres años que duró el experimento de Altman, el panorama tecnológico cambió drásticamente con el lanzamiento de herramientas como ChatGPT y la aparición de competidores como Gemini de Google o LLaMA de Meta. Esta carrera por desarrollar la AGI no solo amenaza empleos en sectores específicos, sino que plantea preguntas éticas más amplias: ¿qué lugar ocuparemos los humanos en un mundo donde las máquinas lo hagan todo?

En 2023, la consultora World Economic Forum (WEF) estimó que se perderían 85 millones de empleos debido a la automatización en sectores como la contabilidad, el desarrollo de software, la atención al cliente y los servicios legales. Aunque estos números son alarmantes, también se espera que la IA cree nuevos empleos en áreas que aún no podemos prever. El reto será cómo adaptarnos a esta nueva realidad y preparar a las futuras generaciones para trabajos que requieran creatividad, empatía y habilidades humanas únicas.

A medida que más países y empresas exploran la posibilidad de implementar el SMU, es crucial reconocer que esta política, por sí sola, no resolverá todos los problemas que plantea la automatización. Si bien puede proporcionar un paliativo temporal para aquellos que pierdan sus empleos debido a la IA, no aborda los desafíos más profundos relacionados con la realización personal y el propósito humano.

El SMU tiene el potencial de transformar la economía global, pero solo si se combina con otras políticas que fomenten el desarrollo humano. Las personas necesitan más que dinero para prosperar: necesitan un sentido de propósito, oportunidades para crecer y una estructura que les permita contribuir a la sociedad de manera significativa. Si bien el SMU puede aliviar la presión económica, no reemplaza la necesidad fundamental de los seres humanos de sentirse útiles y conectados con algo más grande que ellos mismos.

El debate sobre el SMU refleja una preocupación más amplia sobre el futuro del trabajo y la naturaleza misma de la humanidad en un mundo donde la tecnología avanza a un ritmo imparable. Los resultados del experimento de Sam Altman muestran que, aunque el dinero puede ofrecer alivio temporal, no es la respuesta final a los desafíos que enfrentamos como sociedad.

Para navegar en este nuevo mundo, necesitaremos redefinir el trabajo y crear un sistema que permita a las personas encontrar sentido y propósito en sus vidas, incluso en ausencia de un empleo tradicional. El futuro del trabajo no se trata solo de evitar la pobreza, sino de asegurarnos de que, como individuos y como sociedad, sigamos creciendo, aprendiendo y creando. Solo entonces podremos encontrar una solución sostenible que realmente responda a las demandas de un mundo impulsado por la inteligencia artificial.

El SMU puede ser un paliativo temporal, pero no es la solución final. Si queremos sobrevivir a la revolución tecnológica que se avecina, debemos encontrar nuevas formas de darle sentido a nuestras vidas. Las máquinas pueden hacer casi todo, pero no pueden darnos propósito. Y ese, al final del día, es el desafío más grande de todos.

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